sábado, 19 de febrero de 2022

VERLAINE. POESÍA COMPLETA.

 



Poesía completa
Paul Verlaine


    Son malos tiempos para la lírica, como diría aquel, pero nunca es tarde, si la dicha es buena, como dice el saber popular. Verlaine es uno de esos héroes cuya vida resulta apasionante, máxime cuando sus pasos están ligados a la mítica figura del joven Rimbaud. Es esta una época de enormes poetas, de grandes cantores, donde el parnasianismo o el simbolismo sirven de catalizadores de lo que se llamó el "fin de siglo". Y los decadentes, con París como escenario, sirvieron de dioses terrenales a la imaginación de Rubén Darío, a los jóvenes hermanos Machado, al Juan Ramón Jiménez más femenino o a los grandes artistas de la "torre de marfil". La huella de esta poesía llega hasta las letras de Héroes del Silencio (Bunbury afirmó ser lector de estos bardos), o hasta los ecos de la pintura que crea los albores de la modernidad. 
    Simbolismos, vanguardias y todo lo que huya de lo representativo se unen a las brisas del viejo y evanescente Romanticismo, tan efímero como intenso, para acariciar los modos del arte puro, de la palabra excelsa. Sin embargo, hay mucha vida, tanta como en Baudelaire o en la novela de Rafael Cansinos, en los experimentos de Gómez de la Serna o en la poesía de Pedro Garfias. En cierta manera, todos son deudores de la explosión de la poesía francesa, de su lenguaje recargado, que enlaza con la mitología o con el lenguaje de la vieja cultura (omnipresente en el Renacimiento e, incluso, en el siglo de las Luces). No obstante, estos hombres son capaces de crear una visión propia, un código nuevo, que no se desdice de lo aprehendido, pero que sella un tiempo de demiurgos, de héroes frente a la incomprensión, de rechazo a lo establecido.
    En realidad, los poetas viven al margen, exiliados del mundo, conscientes de que despiertan animadversiones entre la burguesía recalcitrante o en las clases conservadoras finiseculares, tradicionales e inmovilistas. Esta existencia de outsiders, de apátridas, es propia de los endiosados gurús de la nueva cultura norteamericana: Kerouac, Ginsberg, Bukowski o los Burroughs, Baudelaire, en el viejo continente. Solo desde la defensa del poeta como gran creador de la realidad se pueden entender estos versos. Solo así, además, podemos disculpar (si es que tenemos autoridad para hacerlo) los desmanes de una generación de grandes talentos, aunque de difícil socialización.
        Para quien no se haya acercado a este tipo de poesía, puede resultar un tanto distante, en ocasiones, aunque habría que buscar puntos de apoyo que consigan familiarizarnos con los recovecos de un estilo de vida determinado: parecido, si se quiere, o que recuerda al Max Estrella del Callejón del Gato. Es lo propio de un Alejandro Sawa, de los músicos de la movida madrileña de los 80 en España, del boom de la heroína que enganchó a grandes artistas como Eric Clapton, de los desfases conocidos (o desconocidos) de un genial Fredie Mercury. 
    Pero el atractivo de Verlaine no está en su imagen de decadente borracho durmiendo en el banco de un café en París, o disparando, como amante despechado, a un adolescente Rimbaud, o repudiado por su esposa justificadamente, sino en la potencia artística y humana de sus universales versos que, como un melancólico otoño, nos tocan con su languidez característica y hermosa.
Un abrazo. 

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