miércoles, 29 de abril de 2020

LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ
















La muerte de Artemio Cruz
Carlos Fuentes

     
     No sé si me equivoco al afirmar que Carlos Fuentes no es de los autores más seguidos del llamado Boom Hispanoamericano. Tal vez se deba a la dificultad de destacar entre tantos maestros, tan comercialmente respondidos, o tal vez a que su nombre no se ha erigido en el medio de difusión con la misma intensidad. Esto no significa, por supuesto, que no sea un gran escritor y muy seguido, sino que, seguramente, no es de los primeros nombres que destacaríamos en una entrevista, vistos los García Márquez, Vargas Llosa, Borges, etc. 
     Sin embargo, leyendo esta novela, aparecen los mismos elementos que encontramos en Cien años de soledad, pero también la angustia barroca de un Lezama Lima o la parsimonia trágica de un Miguel Ángel Asturias. El tiempo, otra vez, se da doblando y redoblando en un personaje que bascula entre el desastre y la gloria. Los espacios van alternándose, a su vez, de la manera en que el individuo transcurre por los intersticios de la memoria. 
     El marco de la narración es la revolución mejicana y es la sombra de los pueblos desiertos, de las ciudades violentas, de las gentes silenciosas que esconden secretos, de la muerte que acecha en cada rincón de la casa, en las manos de los más queridos, en las voces del pasado. Es increíble la conexión que hallamos con Juan Rulfo o con Onetti, en ocasiones, y de todos ellos entre sí, como si hubieran vivido las mismas vidas. Me recuerda a lo que cuenta Bruce Chatwin en Los trazos de la canción acerca del patrimonio oral y existencial de los aborígenes australianos.
     Leyendo a Carlos Fuentes entramos en el mundo de la América reconocida, en su propio espejo, de los grandes males que no son sino modos de entender el devenir de los hombres. La violencia, el desarraigo, el amor desesperado, la aspiración social o la política se entrecruzan para crear una maraña muy particular y reconocible. Lo más bonito e interesante de estos autores es el tratamiento de la realidad, la manera que tienen de reconstruirla, como un mosaico que se va diluyendo en pequeñas imágenes retenidas en el subconsciente. Estas imágenes, inopinadamente, vuelven a la realidad en su momento oportuno, para determinarla, para sellarla con su contenido personal.
     Carlos Fuentes es un innegable maestro de la literatura que enraíza la palabra en el tiempo. Resulta interesante, culto y, a la vez, entretenido, intenso y pulido. La vulgaridad se transforma en reflexión, la muerte en vida, la mirada en sonido: sinestesias sugeridas por el motor de nuestra imaginación que, Fuentes, con su pluma, violenta de una forma sutil y certera.
     Hay muchas razones para leer a Carlos Fuentes, seguro que tú, después de hacerlo, podrás aportar la tuya.

Un abrazo.

martes, 28 de abril de 2020

TÉCNICAS DE LECTURA. CAPÍTULO 2.

Álvaro Mutis y la nave que nos lleva - Zenda

EL GAVIERO


     Están los que dicen, y no sin razón, que nosotros no escogemos los libros que leemos, sino que son ellos los que no escogen. En esta sentencia se esconden muchas de las verdades de las relaciones del hombre consigo mismo. Nuestras acciones son un espejo de lo que deseamos o, simplemente, de lo que reprimimos. Y, por ello, podemos extraer conclusiones a partir de lo que comemos, nuestras aficiones, la pareja con la que estamos, la música que escuchamos, el coche que conducimos y, por supuesto, aquello que leemos.
     Recientemente, leí que alguien, en una red social, escribía que lo importante era leer, daba igual lo que fuese. También hay quien, en su ignorancia, descalifica a quien tiene argumentos para criticar un libro (criticar en el sentido de crítica argumentada, no en el sentido negativo del término; esta diferencia, parece mentira, hay que seguir explicándola). En todo caso, leas lo que leas, reflejará ciertas cosas de ti, te guste o no, porque las decisiones, los cruces de camino, somos nosotros los que los abordamos, y no los demás. Y las huellas en el camino son las nuestras, sin duda. 
     Carl Sagan, en esa maravillosa serie de televisión, Cosmos, decía que una persona, leyendo una media de 2 ó 3 libros diarios no alcanzaba, en una vida entera, a leer los libros de una de las estanterías de la biblioteca Metropolitana de Nueva York, una de las más grandes del mundo. Esto nos da una idea de nuestra insignificancia, y de la incapacidad para abarcar todo el orbe del universo literario o de sabiduría que encierran los libros escritos por la humanidad.
     Por esta razón, además de por higiene mental (puesto que no podemos alimentarnos de hamburguesas del McDonalds todos los días, igual con los libros), la selección de lo que leemos tiene una vital importancia. Sí, vital, aunque pienses que leer es una petulancia de intelectuales o una diversión que no lleva a ningún sitio: interesante, entretenida, pero poco más.
     ¿Te has parado a pensar por qué la gente tarda tanto en razonar determinadas cuestiones? ¿Por qué se utilizan argumentos vacíos o malintencionados, en lugar de expresiones lógicas, bien pensadas, sustentadas en una idea (más o menos acertada, pero apoyada en razones)? ¿Te has parado a pensar por qué la gente hace caso de bulos con tanta rapidez, por qué las redes sociales se inundan de imbecilidades o de voces superfluas y nulas? ¿Qué es lo que nos hace tan vulnerables a la información, que es lo que nos desnuda, nos hace débiles y tan permisivos a la manipulación de otros? Yo te lo diré: que somos, en la gran mayoría, una población inculta. Esa incultura no es la que se decía en el siglo XIX: la incultura lógica de la clase social, o provocada por la falta de información, o provocada por la falta de instrucción, no, se debe, precisamente, a la falta de un criterio propio que maneje la abundante y, yo diría, insana afluencia de información. Porque la mayor parte de la información que recibimos es mentira o está manipulada, o, simplemente, apesta.
     
     ¿Leer nos ayuda a ser más críticos? Nos ayuda, sí, porque a través de la literatura, o de la ciencia, o de la filosofía, o la historia, aprendemos a pensar. A pensar. Es sencillo, parece, pero supone el sustento de toda civilización: individuos capaces de pensar. En algunos casos, esto provoca muchos problemas, sí, contra gobiernos que quieren imponer criterios. Pero siempre es mejor tener libertad en nuestra mente ante cualquier amenaza.

     Ser cultos, por tanto, también es un proceso que conlleva un crecimiento personal. Un lector culto elige sus lecturas con cuidado, la mayor parte de las veces, porque no dispone de tiempo para tirarlo a la basura. Lo curioso es que a ninguno de nosotros nos sobra, seamos cultos o no. Pero de lo que se trata es de tener un Objetivo. Esta es la palabra Objetivo. En un plan de lectura lo único que tenemos que tener claro es: ¿para qué me voy a leer este libro? ¿En qué voy a invertir mi tiempo? ¿Servirá de algo? En toda apuesta se puede perder, está claro, pero tener un plan, un objetivo, es siempre lo mejor. Se evitan errores mayores e imprecisiones.

     ¿Qué razones tenemos para escoger un libro?
1- Que un amigo/a nos ha dicho que "engancha" (mira el Diccionario prohibido), que está muy bien.
2- Que es un libro famoso, que todo el mundo lee y que me despierta la curiosidad.
3- Que es un libro recomendado por la crítica o de un autor muy valorado.
4- Que me he pasado por el súper y tenía ganas de comprar uno, he visto la portada y me ha llamado la atención.
5- He cogido el primero que me sugería algo.

Puede haber otras razones, más ilógicas también, pero estas son algunas de ellas. ¿Es mala alguna de esas opciones? Pues depende. ¿Es malo comer grasas saturadas y ponerme como una foca si me gusta mucho y paso un buen rato? A lo mejor, no. ¿Es malo beberme una botella de whisky todos los sábados con los amigos, aunque la resaca sea horrible? Pues, en este caso, tampoco. Sin embargo, debemos reconocer que la gente vive mejor con una alimentación saludable, piensa mejor, tiene mejor sexo y las ideas claras y no padece dolencias, en la mayoría del tiempo. Ergo, supongo que la vida de excesos debe quedar reducida a unas pocas ocasiones. ¿Qué pasa si descubres que la vida sana te gusta? De vez en cuando te puedes dar un paseíto por los bares, claro. Aunque, en el fondo, sabes lo que te conviene.
     Elegir un buen libro puede ser sencillo. Si hace tiempo que he olvidado los clásicos, ¡vuelve a ellos! Tener una buena base siempre ayuda. Y allí encontrarás, documentándote un poquito por Internet, o leyendo bibliografías que encuentres por ahí en esos mismos libros, recomendaciones secundarias. Elegir a autores consagrados tampoco está mal, te lleva directamente a un buen terreno, siempre y cuando no sea el terreno de la comercialidad, donde abunda lo malo.
     No podrás tener personalidad como lector si, antes, no has leído, al menos, una cantidad decente de obras más o menos consagradas por el canon literario. Una vez que hayas aprendido cosas importantes de ti, como persona y como lectora, en esas experiencias, será el momento de que te decantes por el tipo de lectura que te gusta, investigando por ti misma. Pero no se hace la casa por los tejados. Sin un cimiento mínimo, no serás capaz de valorar la originalidad. Piensa que, de todos modos, buena parte de lo que el ser humano puede escribir (el molde, me refiero, no su contenido total), está ya confeccionado.
     Habrás de ser artesano antes de artista, monaguillo antes que cura, delineante antes que ingeniero. Haz como el Ché Guevara, cuando iba al combate: llena tu mochila personal de lecturas y retos, ve ocupando tu tiempo en voces fascinantes y cualificadas y, de vez en cuando, atrévete a investigar otras cosas. Huye de lo que te venden, salvo que lo veas interesante, y compra lo que tu instinto te diga. Con el tiempo, verás que tu instinto se va fortaleciendo, ganando músculo y entonces, para tu asombro, pasarás de un vals de Strauss a una sonata de piano de Beethoven. Sin darte cuenta.

Un abrazo.

LA MUERTE DE VIRGILIO

La muerte de virgilio (Tapa blanda) · Libros · El Corte Inglés



HERMANN BROCH
La muerte de Virgilio


     En ocasiones, el descubrimiento de determinados autores marca el ritmo de tu actividad lectora o, simplemente, solidifica los cimientos de lo que haces y piensas. Tropecé con Hermann Broch durante la investigación de mi tesis doctoral, como de pasada y, entre otras, leí esta maravilla brotada de su magistral pluma. Broch es un típico autor centroeuropeo, con todo lo que eso conlleva, que para la mentalidad cultural del sur resulta adusto, áspero en ocasiones, o tremendamente intelectual (entiéndase tremendo como "tremendista"). La cuestión es que cuando los teutones abordaban la consideración del clasicismo, que es un legado del sur de Europa realmente, parece que lo hacen desde el sentimentalismo o desde el abandono y el enamoramiento más absoluto, como en el caso de Goethe, por ejemplo. Sin embargo, Broch establece un esquema dialéctico en el que la razón y la observación llegan al fondo del artista. 
     El tema central de esta novela, es la creación como modulación de la mente humana. Nada menos. ¿Quién es el creador? ¿Es un ser que se trasciende, que se niega, que retrata o que fabula? ¿Es la obra propiedad del autor o pertenece al mundo, a la realidad que brota de él? ¿Es su producto o es producto de la naturaleza y, como tal, independiente? La obra fluye como las ideas, de una manera poderosa y libre, pero la mentalidad de la política interviene para refrenar las ansias de libertad, tal vez con esquiva racionalidad. 
     Enfrentados el pensador racional, lógico, el político, el ordenador de las sociedades, el equilibrador, y el creador, de altos vueltos, libérrimo en ocasiones, pulverizador del caos en pequeñas esencias, surge la magnífica reflexión sobre lo producido, sobre lo orgánico que es, en el fondo, todo lo creado, lo surgido de la mente y las manos, del pensamiento y el hecho intelectivo. 
     Es una discusión hermosa y bella, de diálogos profundos y ensartados en el orden de una sociedad donde, a diferencia de la actual, el individuo encontraba su libertad en el sistema establecido, como heredad de su propia esencia. La categoría del ser como respuesta al mundo creado por el ser humano, es una herramienta de supervivencia intelectual que surge tras la destrucción de los bienes cimentados en el saber y la lógica, en el progreso y la ciencia, en la cultura adquirida y aprehendida, y deviene a partir de las grandes guerras, de la mortandad galopante, de la destrucción de los individuos para el mantenimiento de las civilizaciones. De esa destrucción del ser surge la reacción acre de la novelística moderna, de los "ismos" y de la ruptura de la normalización lógica del pensamiento, más propia del siglo XIX.
     Broch ataca, en algún panfleto grandioso, los movimientos "kitsch" y los define, se convierte en sentenciador del arte, como otros pensadores de su tiempo. Esta es una reflexión que surge con fuerza de la época finisecular, de los modernismos y las vanguardias y, por ende, de la reorganización del mundo conocido. Es de donde surge Kafka o Faulkner, y es a donde pertenece Broch. 
     Esta novela es un tratado de arte, del buen arte, pero, ante todo, es una disquisición sobre el papel que jugamos todos y cada uno en la obra artística: desde la sociedad, el autor, el observador y el conservador (tiempo e historia). Si creías que tenías las ideas claras sobre las relaciones del libro con el lector y el autor, los medios de difusión o la pertenencia de las palabras, pásate por la aventura de Virgilio en sus últimas horas, y degusta (en una hora relajada, a ser posible) la deliciosa enseñanza de esta conversación de sabios. Imprescindible.

Un abrazo.

lunes, 27 de abril de 2020

FIRMIN

FIRMIN | SAM SAVAGE | Comprar libro 9788492549917

FIRMIN
Sam Savage


     Al igual que pasaba cuando hablábamos de La historia del señor Sommer, Firmin nos toca la fibra sensible que aun responde a la memoria infantil. Pero tampoco es un cuento para niños. La expresión "ratón de biblioteca" toma su máxima expresión en este librito, que es enorme, si tenemos en cuenta la sencillez y dulzura, pero también intensidad, con la que aborda la cuestión de la lectura.
     La lectura, tratada al modo en que en Litera-Ruta queremos hacerlo, traspasa los niveles que, hasta ahora, muchos le han adjudicado. En el primero de nuestros artículos ya avisábamos de la importancia de leer: importancia para el desarrollo y formación del individuo, para la percepción de la realidad y el mundo, para construir el sentido crítico y para tantas cosas más, que sería interminable su descripción. 
     Firmin es un lector, y es alguien que da presencia al libro desde la existencia de la mente, como ente cognitivo que interactúa con el entorno y con él mismo. De todas las novelas posibles, este tipo de obras es de las que transforma la literatura en metaliteratura, en reflexión de sí, y en divertimento. Porque lo que a nadie se le escapa es que Firmin, que come libros, se alimenta el alma (que es como decir que se alimenta el cuerpo, pues nunca hubo tal división de contenidos del hombre) y hace que crezca, que se diversifique y que se altere el mundo a su paso, mientras él sigue avanzando.
     Es un libro delicioso, fácil y divertido de leer, cargado de anotaciones para el futuro y repleto de buena literatura. Aparecen librerías, lugares que son como pequeños universos, libros abandonados y libros orgullosos, pedantes, insignificantes, empobrecidos, olvidados... La vida entre las páginas editadas y un roedor, ser mísero del submundo de los humanos, convertido, por mor de la creatividad de Sam Savage, en un ser culto, distinguido, observador, reflexivo, filósofo, humano demasiado humano (parafraseando a Nietzsche).
     Puede que alguno de vosotros se sienta un lector enratonado; puede que, sin querer, ya seáis un Firmin, tierno y desnudo.

Un abrazo.

domingo, 26 de abril de 2020

LA LITERATURA NAZI EN AMÉRICA

La literatura nazi en América - Bolaño, Roberto - 978-84-339-7770 ...


ROBERTO BOLAÑO
La literatura nazi en América


     Después del llamado Boom hispanoamericano de las letras, promovido por Carlos Barral y otros editores en Barcelona, la literatura hispanoamericana parecía mantener un ritmo alto y nervudo, miscelánico y aprovechado de esa corriente interminable que generaron autores como Miguel Ángel Asturias, Onetti, Borges, Carlos Fuentes, Sábato, García Márquez, etc. Nombrarlos a todos es imposible, pero destacar un nombre posterior, erigir una columna en el presente de las letras contemporáneas en lengua hispana, no es tan difícil: basta con insertar el nombre de Roberto Bolaño.      Sus cuentos, obras como Los detectives salvajes o 2666, traen a la memoria ejercicios de complejidad novelística, de las llamadas novelas-río, del realismo mágico y otros artificios de la memoria colectiva de los pueblos hermanos y sus culturas. Bolaño consigue que todo parezca sacado de un informe, que la realidad tenga el viso de realidad y que el espejo de otro espejo sea como un mural en la pared, hecho con pintura y no con colores virtuales de una pantalla líquida.
     Esta obra es un tratado de literatura, pero, curiosamente, lo es de una literatura que no existe, que es un fraude como documentación histórica. Se diría que Bolaño pone en cuestión la historiografía del arte o la cultura, más bien esta última, utilizando los medios de la propia escritura y de su visión panorámica de lo que puede ser el hombre y el fenómeno de la existencia, a través de sus creaciones.
     Es una novela divertidísima e interesantísima (ponle todos los ísimos que quieras, y no te equivocarás), porque, utilizando resortes que parecen formales, hace ficción, y de la buena. Construye un mundo paralelo que, por no existir, acaba existiendo en la mente de los lectores y convierte una irrealidad en un plano de la memoria colectiva, introduciendo fotogramas en nuestra impresión que nunca vimos en ningún sitio, salvo en los libros que el narrador de esta novela describe. 
     ¿Se puede construir un mundo real que influya en el lector, a través de la ficción? Esto se ha estudiado, y se estudiará, en sociología de la difusión literaria (puedes leer a Robert Escarpit), y, de hecho, es lo que pasa con el Quijote, de Cervantes, o con Emma Bovary, de Flaubert. La ficción como materia de realidad que la sustituye es tema central en otros libros que veremos en este blog. Lo importante de todo es que, te lo cuente yo o no, la realidad es más lo que tiene que ver con la percepción del yo en el presente donde se percibe, que con la conciencia de haber percibido algo, que es maleable y se puede modificar con el tiempo y las circunstancias. De hecho, ¿quién no aparca las penas y las olvida como mecanismo de defensa, mientras que glorifica otros asuntos que podrían ser menores, pero que nos recuerdan que la felicidad pudo existir?
     Bolaño es un escritor de la destrucción del mundo, que crea honestidad y humanidad en el desastre. Se puede ver en esta novela, como materia vertebradora de todas su novelística. Resulta un escritor importantísimo de leer (otra vez los ísimos) y, por fortuna, muy valorado, aunque no siempre muy entendido. Eso no importa ahora. Lo importante es que es de esos autores que se pueden degustar con un menor esfuerzo y que transmiten la grandeza del arte en toda su dimensión.
     Cualquiera de sus obras es recomendable, pero esta tiene un sentido especial y puede ser una buena introducción a sus lecturas. Así que, al toro.

Un abrazo. 

sábado, 25 de abril de 2020

HIJO DE SATANÁS

Hijo De Satanás Compactos Anagrama de Charles Bukowski 24 nov 2014 ...


Hijo de Satanás
Charles Bukowski

     El malditismo es un tópico manido y desgastado. Sirve lo mismo para explicar a Rimbaud que a Flaubert; sirve para hablar de Kerouac o de la Beat Generation. Nadie discute lo que significa y todo el mundo da por válido algo que supone un sesgo intelectual importante. ¿Porque quién es el maldito? ¿Era maldito Jimmi Hendrix, porque muriera a los 27 víctima de su desbordante creatividad (también con las drogas), o era maldito Espronceda, porque decidiera que amaba tanto que le dolía hasta la extenuación?
     No parece que las etiquetas sirvan de mucho, en el fondo (mírate el Diccionario Prohibido), pero nos orientan, eso sí es verdad. Aunque ¿qué ocurre cuando estamos ante el caso de un maldito de pura sangre, con pedigrí? Que nos asombramos de verdad, que nos agota la presencia ardorosa y química del diablo, con ojos de niño atribulado. Sus palabras nos parecen atroces, pero esconden una ternura innegable, venenosa.
     Hay toda una generación de escritores norteamericanos que basan su realidad en el alcohol, la violencia, las drogas y el sexo. Pero ¿qué es eso sino la historia de la sociedad industrializada moderna? Henry Miller, de quien hablaremos otro día, es uno de ellos, pero también lo es Gore Vidal o Bukowski. Este autor, de origen polaco, tuvo una vida tan mediocre y gris que asusta, por lo cercana y reconocible. Su literatura es profunda, porque nace de su poesía, que es la auténtica etimología de su voz literaria y donde subyace el dolor de la experiencia. Es una literatura que engancha y que crea adicción. A mí me pasó. Me leía un libro por semana. En uno de mis anteriores trabajos tenía una librería enfrente y, como un ritual, compraba uno de estos cada semana, como el que acude a su camello a consumir la heroína del fin de semana. Me produjo tal efecto que, ahíto después de dos meses de incontables horas leyendo, lo dejé. Pero vuelvo a su regazo en cuanto me siento con fuerzas. Es incansable, agotador y vitalista, a la vez, te transmite tanta podredumbre y miseria como grandeza, en una combinación que nos reconcilia con lo orgánico que hay en nosotros, dentro de lo literal que el término abarca.
     No es agradable lo que cuenta, si no estamos preparados a aceptarlo con naturalidad, y resulta poco apropiado para alguien que no está vivido, o tal vez...para este lector es lo mejor: abrir la mente, descubrir lo descarnado de la palabra brutal, mal dicha en su absoluta intensidad. 
     Este artículo no es para recomendar a Bukowski, es para recordarme que amo lo que me hizo sentir y lo que cuenta, y que su literatura es un tesoro de vida. Hay que volver a los referentes de vez en cuando, como al origen del recuerdo.

Un abrazo.
     





viernes, 24 de abril de 2020

TÉCNICAS DE LECTURA. CAPÍTULO 1.

El Minotauro - Mitos y Leyendas para niños | ParaNiños.org

EL LABERINTO DEL MINOTAURO


     ¿Cuántas veces nos lanzamos al vacío de una lectura que se enreda como una madeja, que no nos deja ver el final del túnel y que nos confunde, a cada paso que damos? Si no entendemos que el perspectivismo funciona así, será imposible avanzar. 
     Una de las grandes limitaciones de la comunicación escrita consiste en que el lenguaje es unidimensional: puede dar la impresión de controlar la realidad, pero no es así. Es solo una ficción en sí mismo, una manera de adornar su imprecisión, su unidimensionalidad. La vida transcurre en forma simultánea: los seres hablan y actúan a la vez, mientras unos mueren y otros nacen y el sol aparece, al tiempo que, en otro lugar del mundo, lo hace la luna. Indiscutiblemente, el autor se encuentra ante la dificultad de pintar con un pincel tan pobre. Pero se las ingenia para conseguir que vayamos hollando los vericuetos de los personajes, cada uno con sus circunstancias, intentando que el hilo común de una historia, basada en algún tema que los una o los conecte, nos vaya llevando por las diferentes sendas. La narración debe poseer un faro luminoso que alumbre en medio de tan inmenso océano. Es un ejercicio referencial, en cierto modo, el de la construcción de una trama.
     Sin embargo, cuando un lector afronta una lectura que comienza a discurrir por caminos disjuntos y que parecen disociarse, debe respirar profundo y continuar. Porque, como confirmará más adelante, los propios personajes darán las claves para conectar unas voces con otras.
     Contaba Bajtin que la novela era el resultado de una polifonía, construida a partir de textos no literarios, cotidianos, de leyendas, de cuentos orales, de construcciones ficcionales, etc. El narrador es es el que aglutina todo esto y lo hace legible y comprensible. Esto es a lo que está acostumbrado un lector convencional. Pero ¿qué ocurre cuando existen varios narradores, sean homodiegéticos o no, es decir, protagonicen la historia o sean solo observadores? Pues que, en la mayoría de las ocasiones, nuestra mente padece una ligera confusión momentánea. Es como un estudiante de piano cuando tiene que aprender a disociar en su cerebro lo que hace su mano derecha, de lo que hace su mano izquierda: la armonía, el ritmo, la melodía. 
     No hay que perder la calma, de ninguna manera, se trata de avanzar. Y para ello es bueno centrarse en el personaje que narra, en cada momento, en la voz que nos hace experimentar lo que ve o siente en su área privada y vital. Porque lo importante es el fenómeno de la experiencia, lo que se llama la fenomenología del acto de observación del arte. 
     Palabrería. Porque más allá de la técnica, es como si estuviésemos en un mentidero de las viejas ciudades de España, en el foro público de las calles, los mercados, donde el populacho advierte las historias más disparatadas y cotidianas, donde todo parece abigarrado y confuso pero donde todo el mundo sabe de lo que se habla. Hay que inmiscuirse con el oído abierto, dejar entrar todo lo que se cuenta, e ir captando el ambiente de los personajes, las voces, los contextos, las circunstancias, más allá de cualquier acción anecdótica, que solo busca la hilación de la historia como si fuera gluten. 
     Si uno se deja llevar y absorbe lo que le van diciendo las diferentes voces, su mente se irá acostumbrando, sin prestar atención a detalles nimios y, conforme avance en la lectura, descubrirá que todo está conectado y que, sin querer, sabe de lo que se habla y lo que se cuece. Porque la mente se entrena con el acto y en el Laberinto del Minotauro lo importante es escuchar con avidez, para que el medio toro-medio hombre, no nos embista. 
Un abrazo. 

martes, 21 de abril de 2020

UNA CUESTIÓN PERSONAL

Una cuestion personal de Kenzaburo Oé: Muy Bien Cartoné (1994 ...

Una cuestión personal
Kenzaburo Oé


     En el mundo occidental las implicaciones de la cultura de otros países lejanos es ínfima. De hecho, conocemos poco de ese mundo y de sus manifestaciones intelectuales. ¿Quién conocía a Oé antes de ganar el Premio Nobel? Yo, desde luego, no era uno de ellos. Esta novela es la única que tenía publicada en cualquiera de los idiomas preponderantes en el círculo europeo o anglosajón y, claro, es la primera a la que me acerqué. Antes de rebuscar en Junichiro Tanizaki o de sentir la oleada que ha supuesto la eclosión de Haruki Murakami, la novela japonesa no tenía muchos representantes de enjundia entre nuestros lectores. Por todo ello, esta lectura fue una iniciación, para mí, a muchas cosas.
     ¿Quién dijo que un escritor no debe nunca utilizar elementos autobiográficos? Lo leí una vez, en uno de esos estúpidos manuales que, supuestamente, te enseñan a hacer cosas. Ni caso. Kenzaburo Oé transforma una experiencia personal traumática en una catarsis maravillosa. El sentido de la deshumanización, curiosamente, hace del personaje un ser humano con toda su carga de emotividad y sentimentalidad. Su forma de contar es moderna, te relaciona con la urbanidad típica japonesa, pero también con la experiencia alienante del ser que se aísla, que es uno entre la multitud y cuyo mundo se puede derrumbar por una cuestión del destino o, simplemente, por una decisión mal tomada.
      Hay mucho de occidental en esta novela, como si la hubiese escrito Gore Vidal o Bukowsky, o el mismo Henry Miller, pero en un tono que casi pide perdón, con una sencillez y una desnudez de símbolos que llama la atención. Es clara y directa, plana, de esa nitidez kafkiana que te envuelve y que te enrolla en su laberinto particular.
     No tengo que dar indicaciones para afrontar esta lectura, puesto que la mentalidad japonesa nos llega, tenemos predisposición a entenderlos en otro contexto cultural, y eso ayuda a sobrellevarlos con nuestra acelerada versión de la comprensión intelectual, que en cualquier otro caso sería un obstáculo pero que la curiosidad natural de lo diferente hace que nos atraiga aún más.
     Absolutamente imprescindible. Novela que deja huella.
     Un abrazo.

MIENTRAS AGONIZO

  Mientras agonizo William Faulkner          Cada vez que encuentro una obra de Faulkner en cualquier tienda de segunda mano, mercadillo, o...