viernes, 4 de febrero de 2022

LOS PASOS PERDIDOS

 



Los pasos perdidos
Alejo Carpentier


    En toda novela artística se producen varios fenómenos: por un lado, la capacidad casi prodigiosa de desarrollar el lenguaje hasta sus últimas consecuencias y, por otra, la sensación de que el autor/a condensa el sentido de lo humano en una sola historia. Pasa con Cien años de soledad o con Ulises, por poner ejemplos concretos, donde la trama en sí no lo es tanto, como he dicho muchas veces, sino que se convierte en una cosmogonía completa. Absurdamente, determinados lectores no se acercan a estas lecturas porque "no enganchan" o porque las consideran alejadas del público, egocéntricas, resultado del ejercicio que alimenta la vanidad del creador. 
    Sin embargo, son estas las obras que crean afición, toda vez que el lector ha decidido serlo, directa o indirectamente, porque descubren el fondo de sí mismo. Lo humano, en su máxima trascendencia, transcurre a través de la peripecia vital de personajes que, en su conformación, se aproximan bastante a lo que consideramos héroes, si es que esa denominación no ha sido contaminada por el lenguaje belicista o del cómic. 
    Indiscutiblemente, no descubro nada si hablo elogiosamente de Carpentier, de quien todo el mundo puede conocer, o haber leído, El reino de este mundo o El siglo de las luces. En esta obra, no obstante, aparece el melómano, el artista refinado, el hombre culto y de mundo, el viajero, aquel que ha buscado las raíces de su esencia vital en la historia, el contexto que le ha tocado vivir y el que configura su memoria cultural. Esta novela es un viaje hacia el interior de la antropología, un redescubrimiento del saber que, años ha, desapareció entre la amalgama de los hechos.
    Se disfruta como se puede disfrutar de una buena ópera, de un concierto de guitarra clásica o de un disco de jazz, con el convencimiento y la pasión, con el equilibrio justo de la bondad intelectual y la apertura mental: sin los prejuicios de la falta de tiempo, de la premura diaria. Porque leer a Carpentier requiere de la dedicación que todo lo bueno exige. En estos momentos en que escribo, acompañando mis reflexiones del eco del concierto nº 1 para piano de Lizst, percibo las luces que desprenden estas páginas. Me sorprende la finura en la formación de los personajes, el relieve de los paisajes, la crudeza de las imágenes y la maravillosa visión de los haces musicales que impregnan todo el viaje que aquí se describe.
    No puedo sino recomendar siempre, y con vehemencia, lecturas como esta que, lejos de modas o formalismos utilitaristas, se encuadra en la universalidad de lo literario, de lo verdaderamente apreciable con ese nombre y que se convierte en inmortal.
Un abrazo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

MIENTRAS AGONIZO

  Mientras agonizo William Faulkner          Cada vez que encuentro una obra de Faulkner en cualquier tienda de segunda mano, mercadillo, o...