martes, 8 de diciembre de 2020

EL RUMOR DE LA MONTAÑA

 


El rumor de la montaña
Yasunari Kawabata


    En mi repaso a la literatura japonesa ya es la segunda vez que me tropiezo con Kawabata. Si bien la primera vez, mezcla de intensa introspección y belleza, ya me sorprendió, en esta segunda, el maestro nipón ofrece una historia cargada de fría sentimentalidad, en la que los convencionalismos, una vez más, restringen ciertas facetas del amor y el desamor, integradas en el hábito de vivir y compartir en espacios definidos. 
    Leyendo esta novela, que se lee con mucha facilidad por cierto, he recordado a José Luis Sampedro en La sonrisa etrusca. Cuando un anciano, además de hombre en una sociedad machista, se convierte en centro de la observación y en el eje sobre el que giran las transformaciones, las relaciones humanas se alteran de otro modo. Hay calma en la tensión, pero también hay un firme convencimiento de que las cosas no pueden destruirse porque sí, sin dar oportunidad a la remisión. En el caso de Sampedro, el protagonista representaba una cierta modernidad, pues presentaba un pensamiento más flexible y abierto que el del propio hijo. Sin embargo, con Kawabata, Shingo no renuncia a su tradicional manera de entender la maternidad, el matrimonio e, incluso, las posesiones sexuales. Pero intenta, desde su aislamiento interior (provocado, tal vez, por sus experiencias de la guerra, las pérdidas, el dolor y la enfermedad), evitar que la destrucción anide en su vida una vez más. Observa cómo las mujeres sufren, los maridos desaparecen (literalmente o solo emocionalmente), mientras el paisaje y los árboles permanecen, incólumes, a lo largo del tiempo. El tiempo que lo va corroyendo todo, hasta su propio rostro, es, también, fuente de sabiduría, de experiencia, y sabe comunicar lo que los hombres callan en medio de sus propias mezquindades.
    La libertad, el soplo de aire que les falta a los personajes, es desolador y tiñe de melancolía las conversaciones, las reuniones, los encuentros casuales. Hay tristeza y abandono en el mundo de Kawabata, quizá un reflejo de su propia personalidad, plomiza y ausente, pero hay, también, sutilmente, la esperanza de una reconciliación del ser consigo mismo. Y eso, al final, resulta dulce y encantador.
Las obras de este perfil suponen una mirada interior, pero no solo sino también la afirmación de que las realidades, frente al espejo, muestran ciertos matices que no pueden ignorarse. Sabemos, ciertamente, que en los detalles está la realidad de las cosas. Ignorarlo es esquinar la verdad, si es que hay alguna con tal nombre.
Un abrazo.

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