viernes, 24 de julio de 2020

LA SOMBRA DEL CLÁSICO



La sombra del clásico


     Jamás he sido un aficionado a los best sellers, la verdad, porque me parece que, en general, suelen nadar en la mediocridad, aunque, por supuesto, no andan exentos de ciertas virtudes. La lógica nos dice que un libro con mucha aceptación llega a la sensibilidad mayoritaria, por lo que tiene que bajar a las arenas para ser observado con calma. Tampoco quedarse en las esferas es sinónimo de calidad, por lo que no debemos confundirnos.
     Carlos Ruiz Zafón nos dejó hace poco. Una verdadera lástima para el mundo de la literatura, pero fundamentalmente para él, como hombre joven que era, y para su familia, por supuesto. Su obra cumbre, La sombra del viento, era una de esas obras que yo tenía en el catálogo de objetos perdidos. No sé si fue la noticia de su fallecimiento o, simplemente, era el momento, pero terminé cogiendo un ejemplar que mi pareja tiene en nuestra biblioteca. Mi hermana Esmeralda, y mi madre, lo leyeron hace tiempo con gran placer y yo, que soy un descreído en estas lides, solo hice caso a mi instinto y lo arrinconé.
     Estaba en lo cierto, pero no del todo. Zafón es un magnífico artesano de la novela, que construye las tramas como nadie, que escribe de manera ágil, sin repetirse, con gran sentido del giro, de la escenificación, que dramatiza a la perfección y que, seguramente, se ha dotado de una técnica precisa gracias a sus abundantes lecturas. Se puede detectar eso en su manera de tensar la cuerda de los personajes, en la forma que tiene de dibujar el contorno de la tragedia mientras nos hace pulular por derroteros imbricados, su descripción de los detalles más importantes, su ambientación. El folletín del siglo XIX, la novela clásica y hasta el novelón romántico están en esta obra.
     Pero no es un pastiche, no, es una criatura original, que da forma a una memoria personal (me atrevo a decir) de un tiempo que tenía escondido en el corazón, y eso lo hace auténtico y medido. Hasta aquí, los halagos.
     La sombra del viento es, también y como suponía, una historia preciosa que devora a los personajes, que están estereotipados hasta la extenuación (como debe ser, por otra parte, en una novela de corte clásico como esta), donde la anécdota lo es todo y donde la teatralización de los espacios no deja lugar a la cotidianidad de lo común, puesto que lo común se convierte en presencia obligatoria de un engranaje de la maquinaría total, que ha de rodar constantemente para mantener la intriga del lector y su atención. Esta forma de ganarse al lector está muy conseguida (lo ha hecho conmigo también) y dura hasta que se acaba la última página. Después de eso, nada queda.
     Yo soy (y perdonad la pedantería) de los que no aprecio una obra de arte que no me impresiona, al menos un poco, que no me deja un poso de sensibilidad, que no me plantea preguntas, que no me hace reír o llorar de verdad, no solo un instante. Cuando una bufonada es efectiva, la risa es inmediata, pero cuando hay sentido del humor, uno sonríe solo con recordar la obra, sin que haya un momento que lo declare con exactitud. Así con todo. Es una bruma que dejará una huella en el recuerdo y al que podremos volver, de vez en cuando, revisando y actualizando los sentimientos. 
     La obra de Zafón no es así. Una vez acabada, es un precipicio al vacío. Estará ahí, en el estante, pero no habrá una segunda oportunidad, porque lo que me podía dar, ya me lo ha dado. Hasta ahí. 
     La gran diferencia entre La sombra del viento y un clásico de verdad, es la absoluta épica de los sentimientos humanos que brotan de los personajes, la carga de universalidad que está en esas novelas, los mundos que los representan. Un culebrón venezolano no será nunca un clásico, si acaso de la televisión, pero de una calidad discutible, por mucho que lo traten de reivindicar como cultura popular. 
     No estaré en contra nunca de este tipo de productos, pero si llegan a tanta gente, repito, es porque muestran la superficie de lo sentimental. No es el caso de Zafón, también hay que decirlo, puesto que su trama alberga motivos que son originales y profundos: el mundo de los libros, el amor por las palabras y las vidas creadas, la dignidad de lo que se ama. Zafón no es como un guión de televisión, desde luego.
     Tras decir esto, me quedan un par de conclusiones: en un país donde la gente lee muy poco, como España, una novela como La sombra del viento se convierte en un best seller indiscutible, como en medio mundo, llegando a millones de lectores. Dan Brown, con su remedo de la historia, también hizo algo parecido. ¿Por qué, entonces, los grandes clásicos de la literatura producen pereza en los lectores, abandono, dejadez?
     Yo, que pertenezco al mundo de la educación, me pregunto si presentamos mal a Dickens, a Cervantes, a Balzac, a Twain, a London, a Stevenson, porque me resisto a creer que un adolescente de ahora, aunque viva en la urbanidad del siglo XXI, no se siente atraído por un bajel que cruza los siete mares en compañía de ladrones, piratas y seres de todo calado y condición, o que no se estremece ante la visión imponente de Moby Dick saliendo furioso de las aguas, o en las costas de una isla misteriosa, o conviviendo con el capitán Nemo, o al galope junto al Quijote. Porque la vida, al final, produce las mismas sensaciones viajando con Rocinante o en el interior de una ciudad futurista en Blade Runner.
     Reivindico las lecturas de todos aquellos que recrearon la emoción para nosotros, porque si el mundo quiere a Zafón, puede querer también a todos estos. Así lo deduzco de los resultados editoriales y del apego de los lectores por la visión a flor de piel. De este modo, seguramente, conseguiríamos, no solo que se lea más, sino también que se lea mejor. 
Un abrazo. 

1 comentario:

  1. Gracias por tu comentario y, sobre todo, por atreverte y adentrarte en el cementerio de los libros olvidados. Y aunque no te emocione más allá del momento, no dejes de leer "el juego del àngel" o la maravillosa "Marina". Porque algunos, como es mi caso, seguimos recordando su lectura con gran pasión. Ya que estás... ����

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