sábado, 26 de febrero de 2022

MIS VIAJES CON HERÓDOTO

 




Mis viajes con Heródoto
Ryszard Kapuscinski


    La Historia es una disciplina que nace en la antigua Grecia, cuando el centro de Europa pululaba por tierras asiáticas y la democracia se reducía a ciudades-estado. En este tiempo, viajar era casi una heroicidad, atravesando tierras inhóspitas sin ley, en espacios peligrosos y en civilizaciones bárbaras (en el sentido originario de la palabra, es decir, en el sentido de extranjeras, desconocidas). Cuando Kapuscinski, un periodista removido de la comodidad de su redacción por mor de circunstancias externas, se ve empujado a atravesar fronteras lejanas, llegando a lugares inesperados, la presencia de Heródoto entre sus pertenencias es una voz en la conciencia. 
    Kapuscinski descubre que el famoso historiador fue, en realidad, un reportero más: recopilando recuerdos de la gente del pueblo, voces de la intrahistoria (como diría Unamuno o como ya intuyó Alfonso X, el Sabio), documentos itinerantes, volátiles (que luego desaparecerían pero que dejarían eco en la obra del propio Heródoto), y restos del paso del tiempo en las huellas borrosas de los hombres. Como en una carrera contra el reloj y el olvido, la Historia se abre paso con las primeras dudas, los primeros titubeos y las certezas que suponen los hechos en la piel. Hay cosas que no pasan de largo, que dejan surco en la emoción: esta es una memoria imperecedera, universal, que transmite asuntos que se convierten en transversales a través de los acontecimientos, los hitos, los números.
    Se trata de una obra curiosa: un libro de viajes, por supuesto, pero también una conversación entre el protagonista y el libro de Heródoto, que se asoma, como un compañero de tránsito, en los caminos, en los trenes, los paisajes, las gentes, las dificultades. El hombre, como en la Historia, atraviesa la muerte, el silencio y el tiempo a lomos de la voz escrita, de los relatos íntimos y colectivos, los recuerdos. La memoria es una música que sigue incrustada en los valles, los montes, los ríos, el viento, como en la creencia de los aborígenes australianos, recogida en Los trazos de la canción, de Bruce Chatwin.
    Resulta sugerente y estimulante coger un ejemplar de este libro y meterlo en la maleta, sobre todo si se lleva en dirección a países poco hollados por el europeo medio: la India, Egipto, Mongolia... Soñar es interminable y hacer camino, un modo de construir la memoria de los que vendrán.
Un abrazo.




domingo, 20 de febrero de 2022

VENUS Y ADONIS.

 



Venus y Adonis
William Shakespeare


    A día de hoy no existen pruebas concluyentes de que fuera Christopher Marlowe, y no Shakespeare, quien escribiese este gran poema, lo que nos lleva a admitir que este último es uno de esos raros casos en los que el éxito artístico resulta estremecedoramente inesperado. Basta con leer su biografía para entender de lo que hablo. Algo así vemos en Miguel de Cervantes, cuya existencia parece ligada a la del inglés en muchos aspectos.
    En cualquier caso, la historia de Venus y Adonis no es exclusiva de Shakespeare, por supuesto, apareciendo en pintura y otras manifestaciones a lo largo del tiempo. Como tal, se establece dentro de los márgenes de lo más noble del arte y, por supuesto, es una expresión literaria culta y sofisticada. Leerla en inglés es musicalmente agradable, aunque esta traducción al español resulta cercana, en mi opinión, a los rasgos de una poesía que tiene unos límites prefijados, en cuanto a la rima, la estructura, la sonoridad o el léxico utilizado.
    Es un libro que se lee del tirón, y que representa fielmente lo que el mito nos cuenta. Encontramos, al tratarse de un texto lírico, elementos de intimismo y emocionalidad muy importantes y destacables, que llegan a conectar, como si de personajes vulgares se tratase, con la identificación individual del lector. Esa cercanía, amén de otros elementos paisajísticos o naturales del texto, invierten en Shakespeare el sentido elevado y cosmogónico de los mitos del pasado. 
    Con este tipo de literatura, el autor inglés pretende confeccionar una dimensión culta de su perfil de poeta que, junto con su admirada producción teatral, le encumbre a la historia, más allá de todo éxito comercial y lúdico de sus representaciones en vida. Y a fe que lo consigue.
    No se necesita una elevada formación para disfrutar del buen arte, solo una buena dosis de voluntad y de interés, lo que son condiciones mínimas de todo buen lector. Esta historia de amor, además, así adornada de las preciosas virutas diamantinas de la poesía, no resulta convencional: ni por el modo de presentarla, ni por los protagonistas, ni por la dirección que toman los acontecimientos. Por todo ello, se trata de un gran poema, de elevado contenido, que no prescinde del clímax de una buena trama romántica y que se retuerce en el nudo gordiano hasta revelar el fin primigenio de toda pasión: el sufrimiento engolado y dulzón que provoca el enamoramiento y sus consecuencias.
    Lo de la métrica, los versos, la técnica musical, y esas cosas, lo dejamos para otro blog de filología.
Un abrazo. 

sábado, 19 de febrero de 2022

VERLAINE. POESÍA COMPLETA.

 



Poesía completa
Paul Verlaine


    Son malos tiempos para la lírica, como diría aquel, pero nunca es tarde, si la dicha es buena, como dice el saber popular. Verlaine es uno de esos héroes cuya vida resulta apasionante, máxime cuando sus pasos están ligados a la mítica figura del joven Rimbaud. Es esta una época de enormes poetas, de grandes cantores, donde el parnasianismo o el simbolismo sirven de catalizadores de lo que se llamó el "fin de siglo". Y los decadentes, con París como escenario, sirvieron de dioses terrenales a la imaginación de Rubén Darío, a los jóvenes hermanos Machado, al Juan Ramón Jiménez más femenino o a los grandes artistas de la "torre de marfil". La huella de esta poesía llega hasta las letras de Héroes del Silencio (Bunbury afirmó ser lector de estos bardos), o hasta los ecos de la pintura que crea los albores de la modernidad. 
    Simbolismos, vanguardias y todo lo que huya de lo representativo se unen a las brisas del viejo y evanescente Romanticismo, tan efímero como intenso, para acariciar los modos del arte puro, de la palabra excelsa. Sin embargo, hay mucha vida, tanta como en Baudelaire o en la novela de Rafael Cansinos, en los experimentos de Gómez de la Serna o en la poesía de Pedro Garfias. En cierta manera, todos son deudores de la explosión de la poesía francesa, de su lenguaje recargado, que enlaza con la mitología o con el lenguaje de la vieja cultura (omnipresente en el Renacimiento e, incluso, en el siglo de las Luces). No obstante, estos hombres son capaces de crear una visión propia, un código nuevo, que no se desdice de lo aprehendido, pero que sella un tiempo de demiurgos, de héroes frente a la incomprensión, de rechazo a lo establecido.
    En realidad, los poetas viven al margen, exiliados del mundo, conscientes de que despiertan animadversiones entre la burguesía recalcitrante o en las clases conservadoras finiseculares, tradicionales e inmovilistas. Esta existencia de outsiders, de apátridas, es propia de los endiosados gurús de la nueva cultura norteamericana: Kerouac, Ginsberg, Bukowski o los Burroughs, Baudelaire, en el viejo continente. Solo desde la defensa del poeta como gran creador de la realidad se pueden entender estos versos. Solo así, además, podemos disculpar (si es que tenemos autoridad para hacerlo) los desmanes de una generación de grandes talentos, aunque de difícil socialización.
        Para quien no se haya acercado a este tipo de poesía, puede resultar un tanto distante, en ocasiones, aunque habría que buscar puntos de apoyo que consigan familiarizarnos con los recovecos de un estilo de vida determinado: parecido, si se quiere, o que recuerda al Max Estrella del Callejón del Gato. Es lo propio de un Alejandro Sawa, de los músicos de la movida madrileña de los 80 en España, del boom de la heroína que enganchó a grandes artistas como Eric Clapton, de los desfases conocidos (o desconocidos) de un genial Fredie Mercury. 
    Pero el atractivo de Verlaine no está en su imagen de decadente borracho durmiendo en el banco de un café en París, o disparando, como amante despechado, a un adolescente Rimbaud, o repudiado por su esposa justificadamente, sino en la potencia artística y humana de sus universales versos que, como un melancólico otoño, nos tocan con su languidez característica y hermosa.
Un abrazo. 

viernes, 11 de febrero de 2022

LOS NIÑOS TERRIBLES

 


Los niños terribles
Jean Cocteau


    Hay personas que traspasan sus propias obras. Algunos, como Rimbaud, porque su vida en sí es una novela; otros, como Baudelaire, porque se funden con el lado oscuro de la existencia. Luego está Cervantes, o Calderón, cuyas vidas son un renglón aparte. Pero eran tiempos épicos aquellos, de un modo u otro. 
    Cocteau es un gran artista, en todos los sentidos. De hecho, yo lo conocía a través del cine y me llamó la atención en la librería, lugar donde no acababa de ubicarlo. Es verdad que novelizar o transformar en cuento moderno las experiencias personales, no es asunto nuevo. Ni siquiera parece muy original, por principio, pero no siempre que se hace conlleva la extraordinaria conjunción de tan múltiples perspectivas plásticas o lingüísticas. 
    El recuerdo de la infancia en el barrio, las casas alrededor, que aluden a un cierto determinismo, entroncan con esa melancolía sociológica de Buero Vallejo o Lauro Olmo. La visión del héroe idealizado, el platonismo de los niños, el mensaje embotellado en un rostro atractivo, en unos ojos pérfidos e inteligentes. Y la vida que se perdió, degradada por el paso del tiempo y la memoria, sobre las pieles de los hombres y mujeres que fueron transformándose, oxidándose con cada respiración, para luego, irreconocibles, ahogar los amores. 
    El viento que, como agujas del reloj, abofetea el rostro. Hay espejos que deberían ser extirpados, como una enfermedad. Cocteau, sin embargo, no parece que regrese a esos días desde el anhelo o la melancolía (no más, al menos, que lo que merece el retrato fiel, arborescente, de lo urbano envejecido y felizmente mísero). Es una infancia pintada en lo extraordinario, desde lo común del sentimiento que brota a flor de piel: la amistad animada y sincera, los primeros amores, el desdecir del corazón que pronto llega, etc.
    Para quien no conoce el cine de Cocteau, que es una de sus manifestaciones más destacadas, puede que este sea un libro iniciático. Para los que están algo familiarizados con su halo creativo, descubrirán en él al niño prodigio, al enigmático personaje de novela, al infante terrible de la Francia que todos amamos en la distancia, como un Parnaso siempre moderno, el paraíso al que regresar desde la huida de todo lo mediocre que nos rodea.
    Puede que te ayude a reconciliarte contigo mismo y a rebuscar en los papeles que, aún, conservas siempre perdidos.
 Un abrazo.

viernes, 4 de febrero de 2022

LOS PASOS PERDIDOS

 



Los pasos perdidos
Alejo Carpentier


    En toda novela artística se producen varios fenómenos: por un lado, la capacidad casi prodigiosa de desarrollar el lenguaje hasta sus últimas consecuencias y, por otra, la sensación de que el autor/a condensa el sentido de lo humano en una sola historia. Pasa con Cien años de soledad o con Ulises, por poner ejemplos concretos, donde la trama en sí no lo es tanto, como he dicho muchas veces, sino que se convierte en una cosmogonía completa. Absurdamente, determinados lectores no se acercan a estas lecturas porque "no enganchan" o porque las consideran alejadas del público, egocéntricas, resultado del ejercicio que alimenta la vanidad del creador. 
    Sin embargo, son estas las obras que crean afición, toda vez que el lector ha decidido serlo, directa o indirectamente, porque descubren el fondo de sí mismo. Lo humano, en su máxima trascendencia, transcurre a través de la peripecia vital de personajes que, en su conformación, se aproximan bastante a lo que consideramos héroes, si es que esa denominación no ha sido contaminada por el lenguaje belicista o del cómic. 
    Indiscutiblemente, no descubro nada si hablo elogiosamente de Carpentier, de quien todo el mundo puede conocer, o haber leído, El reino de este mundo o El siglo de las luces. En esta obra, no obstante, aparece el melómano, el artista refinado, el hombre culto y de mundo, el viajero, aquel que ha buscado las raíces de su esencia vital en la historia, el contexto que le ha tocado vivir y el que configura su memoria cultural. Esta novela es un viaje hacia el interior de la antropología, un redescubrimiento del saber que, años ha, desapareció entre la amalgama de los hechos.
    Se disfruta como se puede disfrutar de una buena ópera, de un concierto de guitarra clásica o de un disco de jazz, con el convencimiento y la pasión, con el equilibrio justo de la bondad intelectual y la apertura mental: sin los prejuicios de la falta de tiempo, de la premura diaria. Porque leer a Carpentier requiere de la dedicación que todo lo bueno exige. En estos momentos en que escribo, acompañando mis reflexiones del eco del concierto nº 1 para piano de Lizst, percibo las luces que desprenden estas páginas. Me sorprende la finura en la formación de los personajes, el relieve de los paisajes, la crudeza de las imágenes y la maravillosa visión de los haces musicales que impregnan todo el viaje que aquí se describe.
    No puedo sino recomendar siempre, y con vehemencia, lecturas como esta que, lejos de modas o formalismos utilitaristas, se encuadra en la universalidad de lo literario, de lo verdaderamente apreciable con ese nombre y que se convierte en inmortal.
Un abrazo. 

MIENTRAS AGONIZO

  Mientras agonizo William Faulkner          Cada vez que encuentro una obra de Faulkner en cualquier tienda de segunda mano, mercadillo, o...