miércoles, 8 de julio de 2020

BARTLEBY, EL ESCRIBIENTE

Bartleby, el escribiente - Alianza Editorial


Bartleby, el escribiente
Hermann Melville


     La crítica acepta el apelativo kafkiano a todo texto que, como este que presentamos, reúne ciertas condiciones: una situación absurda o un comportamiento inexplicable, la incomunicación de los individuos que participan, la inexistencia de una solución al problema planteado, la reflexión vital y existencial que provoca la historia, etc. Son lugares comunes que se circunscriben al adjetivo en cuestión. Melville, mundialmente conocido por su novela Moby Dick, fue un hombre que tuvo que lidiar con la vida y sus problemas, desde el principio. No fue un hombre documentado o instruido, que también, sino vivido. De hecho, sus aventuras en alta mar pueden ser registradas a través de sus textos, pero también sus experiencias en Wall Street o en los negocios de Nueva York, de donde era originario. 
     Este relato, corto e intenso, muestra la esencia de un hombre vacío. ¿Qué le ocurre a Bartleby, por qué se comporta así, quién es, en realidad? Para el lector, su cerrazón se convierte en machacona, irritante, provoca reacciones violentas, cansancio, hastío. Sin embargo, en ningún momento el escribiente pierde la calma, actúa como si no fuera con él la cosa, dando la espalda a las personas que le miran como a un bicho raro.
     Melville plantea un problema insoluble: ¿qué ocurre cuando un hombre ha dejado de vivir, pero no está muerto? Si ese hombre fuese capaz de discurrir, de reflexionar o, tal vez, de comunicarse con los demás, se establecería un diálogo, un intercambio de opiniones capaz de dilucidar algunas cosas. Hay gente que se deprime, que tiene un dolor del alma, que está dañada por la vida y que buscan desahogar sus penas. Se puede entender. Pero ¿qué hacemos con el sujeto que no expresa nada, que no actúa, que vegeta con la mirada perdida en el horizonte? ¿A dónde lleva esa mente? O mejor, ¿dónde se quedó esa mente?
     La reacción del protagonista, que tiene que soportar a Bartleby, es singular por cuanto que, al contrario de lo que cualquiera podría pensar, además de la impaciencia, el hartazgo y una cierta agresividad contenida, siente compasión por el escribiente. El narrador intenta entender al pobre chico cetrino, con la mirada perdida, que se niega a hacer nada, que se niega a vivir, que se enquista en su oficina de abogado.
     Bartleby es un mueble de cera, que ocupa espacios que no son suyos, que va invadiendo allí por donde pasa, que incomoda a los visitantes, que trastoca el mundo al que pertenece. Lo curioso de esto es que no hace nada para provocar esa sensación, solo permanece quieto. Todo el mundo espera de nosotros que actuemos, que respondamos a preguntas, que sonriamos, que hagamos comentarios absurdos de vez en cuando, para romper el silencio, o que, simplemente, saludemos al cruzarnos. Y Bartleby es un ser vivo que, percibido como tal, no hace nada que le haga parecer un ser vivo y, por lo tanto, molesta a quien lo contempla, provoca un rechazo.
     La incomunicación y la soledad están mal vistas porque, de alguna manera, desnaturalizan al ser humano, lo niegan. Este relato, visto con los ojos de un lector del siglo XXI es, inquietantemente, actual. Hoy, podemos observar cómo la gente se sienta en las terrazas de los bares a pasar el tiempo, juntos, mientras se dedican, en buena parte, a conversar con sus teléfonos móviles. Las máquinas están sustituyendo la interacción humana a pasos agigantados. Vemos el mundo a través de pantallas. Pues bien, Bartleby está mirando por los ventanales de la oficina, con la vista perdida, como un comensal que mira el móvil. El aislamiento, provocado por la falta de sentido que el hombre percibe en su mundo, es un abandono terrible. Sin embargo, el rechazo de los demás ante esta falta de convicción ¿no está más provocada por la disfunción del hábito, por la salida de la normalidad, por la rareza, más que por la triste apatía o el nihilismo del sujeto? Lo que nos aterra es lo extraño, lo que se sale de lo normal, aquello que no sabemos explicar o que nos plantea preguntas sobre nosotros mismos. ¿Estamos, realmente, de acuerdo con lo que hacemos, con lo que vivimos, con lo que aceptamos como vida? En el artículo dedicado a La caverna, de Saramago, hacíamos hincapié en algunas de estas cuestiones. Este relato, como esa novela, convierten la vida en un cuadro en perspectiva y la existencia en una duda. ¿Quiénes somos?
Un abrazo. 

1 comentario:

  1. Fabulosa descripción de este relato fascinante que conocí gracias a ti!

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