viernes, 24 de julio de 2020

LA SOMBRA DEL CLÁSICO



La sombra del clásico


     Jamás he sido un aficionado a los best sellers, la verdad, porque me parece que, en general, suelen nadar en la mediocridad, aunque, por supuesto, no andan exentos de ciertas virtudes. La lógica nos dice que un libro con mucha aceptación llega a la sensibilidad mayoritaria, por lo que tiene que bajar a las arenas para ser observado con calma. Tampoco quedarse en las esferas es sinónimo de calidad, por lo que no debemos confundirnos.
     Carlos Ruiz Zafón nos dejó hace poco. Una verdadera lástima para el mundo de la literatura, pero fundamentalmente para él, como hombre joven que era, y para su familia, por supuesto. Su obra cumbre, La sombra del viento, era una de esas obras que yo tenía en el catálogo de objetos perdidos. No sé si fue la noticia de su fallecimiento o, simplemente, era el momento, pero terminé cogiendo un ejemplar que mi pareja tiene en nuestra biblioteca. Mi hermana Esmeralda, y mi madre, lo leyeron hace tiempo con gran placer y yo, que soy un descreído en estas lides, solo hice caso a mi instinto y lo arrinconé.
     Estaba en lo cierto, pero no del todo. Zafón es un magnífico artesano de la novela, que construye las tramas como nadie, que escribe de manera ágil, sin repetirse, con gran sentido del giro, de la escenificación, que dramatiza a la perfección y que, seguramente, se ha dotado de una técnica precisa gracias a sus abundantes lecturas. Se puede detectar eso en su manera de tensar la cuerda de los personajes, en la forma que tiene de dibujar el contorno de la tragedia mientras nos hace pulular por derroteros imbricados, su descripción de los detalles más importantes, su ambientación. El folletín del siglo XIX, la novela clásica y hasta el novelón romántico están en esta obra.
     Pero no es un pastiche, no, es una criatura original, que da forma a una memoria personal (me atrevo a decir) de un tiempo que tenía escondido en el corazón, y eso lo hace auténtico y medido. Hasta aquí, los halagos.
     La sombra del viento es, también y como suponía, una historia preciosa que devora a los personajes, que están estereotipados hasta la extenuación (como debe ser, por otra parte, en una novela de corte clásico como esta), donde la anécdota lo es todo y donde la teatralización de los espacios no deja lugar a la cotidianidad de lo común, puesto que lo común se convierte en presencia obligatoria de un engranaje de la maquinaría total, que ha de rodar constantemente para mantener la intriga del lector y su atención. Esta forma de ganarse al lector está muy conseguida (lo ha hecho conmigo también) y dura hasta que se acaba la última página. Después de eso, nada queda.
     Yo soy (y perdonad la pedantería) de los que no aprecio una obra de arte que no me impresiona, al menos un poco, que no me deja un poso de sensibilidad, que no me plantea preguntas, que no me hace reír o llorar de verdad, no solo un instante. Cuando una bufonada es efectiva, la risa es inmediata, pero cuando hay sentido del humor, uno sonríe solo con recordar la obra, sin que haya un momento que lo declare con exactitud. Así con todo. Es una bruma que dejará una huella en el recuerdo y al que podremos volver, de vez en cuando, revisando y actualizando los sentimientos. 
     La obra de Zafón no es así. Una vez acabada, es un precipicio al vacío. Estará ahí, en el estante, pero no habrá una segunda oportunidad, porque lo que me podía dar, ya me lo ha dado. Hasta ahí. 
     La gran diferencia entre La sombra del viento y un clásico de verdad, es la absoluta épica de los sentimientos humanos que brotan de los personajes, la carga de universalidad que está en esas novelas, los mundos que los representan. Un culebrón venezolano no será nunca un clásico, si acaso de la televisión, pero de una calidad discutible, por mucho que lo traten de reivindicar como cultura popular. 
     No estaré en contra nunca de este tipo de productos, pero si llegan a tanta gente, repito, es porque muestran la superficie de lo sentimental. No es el caso de Zafón, también hay que decirlo, puesto que su trama alberga motivos que son originales y profundos: el mundo de los libros, el amor por las palabras y las vidas creadas, la dignidad de lo que se ama. Zafón no es como un guión de televisión, desde luego.
     Tras decir esto, me quedan un par de conclusiones: en un país donde la gente lee muy poco, como España, una novela como La sombra del viento se convierte en un best seller indiscutible, como en medio mundo, llegando a millones de lectores. Dan Brown, con su remedo de la historia, también hizo algo parecido. ¿Por qué, entonces, los grandes clásicos de la literatura producen pereza en los lectores, abandono, dejadez?
     Yo, que pertenezco al mundo de la educación, me pregunto si presentamos mal a Dickens, a Cervantes, a Balzac, a Twain, a London, a Stevenson, porque me resisto a creer que un adolescente de ahora, aunque viva en la urbanidad del siglo XXI, no se siente atraído por un bajel que cruza los siete mares en compañía de ladrones, piratas y seres de todo calado y condición, o que no se estremece ante la visión imponente de Moby Dick saliendo furioso de las aguas, o en las costas de una isla misteriosa, o conviviendo con el capitán Nemo, o al galope junto al Quijote. Porque la vida, al final, produce las mismas sensaciones viajando con Rocinante o en el interior de una ciudad futurista en Blade Runner.
     Reivindico las lecturas de todos aquellos que recrearon la emoción para nosotros, porque si el mundo quiere a Zafón, puede querer también a todos estos. Así lo deduzco de los resultados editoriales y del apego de los lectores por la visión a flor de piel. De este modo, seguramente, conseguiríamos, no solo que se lea más, sino también que se lea mejor. 
Un abrazo. 

miércoles, 22 de julio de 2020

LOS SIETE PILARES DE LA SABIDURÍA



Los siete pilares de la sabiduría.
T. E. Lawrence


     En ocasiones, las redes sociales sirven para algo. Alguien colgó, el otro día, una foto de Lawrence de Arabia, el de verdad. Aquellos ojos azules, el orgullo de su vestimenta del desierto, de las galas de oriente, y la mirada penetrante del aventurero. Se adivinaba un hombre tímido, pero determinado y muy inteligente. Su postura de caballero británico, transustanciado en árabe, con las manos blancas y finas, de hombre de letras, adivinaban lo poliédrico de su personalidad.
     Aquella foto despertó en mi memoria los días que pasé leyendo sus aventuras, entendiendo el porqué de sus incursiones en el desierto, de sus intimidades como militar y como político, que de algún modo llegó a ser. Esta obra, si fuera de ficción, atraería a millones de personas, descubriría mundos nuevos en este mundo, crearían debates públicos sobre la interacción de los hombres, separados por culturas, visiones de la vida, etc. Pero se trata de unas memorias, de una transcripción, más o menos literaria, de lo que esos ojos azules vieron, por dónde pasaron, qué experimentaron. 
     Son tiempos en los que el mundo aún estaba por descubrir (creo que comenté eso en facebook), en los que el hombre no se conocía a sí mismo y las distancias parecían galaxias en mitad del espacio y el tiempo. Son los tiempos de los piratas, de los expedicionarios al polo, de las grandes conquistas de las cumbres. Si alguien cree que esos tiempos desaparecieron, se equivoca. Existen, pero sobre otros desafíos: el conocimiento de la micro-vida, de la abolición del hambre y la desigualdad, del mantenimiento del planeta, del descubrimiento del espacio (fuera del planeta y en lo recóndito del mismo). 
      El camino aún sigue transitando por veredas que, frondosas, no muestran su punto de llegada. Y así ha de ser, porque lo importante es caminar. Lawrence pertenece a esa hornada de hombres que combatían la desidia con creatividad y acción, literatura, historia y guerra. Hombres como Calderón de la Barca, Christopher Marlowe, Winston Churchill, Ernst Hemigway, Arturo Pérez-Reverte y otros que, sin duda, no se quedan en el escritorio. Los escritores de esta índole no son mejores ni peores, pero tienen otro punto de vista, que les aparta del común de los mortales, porque han visto la sangre viva, la muerte, el esplendor de la naturaleza, la inmensidad de la existencia, y trasladan a nuestra imaginación, que es un pozo sin fondo, el estímulo necesario para hacerla volar, subir a los cielos.
     Leer a Lawrence debería ser materia de instituto, en cualquier caso, porque ayudaría a los chicos y chicas a entender en qué mundo viven, cómo los cambios determinan nuestra convivencia, qué peso tiene la historia y la cultura, de qué modo nuestra visión de las cosas puede alterar la cotidianidad más ínfima y particular y, sobre todo, de qué es capaz un solo hombre cuando sus ideas y sus manos se ponen a trabajar.
      Es uno de los mejores libros que he leído en mi vida, y he leído unos cuantos. Me parece un monumento a la humanidad, capaz de fascinar y de enseñar. Lawrence, un gran hombre en un mundo por construir. Un visionario, un hombre sencillo, un ser humano.
Un abrazo.

sábado, 18 de julio de 2020

EL CORSARIO NEGRO

EL CORSARIO NEGRO (Akal Clásicos de la Literatura nº 12) eBook ...

El corsario negro
Emilio Salgari


     Los clásicos lo son por algo. Emilio Salgari no vivió muy bien a costa de la literatura, pero causó un importante impacto en gran número de lectores, tal vez ávidos de nuevos mundos, de paisajes desconocidos, del exotismo de tierras y aventuras lejanas. Este tipo de obras pertenece a un subgénero que no descansa jamás, y que convoca a despertar las mentes, a disfrutar con el riesgo, con la naturaleza salvaje, la pasión de los hombres en sus más nobles sentimientos y sus más pequeñas bajezas.
     Leer a Salgari, a Stevenson, a London, es un ejercicio maravilloso de regresión a mi adolescencia, donde mi afición por la lectura creció a la sombra de los robinsones, los capitanes de navío, los piratas bondadosos, los tesoros perdidos, las aventuras de Julio Verne. 
     Hoy, al releer estos textos, uno se da cuenta de la cantidad de tópicos en los que incurre, del estilo predecible, de los lugares comunes, y sonríe al comprobar la inocencia que subyace en este tipo de lecturas: la búsqueda de un ser original del hombre, que está más allá de toda civilización o cultura, que busca la amplitud del espacio, la libertad más absoluta. También, son remarcables los datos que proporciona el escritor, preocupado de documentarse correctamente, la descripción de los paisajes, la fauna y la flora, los hechos del mar, los seres que lo habitan y las costumbres de la marinería.
     Son lecturas que transportan a mundos y formas que ya no existen, porque han desaparecido en la línea del tiempo. También son gentes que no volverán, donde no había buenos y malos sino honores, nobleza y deseos de enfrentarse a la verdad de los hechos, a la realidad de la codicia ajena, a las necesidades de venganza propias, al buen nombre de una espada.
     Salgari es universal porque llega a todos los corazones. Aún conservo ejemplares en versión cómic de las aventuras de Sandokan, probablemente su personaje más popular, y retengo en la memoria algunos momentos leyendo esas viñetas. Eran tiempos increíbles, donde tenía más importancia la imaginación que los fríos sucesos de lo cotidiano. Hoy, en el siglo XXI, al leer a Salgari, he descubierto que ese sentimiento de libertad aún subyace en mí, que el mar, la alta montaña, la naturaleza, el mundo frente al hombre desnudo y solitario, me siguen atrayendo y que soy el mismo que siempre fui.
     Por eso, los mundos de la novela de aventuras crean lectores para siempre, lectores que nunca mueren y que viven, constantemente, vagando. Es la emoción de leer.
Un abrazo.

miércoles, 15 de julio de 2020

LEYENDAS DE GUATEMALA

LEYENDAS DE GUATEMALA - MIGUEL ANGEL ASTURIAS | eBay

Leyendas de Guatemala
Miguel Ángel Asturias


     La inocencia del mito, lejos de ser infantil, parece provocadora, subversiva. El conocimiento del Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas, condicionó buena parte del conocimiento antropológico de Miguel Ángel Asturias, que se pasea por los seres originales de la existencia como si hubiera convivido con ellos, en un tiempo onírico tal vez. 
     Estas leyendas, breves como un chispazo, alternan la creatividad de los pueblos de la tierra con el arte, la artesanía, el folclore de la naturaleza, los cantos, las pieles de los animales, las voces, los sonidos y el alma de los ríos, el paisaje. Como si formásemos parte de todo ello, nos paseamos por intrincados laberintos del alma, donde los seres no son como los imaginamos, o como el estereotipo lo retiene en nuestra mente, sino que abarcan el ámbito de la imaginación. 
     La madre Tierra alberga las luchas, los enconos, los sueños de los seres, que conviven como en una lucha constante, que aman y que bregan con los otros seres: los silenciosos. Frutas, árboles, pájaros, cielo, componen la sinfonía de la cúpula celeste. 
     Asturias, como en Hombres de maíz, establece una línea de lenguaje barroco, de gran equilibrio entre los modismos americanos y la norma culta española. Su forma de estratificar los diálogos, las componendas de la tradición maya y el virtuosismo de los personajes descritos, conforma un árbol de genealogías paralelas, pero unidas por el tronco de la vida. Supone una forma de engrasar nuestra oxidada conciencia de hombres y mujeres de la era urbana. Los libros de este tipo nos retrotraen a los tiempos del primitivismo animal, del que procedemos pero que hemos olvidado, cargado de momentos en los que la inseguridad o la duda albergaba en nuestro corazón. Tiempos en los que amamos a quien no debíamos, odiamos con intensidad, luchamos con las manos o actuamos como impelidos por una pasión, y no por una razón.
     Son leyendas porque reflejan un mundo que no es, pero que cabe en nuestra imaginación más cercana. Porque cada lector puede identificar sentimientos íntimos en esos seres, en las relaciones que los conforman, y en las imágenes que, alguna vez, hemos visto en otro lugar y en otros congéneres. Pero también son leyendas porque deben ser leídas, como mensajes inacabables que irán transitando de generación en generación y que algún sabio, como Asturias, recuperará para que su ciclo continúe girando. La creación del universo encerrada en escenas de la cotidianidad; algo que valdrá, también, para la era del viaje espacial. Inimitable Asturias.
Un abrazo. 

sábado, 11 de julio de 2020

EL DIOS ESCORPIÓN

El dios escorpion: Amazon.es: Golding, William: Libros


El dios escorpión
William Golding


     La visión de unas piedras rupestres, de un entorno salvaje o de los hombres que viven en zonas deshabitadas nos provocan muchas preguntas, sobre todo a aquellos que vivimos en la llamada civilización moderna. El comportamiento de los seres humanos se manifiesta libre de cargas ideológicas y de principios morales cuando se enfrenta abiertamente a la naturaleza de sí mismo y de lo que le rodea. ¿O no siempre es así?
     En El señor de las moscas, sir William Golding afronta el problema de la tolerancia y del orden social, en un espacio hostil, en un tiempo de supervivencia y en una edad de la prevista inocencia. En este conjunto de tres relatos, también aborda la circunstancia del ser humano frente al mundo, el conocimiento de dios, de la infinitud, pero también de lo inmediato: el animal que ha de ser cazado, el peligro de los lugares escarpados, la lluvia, el viento, el nacimiento de nuevos seres, la competitividad dentro del grupo.
     Cuando uno lee a Golding quiere entender cuáles son las preguntas que le han ido taladrando la cabeza durante años. Un escritor como este, que se plantea el origen de las cosas, lo hace desde la incomprensión del mundo actual o, tal vez, desde la búsqueda de una respuesta al orden presente. ¿Somos muy diferentes del hombre del paleolítico? Eso es lo que parece decirnos en cada texto. Las comparaciones nos convierten en primitivos; lo somos cuando nos comunicamos con los demás, intentando imponer nuestras ideas; lo somos cuando vamos al supermercado y nos cabrea que una señora mayor se nos cuele en la carnicería; también, cuando un profesor nos informa negativamente sobre el comportamiento de nuestro hijo en el colegio, y su bajo rendimiento, y esto nos hace reaccionar frente a él, como un opositor, en vez de reflexionar sobre lo dicho y tratar de mejorar; somos primitivos cuando bebemos, cuando amamos, cuando perseguimos lo que queremos o cuando nos quejamos de lo mal que lo hacen los demás, sin comprometernos a mirar hacia dentro.
     La llamada civilización ha ido puliendo ciertos elementos del orden social, pero no otros, porque no podemos negar lo que somos: animales relacionales y depredadores. Golding lo sabe, y lo explica con parábolas de gran certidumbre, que nos dejan desnudos frente a la pequeña inmensidad que nos rodea. Sus fábulas son fascinantes, preciosistas, y devienen en pensamientos que nos liberan de la encerrona del día a día. Para dejar de ser como hamsters, que dan vueltas indefinidamente en el interior de sus norias, debemos leer y Golding es una propuesta maravillosa.
Un abrazo. 

miércoles, 8 de julio de 2020

BARTLEBY, EL ESCRIBIENTE

Bartleby, el escribiente - Alianza Editorial


Bartleby, el escribiente
Hermann Melville


     La crítica acepta el apelativo kafkiano a todo texto que, como este que presentamos, reúne ciertas condiciones: una situación absurda o un comportamiento inexplicable, la incomunicación de los individuos que participan, la inexistencia de una solución al problema planteado, la reflexión vital y existencial que provoca la historia, etc. Son lugares comunes que se circunscriben al adjetivo en cuestión. Melville, mundialmente conocido por su novela Moby Dick, fue un hombre que tuvo que lidiar con la vida y sus problemas, desde el principio. No fue un hombre documentado o instruido, que también, sino vivido. De hecho, sus aventuras en alta mar pueden ser registradas a través de sus textos, pero también sus experiencias en Wall Street o en los negocios de Nueva York, de donde era originario. 
     Este relato, corto e intenso, muestra la esencia de un hombre vacío. ¿Qué le ocurre a Bartleby, por qué se comporta así, quién es, en realidad? Para el lector, su cerrazón se convierte en machacona, irritante, provoca reacciones violentas, cansancio, hastío. Sin embargo, en ningún momento el escribiente pierde la calma, actúa como si no fuera con él la cosa, dando la espalda a las personas que le miran como a un bicho raro.
     Melville plantea un problema insoluble: ¿qué ocurre cuando un hombre ha dejado de vivir, pero no está muerto? Si ese hombre fuese capaz de discurrir, de reflexionar o, tal vez, de comunicarse con los demás, se establecería un diálogo, un intercambio de opiniones capaz de dilucidar algunas cosas. Hay gente que se deprime, que tiene un dolor del alma, que está dañada por la vida y que buscan desahogar sus penas. Se puede entender. Pero ¿qué hacemos con el sujeto que no expresa nada, que no actúa, que vegeta con la mirada perdida en el horizonte? ¿A dónde lleva esa mente? O mejor, ¿dónde se quedó esa mente?
     La reacción del protagonista, que tiene que soportar a Bartleby, es singular por cuanto que, al contrario de lo que cualquiera podría pensar, además de la impaciencia, el hartazgo y una cierta agresividad contenida, siente compasión por el escribiente. El narrador intenta entender al pobre chico cetrino, con la mirada perdida, que se niega a hacer nada, que se niega a vivir, que se enquista en su oficina de abogado.
     Bartleby es un mueble de cera, que ocupa espacios que no son suyos, que va invadiendo allí por donde pasa, que incomoda a los visitantes, que trastoca el mundo al que pertenece. Lo curioso de esto es que no hace nada para provocar esa sensación, solo permanece quieto. Todo el mundo espera de nosotros que actuemos, que respondamos a preguntas, que sonriamos, que hagamos comentarios absurdos de vez en cuando, para romper el silencio, o que, simplemente, saludemos al cruzarnos. Y Bartleby es un ser vivo que, percibido como tal, no hace nada que le haga parecer un ser vivo y, por lo tanto, molesta a quien lo contempla, provoca un rechazo.
     La incomunicación y la soledad están mal vistas porque, de alguna manera, desnaturalizan al ser humano, lo niegan. Este relato, visto con los ojos de un lector del siglo XXI es, inquietantemente, actual. Hoy, podemos observar cómo la gente se sienta en las terrazas de los bares a pasar el tiempo, juntos, mientras se dedican, en buena parte, a conversar con sus teléfonos móviles. Las máquinas están sustituyendo la interacción humana a pasos agigantados. Vemos el mundo a través de pantallas. Pues bien, Bartleby está mirando por los ventanales de la oficina, con la vista perdida, como un comensal que mira el móvil. El aislamiento, provocado por la falta de sentido que el hombre percibe en su mundo, es un abandono terrible. Sin embargo, el rechazo de los demás ante esta falta de convicción ¿no está más provocada por la disfunción del hábito, por la salida de la normalidad, por la rareza, más que por la triste apatía o el nihilismo del sujeto? Lo que nos aterra es lo extraño, lo que se sale de lo normal, aquello que no sabemos explicar o que nos plantea preguntas sobre nosotros mismos. ¿Estamos, realmente, de acuerdo con lo que hacemos, con lo que vivimos, con lo que aceptamos como vida? En el artículo dedicado a La caverna, de Saramago, hacíamos hincapié en algunas de estas cuestiones. Este relato, como esa novela, convierten la vida en un cuadro en perspectiva y la existencia en una duda. ¿Quiénes somos?
Un abrazo. 

LA CAVERNA

La caverna = A caverna (Punto De Lectura) (Spanish Edition): José ...


La caverna
José Saramago


     Mientras paseaba por las calles de Vélez Rubio, joya del norte de Almería donde residió, una vez, José de Espronceda, descubrí una desordenada librería de pueblo, como son las librerías de pueblo: un poco de todo, un poco de nada, pero donde siempre encuentras lo que buscas. Esto fue la semana pasada. Allí me compré algunos ejemplares, que casi parecían de segunda mano por su color amarillento: señal de que habían permanecido en los estantes durante años, sin que nadie se apiadara de ellos. De los tres, decidí comenzar a leer este, de Saramago, de quien solo había leído El evangelio según Jesucristo, obra que me fascinó en su día y de la que apenas recuerdo nada.
     Por supuesto, la lectura de Saramago siempre promete ser interesante pero, en este caso, supera con creces lo que se puede esperar de una novela convencional. Tiene todo lo que tiene que tener una obra creativa: interés, conocimiento del medio humano, intención de preguntar y reflexionar, divertimento, todo. No puedo expresar sintéticamente lo bien que me lo he pasado leyendo esta novela que, después de todo, nos pone ante la disyuntiva que el hombre, constantemente, ha de salvar: ¿cuál es el límite del mundo conocido y el mundo por venir? ¿Dónde quedan los principios que habíamos grabado a fuego y que el tiempo supera, uno a uno, hasta dejarlos en la ceniza? 
     El hombre y su volatilidad. Es un tema universal pero muy bien traído en el marco de la invasión constante que el mundo capitalista hace en la cotidianidad del sujeto, que se ve abocado a ser un náufrago en un mar cambiante y grueso. La técnica que usa Saramago en esta obra (prescindiendo de la separación de los fragmentos dialogados, integrándolos en el texto del narrador y alargando el episodio hasta que deja de fluir y comienza el capítulo nuevo, como una nueva escena que, en un largo plano-secuencia, se abandonará en su propio discurrir) hace que la lectura, mágicamente, se vaya sucediendo de una manera continua y que el receptor aprehenda la esencia de los personajes y de ese reducido mundo que, como si estuviera a la luz de la hoguera en una noche de tormenta, se muestra íntimo, secreto.
     Los personajes de esta novela son tremendamente humanos, hasta el punto de que su sencillez, su ordinaria vitalidad, captan la atención y el sentimiento de quien los está conociendo. Son capaces de transmitir su visión del mundo, que no pasa sino por la supervivencia material y sentimental de quien se ve arrastrado a dejar atrás todo aquello en lo que creía. La adaptación como forma de culturalidad, como concepto devorador que lo lleva todo a la evanescencia. De ahí que los protagonistas, en cierto modo, son robinsones que han de pechar con la naturaleza de las cosas y que encuentran en el amor (de un perro, de una hija, de un yerno, de una esposa, de un padre, de un amor tardío) la gran tabla de salvación de las penurias y el impulso definitivo de las soluciones.
     La vida sin ambages, como una premonición de lo que seremos algún día (si no lo somos ya). Saramago demuestra maestría en la sencillez, complejidad en lo cotidiano, inteligencia y cercanía. Da la sensación, leyendo La caverna, de que una abuela estuviese contándote el cuento de su familia, de su niñez, de otros tiempos que, aun siendo peores, hicieron lo mejor de nosotros mismos. Tal vez, sea un buen ejemplo para que los jóvenes valoren lo que otros construyeron, y de lo que hoy nos hemos beneficiado los demás, y, también, para reconocer que la inteligencia y la capacidad están, también, en las actividades más rudimentarias, puesto que el hombre da lo mejor de sí frente al entorno. En un mundo de nuevas tecnologías y de aparatos electrónicos, de lenguajes robotizados y de máquinas que invaden los viejos oficios, es bueno no olvidar que las manos de un hombre, dirigidas por un cerebro despierto, siempre serán el mejor instrumento jamás fabricado. Una novela de reconciliación y felicidad, sencilla felicidad.
Un abrazo. 

domingo, 5 de julio de 2020

Sinuhé, el egipcio.

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Sinuhé, el egipcio
Mika Waltari


     El libro que, finalmente, acabó leyéndose mi madre. Cuando hablamos de literatura histórica, en ocasiones, reducimos el término a obras compuestas con material bien documentado, donde los escenarios y los personajes, y sus tramas, se ajustan a la verdad certificada, y poco más. Se coge ese material, se fabula con los aspectos que aderecen un argumento archiconocido, y se reubican individuos y lugares, a gusto. Poco más. La mayor parte de las novelas históricas modernas parecen ser remedos de fragmentos de un libro anterior, transformaciones comerciales o visiones personales de asuntillos turbios intrahistóricos. Sin embargo, los grandes libros lo son por sí mismos, sin que se precise el caparazón de un encuadre de la historia oficial. Cuando este se da, no debería ocultar las debilidades de la estructura novelística, sino que ha de servir para engrandecer, cromar la historia contada. 
     Mika Waltari es una referencia, en este sentido, puesto que su creación, como el Sidartha, de Hermann Hesse, basta para granjearse un nombre como escritor. Esta es una novela cargada de detalles, de vida tras la vida, de relaciones humanas, de instituciones y civilizaciones que, como dice Arnold J. Toynbee, crecen, se extienden y mueren, como seres independientes. 
     Es un libro denso, recargado, pero no difícil de leer y muy ameno. Ayuda a entender cómo se organiza la humanidad, qué esconden los individuos como centro de su propio universo y cómo las estructuras, por grandes que sean, se entienden dentro del deseo de la humanidad misma en protegerse de los peligros. Al final, toda la historia demuestra que los grandes peligros están intrínsecos en el hombre mismo, de ahí que los desarrollos novelísticos de este caudal resulten extremadamente interesantes. 
     Dentro de la pléyade de escritores que han utilizado la historia como cimiento de su creación, en el sentido más conceptual del término (puesto que todo es historia, al fin y al cabo), Mika Waltari ofrece la seriedad, el aplomo, la palabra severa pero ligera, el discurso adusto, casi impersonal, que hace que el mundo fluya ante los ojos del lector, como si el tiempo, de veras, transcurriese.
     Finalmente, y después de mucho tiempo, mi madre acabó leyéndose a Sinuhé, un libro que, a pesar de su extensión, apreció mucho. Y si mi madre lo dice...será por algo.
Un abrazo. 

MIENTRAS AGONIZO

  Mientras agonizo William Faulkner          Cada vez que encuentro una obra de Faulkner en cualquier tienda de segunda mano, mercadillo, o...