martes, 22 de diciembre de 2020

ANNA KARENINA

Anna Karenina (2012) - Filmaffinity 
 
Anna Karenina
León Tolstoi 
 
    Que en el siglo XIX un autor se atreviese a plantear el papel de la mujer en el orden social suponía una temeridad, un atrevimiento y un descubrimiento. Pasó con Flaubert o con Clarín, entre otros, y ayudó a remover las conciencias más retrógradas y las tradiciones más sólidas. Pero tampoco seamos románticos en exceso: ni Tolstoi, ni ningún otro, consiguió que el machismo institucionalizado cambiase sustancialmente (no hay más que ver cómo seguimos aún). Lo que sí podemos adivinar es el desencaje mental y personal de todos aquellos que leyeron la obra en su tiempo y, sobre todo, la mayor o menor afinidad con la lógica de los muchos aspectos que esta presenta.
    Las mujeres de estas novelas no son precisamente feministas, de hecho contribuyen al estereotipo marcado por la época. Sin embargo, sienten un deseo de libertad que las hace más independientes y, sobre todo, reelaboran el concepto de lo malo y lo bueno, siempre asistiendo a la moralidad católica preeminente. Se mueven en sociedades desarrolladas y fuertemente estructuradas y pertenecen a ámbitos (hay que resaltarlo) acomodados, como ocurre en La de Bringas, de Galdós, así que la revolución se hace más fácil, al estar el estómago lleno y la casa caliente.
    Empero, el significado del personaje de Karenina: hermosa, estilosa, culta y decidida, aunque también arrepentida (en parte por el resabio de la educación machista recibida), deseosa de un equilibrio no violento, altiva y orgullosa, a la vez que moderna, trasciende la época y los valores de la misma. Tolstoi convierte su símbolo, en comparación al resto de mujeres que van pululando por los salones de baile y los palacetes, en un ariete contra el sentimiento de superioridad de una parte de la sociedad aristocrática: esa que se arrebuja en su autocomplacencia y evita ser molestada por la verdad y la razón. 
    En un tiempo de revueltas sociales, de dimes y diretes filosóficos, de reinvención de los marcos económicos y culturales de convivencia, Anna, en su brillantez y su peligroso desenvolvimiento, coloca a los hombres (o lo que es lo mismo, a la civilización imperante) ante el espejo de su propia mediocridad. Karenin, el marido ultrajado, se muestra como un santurrón vengativo, en un principio, y frío y condescendiente, al final. Los hombres suspiran por sus mujeres, mientras estas demuestren estar a sus pies, consolarse con un susurro, esperar pacientemente en sus hogares, pero no escatiman conocer el mundo de fuera. Uno de los personajes, en un diálogo muy interesante, alude a la necesidad del hombre de mantener su independencia. Sin embargo, como era de esperar, esta misma independencia es impensable en las damas de alta alcurnia, supone una afrenta y una vulgaridad que tienen consecuencias graves: la exclusión y la marginalidad, así como la degradación ante los demás.
    Tolstoi utiliza la historia como marco para retratar a la nobleza rusa a la que él mismo pertenecía. Así, por los diferentes cuadros transitan hombres inflados de una vida vacía y aparente, mujeres retorcidas, guardianes de la fe y la moralidad, personajes desgraciados en medio del oropel y amores pasionales, unas veces disfrazados de romanticismo y, otras, de primitivismo y lascivia.
    Como todas sus obras, Tolstoi no se limita a un espacio concreto sino a la ampliación del orden costumbrista o folletinesco, como ocurre en Galdós o en Dickens, integrando reflexiones políticas, de orden social y, por supuesto, individual, puesto que los personajes van mostrando sus características y, con ellas, sus menudencias particulares.
    Esta obra permite el recorrido extenso por la Rusia que no pasaba frío, ni necesidades, y aunque Levin, en algún momento, intenta acercarse al carácter de los míseros, como una aproximación a la realidad trágica de la amplia población trabajadora explotada y en condiciones infrahumanas, lo cierto es que no pasa de una mera disquisición política. Tal vez, en este personaje, reflejase el autor su propia contradicción, su ánimo contrito. Leyendo su biografía, vemos cómo Tolstoi, noble y rico, disfrutó de la vida licenciosa y, después, evolucionó hacia el "karma" de la paz interior, lo que le llevó a rechazar los lujos y mimetizarse con los campesinos. Como intuimos en un Fray Luis de León, el deseo de Dios, de paz, de amor interior, lucha enconadamente con la pureza de los bajos instintos y la fuerza equilibradora de la intelectualidad. En esa contradicción unamuniana, Tolstoi se desliza hacia la novela universal.
Un abrazo. 
 
 

 

lunes, 14 de diciembre de 2020

EL GEÓGRAFO

 


El geógrafo
José F. Rodríguez


    Comenzaré por decir que, en realidad, me siento un poco avergonzado de incluir una de mis obras en la lista de recomendaciones. Sin embargo, cuando estoy convencido de la calidad de un producto literario, suelo defenderlo con argumentos justificables, y por lo tanto válidos. Y este es el caso, también, independientemente de que sea yo el autor y el crítico. Procuraré, por lo tanto, ser lo más austero posible.
    Cuando comencé a escribir este blog introduje el enlace de este libro (que se puede ver en "Proyectos personales", una de las secciones) con la esperanza de que, al menos, alguien lo leyera. No fue mía la idea de publicarla en Amazon porque no creo en este formato ni en sus posibilidades de distribución, por mucho que nos vendan que el acceso es universal a través de Internet (sobre el mundo editorial ya escribiré algún artículo más adelante). Pero una de mis hermanas se empeñó y ahí está.
    Esta es una novela que escribí hace mucho tiempo y que juega con los planos de la ficción, la realidad y los paralelismos históricos. Lo importante de las narraciones, y eso lo pongo en juego aquí, es que lo que ocurre en el instante es todo lo que ocurre, no importa de dónde vengas y a dónde vayas. Porque el tiempo es una cápsula de agua que explota, se deshace y vuelve a surgir del suelo, en un movimiento inacabable: un Sísifo trágico.
    Las historias de navegación, además, siempre han sido una de mis debilidades, ya que mi padre fue pescador, y mi abuelo también, con lo que los ingredientes básicos tienen mucho que ver conmigo, por supuesto. Esto no es nada original, pero sí aporta elementos de la personalidad del autor que dan autenticidad al desarrollo de lo que se cuenta.
    Es una novela densa, lo reconozco, aunque yo soy de los que tienen su sello personal y es difícil que pueda diluirlo, y es de esas obras en las que has de leer y leer y no mirar atrás, para comprender lo que realmente ocurre en la vida de los personajes. Hay una suerte de superposición de planos que puede confundir, en un principio, pero que luego da muchas alegrías. Confiad en mí.
    No creo que deba vender en este artículo las bondades de mi obra, aunque podría hacerlo, pero sí quiero añadir que contiene muchas de las cosas que considero importantes en una narración: el perspectivismo, la multiplicidad de voces, la búsqueda de un horizonte del ser humano, el amor, la tragedia, el teatro del mundo, la memoria. 
    Con todos estos ingredientes, hace muchos años, como digo, compuse esta obra coral que espero, para quien se atreva a leerla, suponga momentos intensos de reflexión, ocio y disfrute.
    Si alguien prefiere una versión pdf, en vez de una versión kindle, puedo proporcionársela. Mi correo para esto es sefran356@gmail.com. Atenderé a quien, amablemente, me solicite el texto original en versión electrónica. Por supuesto, es gratis. Sí agradecería, en todo caso, que se suscribieran al blog, para contar con más seguidores y que se difundan mejor estos contenidos, hechos con el mayor de los cariños. Gracias.
Un abrazo.

viernes, 11 de diciembre de 2020

LA FAMILIA DE ALVAREDA

 



La familia de Alvareda
Fermín Caballero


    Fuertemente identificada con los valores conservadores tradicionalistas y, no obstante, arraigada en el más intenso y teatralizado romanticismo, Cecilia Böhl de Faber, firmando como un hombre y haciendo honor a su visión estática de la mujer en sociedad, consigue sentar las bases de lo que luego será el realismo en la novela española. El propio Galdós se sintió heredero, entre otros, de esta gran escritora que, dejando a un lado lo reaccionario y maniqueo de sus ideas y el conductismo de su narrativa, consigue construir una historia que tiene el sabor del romancero, del folclorismo.
    En su técnica literaria hay elementos del folletín, costumbristas y políticos que se van desgranando, transparentes, a través de los cuadros que van conformando la trama. Las pasiones, exacerbadas, van colocando a los personajes en los extremos de una línea argumental que se cierra en sí misma. La tragedia se adivina desde el principio, y los condicionantes, también. La lógica reacción tensa y violenta viene determinada por los principios, por las palabras, que no son inocentes ni inofensivas. 
    Los perfiles, inflexibles, las posiciones sociales, inamovibles, las relaciones sociales, establecidas: la España que fuimos, la guerra de los egos, la intransigencia y la ceguera de una sociedad partida, quebrada por la ignorancia y un señorío mal entendido. La supervivencia por encima de la razón, el egoísmo y la radicalidad santurrona que embriagan el intelecto y arrinconan el progreso y la comprensión. Resulta paradójico que, a través de un cuadro tan cercano a la veracidad de muchos de los valores morales e intelectuales de su tiempo, Cecilia/Fernán muestre las fallas evidentes de un país arruinado, sometido a sus propias contradicciones que, de muchas maneras, ha condicionado a la sociedad que somos hoy, con sus débitos anacrónicos y sus fantásticas transformaciones. Y eso lo hace desde su convicción conservadora y pétrea irracionalidad, lo cual da mucho más valor a la historia.
    Toda exacerbación de los extremos acaba dejando en entredicho las posiciones más férreas, y esta novela no es una excepción. Su mundo está encerrado en los paisajes andaluces que la autora conoció (una de sus casas aún se conserva en Sanlúcar de Barrameda) y que contribuyó a extender un tópico mal entendido sobre el andalucismo. Sin embargo, hay luces en el cuadro tradicionalista de Cecilia Böhl de Faber: aquellas que representan la gran diferencia entre los seres oprimidos y los privilegiados, algo que puede verse en la novela realista de todos los tiempos, desde Francia hasta Rusia.
    Es un tipo de novela que puede resultar previsible desde la perspectiva actual, pero que guarda el sabor auténtico de la época, tanto por las confesiones políticas y morales de la autora como por el sentido de las relaciones humanas que los personajes desarrollan, y que muy bien podrían llevarse a las tablas en esos términos. 
    Teatralidad y adoctrinamiento, pero también acuarelas de un mundo que, sangriento y alejado del nuestro, aparentemente, remiten a ciertas ideologías del siglo XXI, trasnochadas aún y herederas de las divisiones humanas de entonces.
Hay que leer a las madres para entender a los hijos.
Un abrazo. 

jueves, 10 de diciembre de 2020

LA ESCUELA DE LA CARNE

 



La escuela de la carne.
Yukio Mishima


    Como en el caso de Kawabata, la segunda revisión de Mishima, ya un clásico japonés, ha traído muy buenas sensaciones. Es un escritor curioso este, muy curioso. Se revela como un defensor del tradicionalismo japonés frente a la invasión del costumbrismo occidental, del revisionismo urbanita norteamericano, de lo extranjero como fuente de convivencia. Y, no obstante, novelas como esta y, la ya analizada en este blog, Confesiones de una máscara, colocan a Mishima entre los mejores novelistas "norteamericanos" que he leído.
    Si fuera español, escribiría guiones como Almodóvar; si fuera norteamericano, tendría mucho que ver con Gore Vidal, y así podríamos seguir un rato. Porque esta novela, que tiene un ritmo magnífico y unos personajes muy bien dotados, se mueve en esa falsa madurez del adulto occidental, entre el redescubrimiento de sí mismo y de sus miserias y verdades, y la dura realidad que arrincona la ilusión. El mundo de fuera, el que nos rodea, no es hostil hasta que no trata de ser cambiado, o aprovechado en favor de uno mismo. El resto del tiempo es un decorado que mantiene ocupados los ojos.
    Mishima, al borde de la locura fascista, fue un personaje muy curioso, cuya vida tiene más de novelesca que su propia obra. Es un escritor capaz de ahogar, como personaje, al hombre y, como no, a su producción. Este desequilibrio, orillado por el lector atento y voluntarioso, no puede ensombrecer el placer de la lectura de una obra tan maravillosa como esta (que yo me zampé en una tarde frente al fuego, en un momento de placer indescriptible). Han bastado dos obras para convertir a Mishima en una de mis lecturas preferidas, por su cercanía a la modernidad y, a la vez, por su cuestionamiento del ser humano, su claridad de pensamiento, su compleja simplicidad en las formas. 
    Su maestro, Kawabata, que se movía en márgenes mucho más oscuros y atemporales (en el sentido neutro de la simbología universal, casi teatral, de las relaciones humanas), se presenta como clásico en las formas y muy personal, en el fondo. A diferencia de este, Mishima vive en un mundo contemporáneo, traspasado de otras consideraciones morales, vertidas sobre las convicciones largamente arraigadas con el fin de degradar el mundo establecido. 
    Si conocemos la trágica historia de Mishima, sorprende la manera en que es capaz de comprender y ajustar los principios de esta nueva sociedad a su propia moralidad de samurai. Y esto es así porque, por encima de todo, este autor usa la observación como medio artístico, sin imponer un concepto o una ideología (como ocurre con los clásicos decimonónicos: véase Cecilia Böhl de Faber, a la que analizaremos seguidamente). O no, al menos, directamente sino, más bien, utilizando las pretensiones y los fracasos de los protagonistas como catarsis para el lector.
    La tragedia en Mishima está en el juego de las apariencias y la realidad, que va más allá de la simple mentira que puede ser, o no, una carga para la conciencia humana. Detiene, como ocurre en La de Bringas, de Galdós, el camino a la felicidad de las personas y las convierte en una marioneta de sí mismas. En algún momento, los personajes de Mishima, no obstante, se liberan de tan pesada carga, porque en su experiencia han encontrado el medio para dialogar con el problema de esa aceptación. Cuando consiguen superar la dialéctica de la culpa, obtienen el premio de la paz, como un Zaratustra que ha escalado a la más alta cumbre, desde donde mirar la ciudad con otros ojos más abiertos.
    Mishima es un enorme y prodigioso novelista que, independientemente del mito personal, debe ser leído para dejarse traspasar el alma. Como una droga venenosa que, en pequeñas dosis, produce una aletargada alucinación, casi un sueño, del que volvemos fortalecidos y embriagados.
¿A que mola?
Un abrazo.

martes, 8 de diciembre de 2020

EL RUMOR DE LA MONTAÑA

 


El rumor de la montaña
Yasunari Kawabata


    En mi repaso a la literatura japonesa ya es la segunda vez que me tropiezo con Kawabata. Si bien la primera vez, mezcla de intensa introspección y belleza, ya me sorprendió, en esta segunda, el maestro nipón ofrece una historia cargada de fría sentimentalidad, en la que los convencionalismos, una vez más, restringen ciertas facetas del amor y el desamor, integradas en el hábito de vivir y compartir en espacios definidos. 
    Leyendo esta novela, que se lee con mucha facilidad por cierto, he recordado a José Luis Sampedro en La sonrisa etrusca. Cuando un anciano, además de hombre en una sociedad machista, se convierte en centro de la observación y en el eje sobre el que giran las transformaciones, las relaciones humanas se alteran de otro modo. Hay calma en la tensión, pero también hay un firme convencimiento de que las cosas no pueden destruirse porque sí, sin dar oportunidad a la remisión. En el caso de Sampedro, el protagonista representaba una cierta modernidad, pues presentaba un pensamiento más flexible y abierto que el del propio hijo. Sin embargo, con Kawabata, Shingo no renuncia a su tradicional manera de entender la maternidad, el matrimonio e, incluso, las posesiones sexuales. Pero intenta, desde su aislamiento interior (provocado, tal vez, por sus experiencias de la guerra, las pérdidas, el dolor y la enfermedad), evitar que la destrucción anide en su vida una vez más. Observa cómo las mujeres sufren, los maridos desaparecen (literalmente o solo emocionalmente), mientras el paisaje y los árboles permanecen, incólumes, a lo largo del tiempo. El tiempo que lo va corroyendo todo, hasta su propio rostro, es, también, fuente de sabiduría, de experiencia, y sabe comunicar lo que los hombres callan en medio de sus propias mezquindades.
    La libertad, el soplo de aire que les falta a los personajes, es desolador y tiñe de melancolía las conversaciones, las reuniones, los encuentros casuales. Hay tristeza y abandono en el mundo de Kawabata, quizá un reflejo de su propia personalidad, plomiza y ausente, pero hay, también, sutilmente, la esperanza de una reconciliación del ser consigo mismo. Y eso, al final, resulta dulce y encantador.
Las obras de este perfil suponen una mirada interior, pero no solo sino también la afirmación de que las realidades, frente al espejo, muestran ciertos matices que no pueden ignorarse. Sabemos, ciertamente, que en los detalles está la realidad de las cosas. Ignorarlo es esquinar la verdad, si es que hay alguna con tal nombre.
Un abrazo.

domingo, 6 de diciembre de 2020

TODO CUANTO AMÉ

 



Todo cuanto amé
Siri Hustvedt


    No es casualidad que me encanten los novelistas norteamericanos, o aquellos que escriben como ellos. Centrándose en las relaciones humanas, más allá de los elementos que re-hacen una normalidad caduca, siguen evitando el secretismo de las palabras huecas, siguen abriendo puertas y ventanas y dejando el paso de todo aquello que nos convierte en fraudulentos, libérrimos, vulnerables y bellos. La forma que tiene Hustvedt de estructurar todo esto, en torno al arte, la abstracción, la belleza y lo sórdido de una mente desorientada, encuentra una línea narrativa muy interesante que ahonda profundamente en los personajes, sin ahogar al lector en una amalgama de sentimientos insondables. 
    Quizá peca de efectismo en algunos tramos que son, fácilmente, prescindibles. De hecho, parece como si quisiera liquidar de un plumazo ciertos asuntos aunque, en cierto modo, es normal en una escritora que parece considerar lo importante de lo secundario y lo esencial de cuanto somos, más allá de algunos elementos anecdóticos (por serios que parezcan).
    Hustvedt es una escritora ampliamente reconocida que recupera los mitos literarios que se escondían en las novelas de Kerouac (o eso me lo parece), de la Beat Generation, en la manera en que circulan por sus vidas algunos personajes, pero también en la forma en que lo sórdido, la degeneración, consisten en una forma de amor encubierta, una debilidad más que envuelve al ser en su propio mundo, transformándolo y reubicándolo.
    Si las relaciones humanas se desarrollaran en el modo en que ella las describe, habría algo de inmortal en nosotros, de esencia que no muere. Visto a través de otros escritores como Camus, estas relaciones humanas son, simplemente, un residuo de la muerte que nos persigue, un tiempo añadido que no significa nada. Para quien no ha vivido en el circo emocional que Hustvedt describe, todo puede mostrarse como difícilmente asimilable, o novelístico. Lo cierto es que la vida es más literaria que la propia obra del hombre, como siempre se dice, aunque, no cabe duda, los novelistas suelen colocar las aristas de los personajes juntas, para que así impresionen mucho más al lector. En todo caso, la manera en que ella coloca las piezas hace que el conjunto fluya con enorme liquidez, sembrando de imágenes el paso del lector.
    Más allá de todos los merecimientos públicos, que casi siempre no significan nada, Hustvedt es novelista y tiene la mirada de la modernidad urbana norteamericana, que transmite con frialdad y con esperanza de fotógrafo: el objetivo quieto, recogiendo el paso del tiempo y anotando con calma lo que el tiempo destruye a su paso.
Muy recomendable.
Un abrazo.


MIENTRAS AGONIZO

  Mientras agonizo William Faulkner          Cada vez que encuentro una obra de Faulkner en cualquier tienda de segunda mano, mercadillo, o...