jueves, 25 de junio de 2020

EL PERFUME

EL PERFUME | PATRICK SUSKIND | Comprar libro 9788432228032




El perfume
Patrick Süskind


     Cuando alguien con menos de 30 años de existencia es capaz de escribir una obra como esta, es que algo guarda, algo interesante. El poder de seducción está asociado al mal, pero la historia no habla tanto de la maldad humana como del deseo de absorber todo lo que la vida puede dar. Habla de la plenitud, del ser total, del hombre que se completa a sí mismo, extasiado de su propia sensibilidad. 
     La belleza lleva aparejada la figura femenina, como elemento universal, y Süskind adereza el sentido de la posesión con la violencia que supone la anulación del poseído. Porque, en realidad, la materia de la que estamos formados es o no es, en función de lo que la naturaleza decide. Y, en este caso, la naturaleza actúa a través del personaje principal, que, a modo de demiurgo, violenta la independencia de las mujeres que va invadiendo. El sorbo de la vida que pasa de un alma a otra, componiendo un sentido superior, una nueva percepción, llega en el protagonista a su máxima expresión. Visto desde el punto de vista del espectador, es una historia de tragedia, de abandono. Superficialmente, observamos a un asesino en serie con un propósito. Filosóficamente, o escarbando un poco más en el concepto, el personaje es un artista que construye la belleza como una totalidad, para lo cual no escatima imaginación, ni materia. Porque todo está al servicio de la divinidad. 
     Se plantean algunas cuestiones muy platónicas: el ser que no es capaz de apreciar la grandeza, la magnificencia de la creación, que no tiene el sentido perceptivo tan desarrollado, la vista tan agudizada, ¿puede servir mejor a la creación de otro modo, sacrificándose en favor de quien sí es capaz de hacerlo? Parece como si el protagonista estuviese aprovechando la muerte de sus víctimas para hacer de ellas algo apreciable, algo importante, puesto que se trata, en el fondo, de mujeres que, de una forma u otra, tienen vidas anodinas o, directamente, prescindibles. Sin embargo, contienen en sí el germen de lo mejor de la humanidad, los restos que Dios ha depositado en sus pieles y en sus formas, negándoles otras condiciones más elevadas, pero mostrando el poder de la esencia divina. 
      Cuando el arte se supera, hasta el punto de estar por encima de toda moralidad humana, llega a los extremos de fagocitar al hombre mismo, que está a su servicio, que se transforma en una herramienta de ese objetivo supremo, que escapa a toda racionalidad. Por otra parte, la sexualidad implícita en la actitud del protagonista tiene que ver, a mi modo de ver, con la violencia que está soterrada al acto mismo, a la posesión del cuerpo del otro, que es una fusión donde los sujetos se abandonan, entregando sus sentidos a un fuego que la mente no controla, que está en un estadio superior a la consciencia y que deviene en agresión implícita. Todo sexo implica la invasión de otro sujeto y, por tanto, es la exaltación de un sentido que escapa a la cotidianidad, y que se obtiene a partir de la recepción de los sentidos del amante.
     Por tanto, la concepción de la violencia y el sexo como un camino hacia la belleza más absoluta, partiendo de un nihilismo existencial pesaroso e inhumano, construyen a un personaje grandioso, redondo, fascinante. Süskind, desde el principio, toma el contenido como base de una obra muy completa e interesante y, a la vez, entretenida. Existe en su forma de escribir un natural equilibrio, un detallismo que no recarga, una visión global de los mundos pequeños y un idealismo pétreo, que no se confunde y que despierta las mentes dormidas. Sugerente y ácido, su fábula inmoral es un cuento de la vitalidad del ojo humano, que va más allá de lo que ve. 
Un abrazo. 


martes, 23 de junio de 2020

EL RODABALLO



EL RODABALLO: Amazon.es: Günter Grass, CIRCULO DE LECTORES, S.A. ...


El rodaballo
Günter Grass


     Durante muchos años, leer esta novela fue un reto importante para mí. Seguramente, ha sido una de las obras más costosas y, a la vez, más placentera de abordar. Primero, por su lenguaje vivo, dinámico, demorado en la belleza, en sus múltiples dimensiones, como si prendiera en él la vida entera. Segundo, por su erudición, que te transporta de época en época, de personajes, de costumbres, de ritos, de creencias. Tercero, por la cantidad de cuestiones que plantea: reflexiones de todo tipo dentro del marco de la civilización occidental, con una mirada irónica, como parodiando nuestra propia alma de pueblo.
     La tuve que dejar tres veces, cuando ya había leído más de doscientas páginas, decepcionado por mi incapacidad para seguir y para aprehender lo que se me contaba. Pero en ningún momento tuve la sensación (como si me pasó con Joyce) de que el mundo de Grass se me volvía ajeno. Porque lo que se contaba, de una u otra forma, era indiscutiblemente parte de mi acervo personal, como habitante de la vieja Europa. Esta novela nos retrotrae a los orígenes, pero nos hace, a su vez, partícipes de toda una cultura colectiva de la que, sin ambages, formamos parte.
     Günter Grass es conocidísimo por El tambor de hojalata. Su forma de abordar la Historia como un concepto abierto, y de enraizarlo en la crítica más acerada hacia nuestro modo de vida y pensamiento colectivo, es un ejercicio de honestidad intelectual y artística. En esta novela presenta una parodia, una fábula, donde la mujer es el centro del universo mismo (siempre lo fue) y donde los grandes enigmas de las relaciones humanas quedan al descubierto. De una forma humorística, cervantina, profundamente folclórica, en el sentido más integral del término, exuda literatura.
     La fábula del pescador y el pez, del enfrentamiento entre la pregunta, el alma, y el individuo, como una voz que domina el pensamiento del hombre, está plasmando las sensaciones de aislamiento, de soledad frente a la existencia, pero también la divergencia que crea la Historia, que está construyendo un mundo artificial sobre deseos no correspondidos y horizontes no hollados.
     Grass entiende que el hombre, en su continua búsqueda, va creando un camino que no lleva a ninguna parte, pero donde las explicaciones circundan el recorrido, dando sostén a cada paso que damos, enlazando unas personas con otras, unos y otros pensamientos que, en el fondo, tratan de evadir esa soledad caótica y certera.
     Aunque he comenzado anunciando la dificultad de su lectura, aclaro: no se trata de un libro aburrido (denso, sí), ni de un tostón acomplejado, sino de una obra graciosa y libre, prendida de maestría, sabia. Las mujeres de la Historia se explican a través de la cocina, de las múltiples maneras de elaborar la materia para ser consumida. Sus detalles culinarios son precisos, entretenidos, desbordantes. Son un placer para el oído y la imaginación. Sus descripciones, la forma de sintetizar los hechos famosos, o los desastres cotidianos, nos trasladan a un mundo que es nuestro mundo, el que ya creíamos olvidado y que está en nuestros nombres, en la etimología de las cosas, en el trazado antiguo de las calles, en las costumbres, en el habla.
     En las conquistas, las revoluciones, en los diferentes hitos, aparece tu madre, nuestra madre, la amante, la mujer que nos aguarda, la hermana, la mujer independiente, la solitaria, el alma de la mujer que engaña al hombre, la que ama, la artista, la pensadora: Doris Lessing, Juana de Arco, Hypatia, Margaret Thatcher, Marie Curie, Aretha Franklin, Isabel la Católica, la prostituta de la esquina, la inmigrante que trabaja en el campo o la que cuida enfermos y ancianos, la maestra de escuela, la viuda negra, la empresaria... la Historia queda escrita sobre el mosaico que, una vez, pintó Courbet en el sexo femenino. Grass escribe sobre la desnudez de un cuerpo de mujer.
     Este es un libro que debería estar en toda biblioteca que se precie y al que hemos de volver, de vez en cuando, para finalizar un camino que, seguramente, habremos de volver a empezar. Indefinidamente.
Un abrazo. 


lunes, 22 de junio de 2020

¿Película o libro?



Qué es mejor, el libro o la película? Esta experta da su opinión ...


¿Película o libro?

     ¡Vaya pregunta más tonta! Normalmente, esto demuestra lo peligroso de no entender en qué consiste una obra de arte, o un lenguaje concreto. ¿Por qué digo esto? No es más tonto el que actúa como todo el mundo, sino el que no tiene conciencia de que lo hace. Hemos empleado millones de veces la expresión: "una imagen vale más que mil palabras". Y, la verdad, es una expresión absurda puesto que una imagen puede tergiversar una idea, dar una idea inexacta o inducir a un pensamiento que no es el que queremos provocar. Por lo tanto, tiene sentido que existan los libros, entre otras cosas porque las palabras pueden crear miles de imágenes (y esto al revés, créeme, no es tan fácil de conseguir de manera instantánea). 
     Vale, estoy arrimando el ascua a mi sardina, de acuerdo, pero lo hago con un propósito: un argumento es comparable solo en la medida en que participa de una idea. Sin embargo, dos esquemas o lenguajes que desarrollan instrumentos diferentes, ¿cómo podrían compararse? Solo en la medida en que tienen un parecido razonable. Y es por esto por lo que los lectores acuden al paradigma del libro que motiva la película, o de la película basada en el libro, que parecen la misma cosa pero que no se abordan del mismo modo. El que ha visionado una película cuyo guion se basa en un libro conocido, no suele tener la tentación de leer el libro, o por lo menos no es lo habitual. En el caso inverso sí que se produce el efecto contrario: una vez conocida la historia, apetece plasmarla en imágenes, cosificarla o personalizarla. De algún modo, la materialización de la idea que nos hemos ido creando es poderosa, es atractiva. Ponerle ojos y cara a un personaje con el que hemos soñado, que hemos construido a medida que leíamos, es como cerrar un círculo. Las personas somos muy dadas a fotografiarlo todo (por eso existen las cámaras en los móviles, es enfermizo).
     Sin embargo, seamos francos: una película no es ni menos ni más buena que un libro, porque no son comparables. Pueden ser la misma historia, pueden tener una conexión a través del autor y el guionista, pueden decir lo mismo, pero no lo dicen de la misma manera. Sin duda esto es así. Por lo tanto, comparar dos géneros como estos es un sinsentido, desde el principio y, en todo caso, revela la necesidad de ver las cosas con los ojos. Tal vez porque no confiamos en nuestra mente, o porque lo que vemos con la mirada del lector nos parece insuficiente. Pero si escarbamos en ese proceso de asimilación sentimental e intelectual, nos daremos cuenta de que, más allá de una imagen, de una actriz, de un encuadre o una fotografía, los colores de la mente son mucho más poderosos y enteros, ofrecen un espectro más amplio y, sobre todo, están elaborados sobre una experiencia incognoscible e imprevisible: la del efecto que produce leer, ese instante inclasificable en el que el autor, de una manera prodigiosa, conecta con el lector (al que no conoce) en un instante no determinado por nadie, en cualquier lugar, en cualquier circunstancia. El resultado de esa experiencia es tan fugaz que lo que produce, fuertemente, es una impresión imperecedera, lo cual resulta paradójicamente mágico.
    En conclusión, el cine, que es un arte estupendo que yo adoro, tiene su papel, pero no es un papel relacionado con la lectura, sino tangencialmente, puesto que todo libro derivado del papel a la película, ya no es un libro, sino un pariente lejano que, alguna vez, compartió ADN. 
     Por tanto, la próxima vez que veas una adaptación de un libro en el cine, piensa en ello y no trates de corroborar en una foto lo que tus ojos vieron con la imaginación, porque es imposible y decepcionante. Pero no dejes de ir al cine, claro.
Un abrazo. 

domingo, 21 de junio de 2020

EL VIEJO Y EL MAR



El viejo y el mar Audiolibros por Ernest Hemingway - 9788417021641 ...


El viejo y el mar
Ernest Hemingway


     Las odiseas humanas, las hazañas que los sujetos llevan a cabo, nos fascinan. Seguramente porque, de manera catártica, observamos las reacciones ante los desafíos, los límites del cuerpo y la mente, el enfrentamiento contra la naturaleza: la que nos rodea y la humana. En ocasiones, esas odiseas son viajes hacia el interior del ser humano. De hecho, los grandes desafíos del hombre, más allá de las postrimerías del siglo XX, residen en la urbanidad, en la soledad del individuo, el aislamiento, el nihilismo vital, el problema de la aceptación de la existencia, la conciencia, el desamor o la distopía de los modelos sociales o de convivencia.
     Hemingway nos regala una fábula prodigiosa, un texto ante el que el lector se desarma, se entrega, se postula. El mar siempre ha supuesto un hondo espejo en el que mirarse. Su insondable profundidad, su presencia invasiva en el planeta, la atracción y el miedo que se desprende de esa inmensidad. Y el hombre. Un pescador, el destino en forma de pez, el desafío de la vida y el respeto por lo que esta supone y manifiesta. No se trata de una reflexión intelectualizada, ni de un argumento complejo, pero la escena (porque básicamente se desarrolla en una escena continua, como una especie de plano secuencia) es, en sí, un cuadro donde los elementos, por sí mismos, componen un millón de complicadas matizaciones y que plantea millones de preguntas.
     ¿Qué es el destino? ¿Existe, realmente? ¿A qué está abocado el hombre y cuál es su papel en el orden universal? Preguntas que son originales, que nacen con el ser humano y que vienen desde nuestros principios, pero que son planteadas aquí con suma destreza, sencillez y, a la vez, como los buenos poetas, con preciosa armonía. Porque hay musicalidad en el rumor de las olas, en mitad de la noche, en los esfuerzos del pez por escapar, en la persecución obsesiva del pescador, que se aferra a la pieza, en la amenaza de los tiburones, en el peso que se adivina que existe entre el mar y el cielo. Elementos todos que componen un cuadro impresionista del que extraemos multitud de sensaciones.
    Y, por otro lado, está la pobreza del personaje, la despreocupación por lo material y, sin embargo, la brillantez con la que Hemingway pinta los detalles, el mundo del que se compone la vida de las gentes que conocemos en esta novela. Una novela que podría haber sido costumbrista, dado el argumento, y que se erige en una alegoría del hombre frente a sí mismo, una explosión natural del observador que, como en Cántico, de Jorge Guillén, o en la poesía de San Juan de la Cruz, se extasía frente la creación: con su dolor y su gloria.
     Las grandes historias de Herman Melville, de Patrick O'Brien o de Fenimore Cooper, afrontaban (sobre todo en Moby Dick), este tipo de verdad a la que se enfrenta el navegante, que es una transposición del individuo escondido tras los libros. Por una vez, y sin que sirva de precedente, recomendaré, además, la adaptación cinematográfica (la buena, la de blanco y negro) que protagonizó Spencer Tracy, que resulta maravillosa en su género.
     Junto a los autores nombrados y a Robert Louis Stevenson, Hemingway hace una brillante aportación, no solo al mundo de las historias del mar, sino a las obras de arte con mayúsculas, aquellas que bucean en las verdaderas cuestiones que orillamos, porque la cotidianidad las esconde, haciéndolas parecer grotescas o extravagantes. Sin embargo, el hombre nace y muere solo, como el pez de la novela, como el pescador y ha de enfrentar, tarde o temprano, su destino.
     Como hijo de pescador y amante del mar, este tipo de historias me conmueven especialmente. Si miráis en el apartado de Proyectos Personales, veréis que publiqué, hace poco, una vieja novela: "El Geógrafo", en Amazon, que tiene una ambientación de este tipo (perdonad la autopublicidad), y se trata de una manera de rozar la piel del mar, algo a lo que estoy muy vinculado.
     Hemingway también fue navegante aficionado, y vivió su odisea particular en Normandía, durante el desembarco, aparte de otras vivencias que le hacen acreedor de una visión de primera mano de las limitaciones y grandezas del hombre. En esta novela, más que en ninguna otra de las que haya leído de su pluma, consigue llegar al fondo de la cuestión. Lo hace con una belleza incuestionable y con una sencillez maravillosa, algo magistral.
     No afrontar este libro, como lector, es naufragar sin honores, derrotado por la tormenta sin apenas lucha.
     Ánimo, y al fragor.
Un abrazo.

viernes, 19 de junio de 2020

LOS PILARES DE LA TIERRA




Los pilares de la Tierra
Ken Follet


     Incluir a Ken Follet en este apartado parece extraño, fuera de lugar. Porque Follet es un gran narrador, con mucho oficio, y un incansable creador de historias. Pero el éxito, en ocasiones, proviene de la mediocridad (en muchas ocasiones), en el inevitable acercamiento, fácil acercamiento, al lector, al gran público, que pide consumir productos de ocio y diversión, de entretenimiento, que no exijan más esfuerzo que el de recibir un estímulo. No se trata de procesar nada, de elaborar un pensamiento, de discernir o reflexionar sobre lo que se ofrece, sino de tener un estímulo cuya respuesta sea primaria, instintiva y, por supuesto, divertida. 
     Cuando los personajes sobre los que se construye un mundo de ficción tienen un perfil tan definido, sin matices ni contradicciones, nos encontramos, generalmente, en el campo del cuento, de la fábula, donde la ejemplificación juega un papel moralizador fundamental. Tiene sentido. Sin embargo, en el mundo de la novela, la veracidad de la construcción depende de cuánto nos acerquemos a una realidad, que no tiene por qué ser la que consideramos como tal, sino cualquier otra, pero que, en todo caso, es realidad, al fin y al cabo. Y en toda realidad, los individuos arrastran determinados planos de personalidad, no siempre concordantes, y reaccionan de diferentes maneras ante los problemas cotidianos y los desafíos de la existencia. 
     Quiere esto decir que la vida no es plana y los personajes, por lo tanto, no pueden serlo, tampoco. Un personaje plano es, en sí mismo, un carácter vacío, testimonial, y que, de hecho, puede jugar un papel importante en la historia. No obstante, todos los personajes no pueden moverse en el estatismo. Follet dibuja un mundo, en esta novela, donde los malos y los buenos siempre están donde deben estar, y donde las anécdotas superan a la propia configuración del universo literario. Porque no hay universo literario, sino un cuentista (en el mejor sentido) que elabora un producto consumible, de gran valía y solidez pero de nulo fondo, olvidando las grandes esencias de toda narración: contar por contar es un ejercicio absurdo que no lleva a nada, salvo a la exposición informativa, y poco más. 
     Por consiguiente, a todos aquellos que han leído la novela y se han divertido (y han leído, también, las secuelas pertinentes), y a aquellos que no lo han hecho aún, una recomendación: solo es para pasar el rato, no esperéis mucho más. 
Un abrazo. 

domingo, 14 de junio de 2020

ULISES


James Joyce | Ulysses (1922) | Artsy

Ulises
James Joyce


     El Everest de la literatura moderna está construido como una sátira del amor, el sexo, la intelectualidad y los valores de la civilización occidental. Estuve en Dublín hace años, visitando el sitio donde, se supone, empieza la odisea de 24 horas de Leopold Bloom y Stephen Dedalus por la ciudad. Una odisea que tiene evidentes conexiones intertextuales con la obra de Homero y que, de algún modo, actualizan el poema griego. Los personajes que se derrotan y son derrotados, andan cargados de vocabulario, conformando un laboratorio del lenguaje. El propio Joyce advirtió de que este juego personal, casi como una broma pesada, iba dirigido al público y a la crítica. Como un desafío que demostrase que la calidad del arte podía enmascararse, hasta el punto de deformar todo parecido con lo conocido. 
     Nadie puede arrogarse la habilidad de conocer esta obra a fondo. En primer lugar, porque habría que leerla en su lengua original, dominando el inglés como lengua materna y, en especial, los giros del lenguaje coloquial que los personajes usan en sus diálogos. En segundo lugar, porque el monólogo interior alcanza su máxima expresión (y en Finnegans Wake) en esta obra. En tercer lugar, porque hay numerosas referencias autobiográficas que nunca acaban de dominarse del todo, puesto que solo pueden conocerse tangencialmente. Y, por supuesto, por su estructura entreverada de miles de imágenes, de composiciones de todo orden.
     Por lo tanto, leer el Ulysses es una labor, en principio, casi imposible. Está escrita para que nadie la diseccione y, curiosamente, la crítica se ha pasado cien años estudiándola (y lo que le queda). Su complejidad es, ante todo, divertida, porque, a través de ella, el mundo de Dublín parece reducido al espacio de un cuarto de estar y los personajes parecen haber convivido con el lector, compartir con ellos intimidades, olores, sensaciones de todo tipo. 
     La sexualidad recorre latente todo el argumento. De alguna manera, se persigue la observación de comportamientos enfermizos y relaciones que se equilibran en la mentira, en el engaño o en la impostura. Los héroes modernos de esta novela son los antihéroes de la sociedad del siglo XX, una especie de continuación de los bohemios y una reafirmación de la creatividad. Del mismo modo, existe una especie de incompatibilidad entre la libertad del hombre, entendida como una exaltación, y la sociedad que el hombre construye sobre el llamado progreso, el concepto de civilización, las instituciones familiares. 
     Otro aspecto importante es el lenguaje. Porque, de una forma modernista, diríamos, el lenguaje constituye el centro de esta obra de arte. No solo por la abundancia del léxico y la búsqueda de una amplitud comunicativa y conceptual, sino por la voluntad de hacer del mismo una herramienta de liberación de la mente. El monólogo interior, la conciencia que habla, la mente desordenada que se agarra a una cadena de letras, se muestran desnudos, dejando al lector frente a un mapa codificado de los sentimientos humanos, del origen de todo pensamiento, de la individualidad más irracional. Porque el hombre es, en el fondo, producto de un caos, de esa irracionalidad que trata de comunicarse. Curiosamente, tanta palabrería deja un poso de todo lo contrario, porque la incomunicación es una ley de las relaciones humanas y Joyce lo expresa muy bien, sin decirlo expresamente.
     De aquella visita a Dublín, a aquel sitio para turistas que, como buenos irlandeses, habían transformado en un templo del mercantilismo, me quedó la sensación de la humedad, de las paredes ennegrecidas, del recogimiento de los portales, del despacho de Joyce (casi como una celda conventual), del olor del alcohol, de las tabernas, de la prostitución, de la irredenta voluntad del hombre de ser libre, innegable, fuerte en su incertidumbre.
     Los mujeres, curiosamente, son dominadoras porque, aunque la sociedad les hace permanecer en un lugar oculto o secundario, la sordidez las hace navegar en una motivación individual que supera todo obstáculo, que, en la intimidad, desaparece, aflorando una fuerza interna, sutil, que agudiza la dependencia del sujeto masculino. Es por ello que la sexualidad, como ocurrirá en Henry Miller o en Bukowski, es el lenguaje en el que se entienden las dolencias y los traumas, los deseos y las voluntades, el pasado y el mañana.
     En esta categoría, Ulises ocupa un lugar esencial y especial. Se trata, sin duda, de la obra más difícil que he leído, a la que vuelvo de vez en cuando, de la que siempre descubro algo. Como un códice arameo anterior a Cristo, como un papiro del antiguo Egipto, o como un código programado para un robot del siglo XXII, Joyce pone en manos del lector una obra inacabable, inaprehensible, de la que los buenos aficionados a la lectura, o al pensamiento, o al ser humano, beben a lo largo de sus vidas, a tragos cortos, para ir asimilando uno de los licores más exquisitos, pero más indigestos que se hayan podido ofrecer.
     Recomendable para quien, ya entrenado, desea ponerse a prueba periódicamente. Una obra imprescindible para que alguien que, alguna vez, ha existido pueda medir la capacidad de su raza humana para crear y para expresar. Si alguien viene del espacio lejano a visitarnos, leyendo Ulises puede, quizá, llegar a entender las contradicciones del hombre o, cuando menos, llegar a conocerlas.
Absolutamente maravillosa. Consumir con precaución. 
Un abrazo. 

miércoles, 10 de junio de 2020

MEMORIAS DE UN AMANTE SARNOSO





Memorias de un amante sarnoso
Groucho Marx


     Cuando nos ponemos estupendos y hablamos de "alta literatura" parece como si tuviésemos que fruncir el ceño, entreabrir la boca y hacer cositas con la mano, mientras fumamos una pipa. Pero, en muchas ocasiones, la literatura de calidad no es un cúmulo de complejidades, de ideas hiperdesarrolladas, cargadas de un léxico barroco y experimentado y sostenidas por una estructura largamente pensada y brillantemente ejecutada. El lenguaje permite la naturalidad, la expresión de la mofa, el sarcasmo, la ironía, el doble sentido y el juego de palabras.
     Marx, el gracioso no el filósofo, es, además de un estupendo humorista, cineasta y actor, un estupendo escritor, que transforma su vida y sus recuerdos en una película maravillosa, parodiada por pequeñas escenas donde los personajes, que deben ser personas reales transformadas por el dibujo de su mente creativa, interaccionan en diálogos imposibles. Leer a Groucho es como leer a los grandes dramaturgos de la antigua Grecia, como ver una farsa o una atelana, asistir a una astracanada o a un monólogo de humor. Y todo esto con el lenguaje ágil, la palabra bailarina que se desliza entre cuadro y cuadro, como si la vida circulase a una velocidad imparable.
     Es una experiencia gratificante y, lo más interesante del caso, es un brillante ejemplo de virtud literaria no escondida. Porque Groucho no maquilla sus orígenes en el vodevil, ni su pasado como buscavidas de los escenarios. Tiene ese humor ácido de sus películas donde, con sus hermanos, reducían las creencias y los hábitos a escombros inservibles, valorando el instante y la acción, las personas y los deseos.
     Es una lectura, sin duda, distinta, de emociones, que me produjo, en su día, muchas carcajadas y que recuerdo con cariño. Sin embargo, la risa, repasada, es menos risa. Así que si te lanzas a leerla, presta atención, porque la segunda vez ya no será lo mismo, perdido el efecto de la sorpresa.
Un abrazo. 

viernes, 5 de junio de 2020

EL MUNDO DEL EXCESO


Exceso de información? - Tank Lankenau - Medium






El mundo del exceso


     Los seres humanos somos muy dados a expresarnos con facilidad (algunos más que otros), a soltar por la boca lo primero que nos quema en el pecho, a decir lo que pensamos, a esputar como burbujas las palabras, y eso deja una huella. Todo lo que hacemos, como bien explica la física, tiene sus repercusiones. Hollamos la mente de los demás, los espacios de comunicación y las ideas, provocando ruido. Es curioso, pero en toda comunicación se produce ruido, como indican Shannon y Weaver. La única manera de combatirlo es con redundancia, se nos dice. O sea, que deberíamos ser pesados y repetitivos, lanzar una y otra vez el mismo mensaje para que la contaminación sonora o ideológica no apague nuestra vela.
     Sin embargo, hay quien sigue esta teoría al pie de la letra y se dedica a escribir estupideces en redes sociales o a publicar ideas absurdas, y peligrosas, con desafuero, con saña, como para impedir que otros le callen. Esta manera de actuar es muy propia de quien tiene pensamientos violentos: violento con el que no comprende lo que quiere decir, o quien no le apoya, violento con quien desprecia su ideología o con quien piensa que hay otras opciones mejores. En definitiva, violento con la diferencia. También existe quien cree que este mantra de la diversidad es bueno para colar axiomas frentistas, o absolutistas, populistas o cualquier "ista" que dañe la convivencia. 
     Veo en el ciberespacio, sobre todo en facebook, pero podría nombrar otros entornos, por supuesto, a gente que se desgañita para desacreditar lo que cree malo, a falsos intelectuales que ponen en boca de otros lo que ellos mismos no saben masticar, a individuos que deslizan palabras lacias, intentando parecer lo que no son, y a salvadores del mundo que invaden las comunicaciones con frases hechas, manidas, edulcoradas hasta el hartazgo. ¿Para qué? ¿Para corroborar, frente a los demás, que no se está solo, que no ha naufragado tu empresa existencial, que el mundo puede contar contigo?
     Parecen, más bien, mensajes en una botella, lanzados al mar de la ignorancia, para que alguien los recoja y recibir, así, unas migas de admiración. El patetismo de estos comportamientos no sería importante, de no tratarse de una (esta sí) verdadera pandemia, puesto que anula la posibilidad de que se puedan hacer aportaciones inteligentes a la comunicación de los interesados. Si formamos parte de las redes sociales lo es para escuchar y que te escuchen, pero siempre que tengamos algo que decir. Hablar por hablar es tontería. 
     Nunca me gustaron las redes sociales, la verdad. Es la primera vez en la historia de la humanidad que el hombre puede conectarse a nivel mundial y con tanta rapidez y facilidad. Es asombroso. Y, por tanto, resulta más asombrosa su estupidez, la manera en que la basura lingüística va invadiendo y añadiendo escombros al camino. Puede sonar clasista, pedante, pero a veces es preferible escuchar y aprender. Eso también es una manera de comunicación. Cuando damos a un "me gusta", un like, o como se llame, también estamos ejerciendo nuestro derecho a ser escuchados. Porque participamos de ideas que conectan con nosotros, o con eventos o con circunstancias o personas. No tenemos por qué lanzar verborrea innecesaria, o palabras vacías o ideas huecas, que no hacen falta, que estorban la buena circulación.
     Las palabras, como las acciones, son, también, nuestra responsabilidad y debemos usarlas con mesura y acierto. Tenemos derecho a equivocarnos, claro, pero no creo que lo tengamos a contaminar. Porque, aunque no lo creamos, una de las grandes maneras de contaminación de la humanidad se produce en un abecedario.
Un abrazo.

miércoles, 3 de junio de 2020

LAS HERMANAS MAKIOKA




Las hermanas Makioka
Junichiro Tanizaki


     En paralelo al realismo de la novela europea, donde destacamos a autores como Galdós, Balzac o Dickens, Japón tuvo la oportunidad de desarrollar un tipo de literatura, de corte costumbrista y social, que sirve, entre otras cosas, para dar a conocer al mundo buena parte de sus entidades de convivencia. La sociedad japonesa, como podríamos intuir, no es muy distinta de la nuestra y se expone, en la pluma de Tanizaki, con una frialdad extrema, con una especie de objetividad desilusionante. Digo esto porque, en la mentalidad del occidental, ciertas reacciones del individuo frente al estamento comunitario son tenidas en cuenta como una señal de modernidad, y al sujeto como una especie de héroe crítico de su tiempo. Las hermanas Makioka no cuenta una historia de superación, sino de resignación aunque, en el fondo, su protagonista no es alguien ajeno a la reflexión, a la duda, ni tampoco una mujer que deje al mundo desarrollarse al margen de su pensamiento íntimo. Sin embargo, muchas veces, los acontecimientos superan cualquier deseo y el entorno condiciona a la persona, sin paliativos. 
     Encontramos, por tanto, muchas similitudes entre Tanizaki y Clarín, o Zola, en algunos aspectos. Su forma de narrar es límpida, pulcra, de bisturí, que muestra con precisión, y delicadeza, la vida arraigada de las mujeres en una sociedad patriarcal, dominadas por el tópico, por la tradición y por la obligatoriedad de cumplir con lo que se espera de ellas. Es, en ese sentido, asfixiante, pero Tanizaki deja un resquicio a la esperanza, puesto que su protagonista busca otros modos de relacionarse con la existencia. Lo importante no es si lo logra del todo o no, sino la manera en la cual una persona puede aceptar ser lo que es, sin renunciar a pensar de otra forma o a imaginar otros mundos, lo cual tiene consecuencias, claro. Algunas importantes y otras, no.
     Novela realista, al fin, cargada de sentimentalismo (bien entendido) y con una técnica envidiable. Tanizaki es recomendable por lo que representa pero, también, por la ventana que abre a un mundo y una cultura que son, en sí mismas, extremadamente atractivas. Repasando, sin embargo, ciertos detalles, no encontré mucha diferencia entre este mundo de las Makioka y las familias de la posguerra en España. Es para pensar.
Un abrazo.

LAS AVENTURAS DEL BUEN SOLDADO SVEJK





Las aventuras del buen soldado Svejk
Jaroslav Hasek


     Paseando por el casco viejo de Praga puedes encontrar numerosas tabernas y bazares que están encabezados por caricaturas que representan a Svejk. Este personaje es algo parecido a nuestro Sancho Panza y, de hecho, Hasek construye una novela que, desde muchos puntos de vista, bebe de la herencia cervantina, pero contextualizándola en el ambiente de finales del siglo XIX y principios del XX en su país. Los checos tienen su propio Quijote y, de alguna manera, también resume las muchas contradicciones del ser humano: el dolor y la muerte, y la risa que lo inunda todo. Es la historia de un hombre absurdo, irritante a más no poder, que, en su irracionalidad aparente, transforma la lógica del mundo en un chiste. El imperio austrohúngaro, la despersonalización de los habitantes de la antigua Checoslovaquia, que vivió Kafka en primera persona, por ejemplo, y la sinrazón de la guerra, a la que individuos como Svejk se ven abocados sin razón, y sin que su opinión se tenga en cuenta. 
     No hay nada más moderno que la expresión del individuo frente a un mundo que lo esquina, que lo pasa por alto como si su propia vida no tuviese importancia. En un lenguaje hilarante, que llega al humor absurdo y que coloca a los personajes en situaciones completamente desternillantes, Svejk se ve envuelto en la tragedia de tener que vestir el uniforme y coger las armas. Pero él, que es un pacifista convencido porque también es un nihilista, en el fondo, lejos de enfrentarse al sistema, se introduce en él con alegría, desmontándolo con su lógica de pensamiento, que es la lógica de un loco, porque, en tal despropósito mundial, sus acciones parecen la de un hombre que ha perdido la razón.
Al igual que nuestro Quijote, por tanto, Svejk hace de la locura la mayor de las corduras posibles, poniendo al lector frente al espejo de su estúpido mundo y de su absurda historia, la que nos ha traído hasta aquí. 
     Bien que las condiciones contextuales son las de una parte de Europa que tiene sus peculiaridades, en esa parte de la historia en particular, bien que culturalmente puede haber diferencias, pero cualquier lector español se sentirá muy cómodo en esa personalidad contradictoria, en ese sentido del humor, en esa naturalidad.
     Es, sin duda, una de las grandes obras maestras de la literatura universal y, por demás, una obra muy sencilla y muy amena de leer, donde el lector encontrará ingredientes maravillosos que, en el mejor de los casos, le permitirán retomar a Cervantes, porque la conexión es, sencillamente, cósmica.
Un abrazo. 
     

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