sábado, 11 de julio de 2020

EL DIOS ESCORPIÓN

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El dios escorpión
William Golding


     La visión de unas piedras rupestres, de un entorno salvaje o de los hombres que viven en zonas deshabitadas nos provocan muchas preguntas, sobre todo a aquellos que vivimos en la llamada civilización moderna. El comportamiento de los seres humanos se manifiesta libre de cargas ideológicas y de principios morales cuando se enfrenta abiertamente a la naturaleza de sí mismo y de lo que le rodea. ¿O no siempre es así?
     En El señor de las moscas, sir William Golding afronta el problema de la tolerancia y del orden social, en un espacio hostil, en un tiempo de supervivencia y en una edad de la prevista inocencia. En este conjunto de tres relatos, también aborda la circunstancia del ser humano frente al mundo, el conocimiento de dios, de la infinitud, pero también de lo inmediato: el animal que ha de ser cazado, el peligro de los lugares escarpados, la lluvia, el viento, el nacimiento de nuevos seres, la competitividad dentro del grupo.
     Cuando uno lee a Golding quiere entender cuáles son las preguntas que le han ido taladrando la cabeza durante años. Un escritor como este, que se plantea el origen de las cosas, lo hace desde la incomprensión del mundo actual o, tal vez, desde la búsqueda de una respuesta al orden presente. ¿Somos muy diferentes del hombre del paleolítico? Eso es lo que parece decirnos en cada texto. Las comparaciones nos convierten en primitivos; lo somos cuando nos comunicamos con los demás, intentando imponer nuestras ideas; lo somos cuando vamos al supermercado y nos cabrea que una señora mayor se nos cuele en la carnicería; también, cuando un profesor nos informa negativamente sobre el comportamiento de nuestro hijo en el colegio, y su bajo rendimiento, y esto nos hace reaccionar frente a él, como un opositor, en vez de reflexionar sobre lo dicho y tratar de mejorar; somos primitivos cuando bebemos, cuando amamos, cuando perseguimos lo que queremos o cuando nos quejamos de lo mal que lo hacen los demás, sin comprometernos a mirar hacia dentro.
     La llamada civilización ha ido puliendo ciertos elementos del orden social, pero no otros, porque no podemos negar lo que somos: animales relacionales y depredadores. Golding lo sabe, y lo explica con parábolas de gran certidumbre, que nos dejan desnudos frente a la pequeña inmensidad que nos rodea. Sus fábulas son fascinantes, preciosistas, y devienen en pensamientos que nos liberan de la encerrona del día a día. Para dejar de ser como hamsters, que dan vueltas indefinidamente en el interior de sus norias, debemos leer y Golding es una propuesta maravillosa.
Un abrazo. 

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