domingo, 21 de junio de 2020

EL VIEJO Y EL MAR



El viejo y el mar Audiolibros por Ernest Hemingway - 9788417021641 ...


El viejo y el mar
Ernest Hemingway


     Las odiseas humanas, las hazañas que los sujetos llevan a cabo, nos fascinan. Seguramente porque, de manera catártica, observamos las reacciones ante los desafíos, los límites del cuerpo y la mente, el enfrentamiento contra la naturaleza: la que nos rodea y la humana. En ocasiones, esas odiseas son viajes hacia el interior del ser humano. De hecho, los grandes desafíos del hombre, más allá de las postrimerías del siglo XX, residen en la urbanidad, en la soledad del individuo, el aislamiento, el nihilismo vital, el problema de la aceptación de la existencia, la conciencia, el desamor o la distopía de los modelos sociales o de convivencia.
     Hemingway nos regala una fábula prodigiosa, un texto ante el que el lector se desarma, se entrega, se postula. El mar siempre ha supuesto un hondo espejo en el que mirarse. Su insondable profundidad, su presencia invasiva en el planeta, la atracción y el miedo que se desprende de esa inmensidad. Y el hombre. Un pescador, el destino en forma de pez, el desafío de la vida y el respeto por lo que esta supone y manifiesta. No se trata de una reflexión intelectualizada, ni de un argumento complejo, pero la escena (porque básicamente se desarrolla en una escena continua, como una especie de plano secuencia) es, en sí, un cuadro donde los elementos, por sí mismos, componen un millón de complicadas matizaciones y que plantea millones de preguntas.
     ¿Qué es el destino? ¿Existe, realmente? ¿A qué está abocado el hombre y cuál es su papel en el orden universal? Preguntas que son originales, que nacen con el ser humano y que vienen desde nuestros principios, pero que son planteadas aquí con suma destreza, sencillez y, a la vez, como los buenos poetas, con preciosa armonía. Porque hay musicalidad en el rumor de las olas, en mitad de la noche, en los esfuerzos del pez por escapar, en la persecución obsesiva del pescador, que se aferra a la pieza, en la amenaza de los tiburones, en el peso que se adivina que existe entre el mar y el cielo. Elementos todos que componen un cuadro impresionista del que extraemos multitud de sensaciones.
    Y, por otro lado, está la pobreza del personaje, la despreocupación por lo material y, sin embargo, la brillantez con la que Hemingway pinta los detalles, el mundo del que se compone la vida de las gentes que conocemos en esta novela. Una novela que podría haber sido costumbrista, dado el argumento, y que se erige en una alegoría del hombre frente a sí mismo, una explosión natural del observador que, como en Cántico, de Jorge Guillén, o en la poesía de San Juan de la Cruz, se extasía frente la creación: con su dolor y su gloria.
     Las grandes historias de Herman Melville, de Patrick O'Brien o de Fenimore Cooper, afrontaban (sobre todo en Moby Dick), este tipo de verdad a la que se enfrenta el navegante, que es una transposición del individuo escondido tras los libros. Por una vez, y sin que sirva de precedente, recomendaré, además, la adaptación cinematográfica (la buena, la de blanco y negro) que protagonizó Spencer Tracy, que resulta maravillosa en su género.
     Junto a los autores nombrados y a Robert Louis Stevenson, Hemingway hace una brillante aportación, no solo al mundo de las historias del mar, sino a las obras de arte con mayúsculas, aquellas que bucean en las verdaderas cuestiones que orillamos, porque la cotidianidad las esconde, haciéndolas parecer grotescas o extravagantes. Sin embargo, el hombre nace y muere solo, como el pez de la novela, como el pescador y ha de enfrentar, tarde o temprano, su destino.
     Como hijo de pescador y amante del mar, este tipo de historias me conmueven especialmente. Si miráis en el apartado de Proyectos Personales, veréis que publiqué, hace poco, una vieja novela: "El Geógrafo", en Amazon, que tiene una ambientación de este tipo (perdonad la autopublicidad), y se trata de una manera de rozar la piel del mar, algo a lo que estoy muy vinculado.
     Hemingway también fue navegante aficionado, y vivió su odisea particular en Normandía, durante el desembarco, aparte de otras vivencias que le hacen acreedor de una visión de primera mano de las limitaciones y grandezas del hombre. En esta novela, más que en ninguna otra de las que haya leído de su pluma, consigue llegar al fondo de la cuestión. Lo hace con una belleza incuestionable y con una sencillez maravillosa, algo magistral.
     No afrontar este libro, como lector, es naufragar sin honores, derrotado por la tormenta sin apenas lucha.
     Ánimo, y al fragor.
Un abrazo.

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