jueves, 28 de enero de 2021

EL MARINERO QUE PERDIÓ LA GRACIA DEL MAR

 


El marinero que perdió la gracia del mar
Yukio Mishima


    En esta revisión que estoy haciendo de los clásicos de Mishima, esta es una obra menor, lo que no significa que lo sea por su calidad literaria intrínseca. Cuando los críticos utilizamos este tipo de términos nos referimos, más bien, a ejercicios literarios intensos pero carentes de la complejidad de otros, que por su amplitud de miras abarcan otros conceptos y otros mundos más grandes. Nada más.
    Tengo la intención de seguir leyendo a Mishima en el futuro más próximo (de hecho tengo una obra entre manos y otra esperando), porque con él me pasa como con Bukowski, que me ofrece matices de la realidad que me gustan y exploraciones de la mente y del comportamiento que están muy bien narradas y que, claro, son extremadamente interesantes. 
    En esta novela, las relaciones humanas pasan por el filtro de un ser "incompleto": un adolescente-niño que quiere ser adulto, que quiere distinguirse del mundo, crear uno propio y que, no obstante, es incapaz de asimilar que el mundo de sus predecesores aún vive, tiene esperanzas, horizontes y vida. Los mundos del pasado, identificados con personas que nos rodean a los que, alguna vez, hemos menospreciado por creernos mejores, más modernos o más inteligentes, constituyen la base, paradójicamente, de lo que somos. Es por esto que el conflicto entre lo antiguo y lo moderno, en el caso de las relaciones humanas más cercanas, atiende a valores que han de sobrevivir o extinguirse, sin término medio. Es Saturno devorando a su hijo, o es el hijo matando al padre. Sin paliativos.
    Hay muchas cosas que extraer de esta novela. Por ejemplo, ¿estamos preparados para aceptar de alguien que ya hemos identificado, al que hemos etiquetado, del que tenemos una imagen memorizada, la posibilidad de que cambie, de que ofrezca una imagen distinta, una vida diferente y, tal vez, que no nos guste? Cuando alguien se separa de su marido o esposa, cuando alguien se descubre homosexual o cuando, a la vejez, muestra que le gusta travestirse o la música clásica, habiendo ido de heavy en su juventud, eso supone un golpe muy fuerte a nuestro sentido del mundo, cambia nuestra perspectiva. Y por ello, la mayoría de las veces, por muy flexibles que nos creamos, nos cuesta aceptar que el mundo cambia o que, de hecho, nunca fue como creímos. 
    El peligro está en la cantidad de "salvapatrias" que existen, en las buenas intenciones. Sálvenos dios de las buenas intenciones. La gente que intenta devolvernos al redil, mostrarnos el camino, hacer de nosotros ciudadanos modelos, etc., toda vez que ya hemos demostrado un cierto sentido crítico o un espíritu individual, lo único que pretende es que no le cambiemos el mundo. Porque, en el fondo, tienen miedo a la revolución de sus propias estructuras, tienen miedo de sí mismos. ¿Qué ocurre cuando esto le pasa a un adolescente? Que se puede provocar una situación muy peligrosa: nos podemos convertir en antagonistas, en símbolos beligerantes de un mundo retrógrado que se resiste a morir. Los adolescentes, los jóvenes, los que empiezan a vivir conscientemente, están desarrollando sus propias estructuras sociales, ideológicas, humanas, en cuyo caso, a veces se comportan como una ola que lo arrastrara todo. La reflexión no es un instrumento de las revoluciones, sino una manera de detener el impacto que supone la creación, la re-creación del mundo, una vez producida. El hombre solo se para a pensar una vez que ha apretado el gatillo.
    Y esto es lo que vivimos en esta novela: el intento de destrucción de mundos que nos incomodan, de personas que representan la debilidad, frente a la fortaleza de una juventud que quiere ser ella misma (aunque no sabe cómo ni por qué, ni para qué), que se siente agraviada por haberse visto desplazada de su propio espacio, invadida.
    Leyendo esta novela he pensado en los hijos con padres separados, en las nuevas parejas de estos, en los espacios compartidos por los "intrusos" en la vida de esos jóvenes, en las reacciones mentales de los mismos y, sin llegar al caso extremo de los personajes de Mishima, en las posibilidades que esto ofrece como casuística de nuestros propios demonios y fantasmas. 
    Como digo, una obra menor, pero muy grande, en algunos aspectos específicos de su materia.
Un abrazo.


viernes, 22 de enero de 2021

LA CARRETERA

 


La carretera
Cormac McCarthy


    Cuando me llevé este libro del estante, hará un par de semanas, prometo que no lo localizaba. Fue una compañera de trabajo la que me comentó que había sido adaptada al cine. Y entonces recordé que había visto un trailer con Viggo Mortensenn a la cabeza. La verdad es que no presto mucha atención a estas cosas y esa película no me despertaba nada especial. Supongo que me aburren un poco los temas apocalípticos, salvo cuando están encubiertos de una cotidianidad que sí parece afectarnos en la actualidad, y que no aluden a un futuro potencialmente cercano.
    Sin embargo, y como los escritores norteamericanos me gustan mucho (siento ser pesado en esto, pero es una simple aclaración esta vez), cogí el libro porque el tema, en el espacio novelesco, sugería un estilo determinado que sí me interesaba. Y no me equivoqué. 
    Cormac McCarthy sabe lo que se hace. Seguramente porque, como afirman, fue vagabundo durante un tiempo. No obstante, las vivencias personales no siempre son la garantía de una buena construcción artística, máxime cuando condicionan en exceso el detalle y el fundamento de los contenidos. En este caso, queda claro que su forma de narrar se cocina a partir de elementos muy parcos y grises. Y ese minimalismo, la manera en que tiene de incluir los diálogos y las escenas, cargado de dinamismo y flexibilidad, lo hacen muy legible y directo, a la vez que conciso, sin que eso perjudique la gran cantidad de símbolos y matices que implica. 
    Centralizar el fin del mundo conocido en la epopeya moderna de un padre y un hijo tiene más sentido que nunca: es el amor incondicional el que nunca se deja atrás y el que hace elevarse el edificio de la humanidad. McCarthy parece estar diciéndonos que mientras exista el amor, existe el hombre. Y no le falta razón. 
    En su debe, anotaremos algo que no me ha gustado particularmente: el final de la historia. Lo planteado por este novelista para terminar con el viaje iniciático del joven, una vez que el padre ya no está con él, resulta extremadamente simple, resolutivo y extraordinario, a tenor de los obstáculos que la trama va colocando frente a los personajes. Hay que decir, sin embargo, que las historias que recrean las grandes hazañas del hombre (o se las inventan, directamente) buscan cerrar el ciclo con un final feliz, esperanzador, que ofrezca un horizonte a los lectores, más que a los personajes. Este puede ser el sentido de esta coda. A pesar de ello, y perteneciendo a una época prosaica, en palabras de Hegel, esperaba que este tipo de escritor hubiese imaginado un final menos "fácil".
    En resumen, esta novela ofrece muchos incentivos puesto que desnuda experiencias que, alguna vez, hemos podido experimentar, aunque sea vagamente o en la superficie: el hambre, el frío, la soledad, el miedo. Por encima de todo, este tipo de sentimientos sostienen la categoría de la personalidad del individuo, que luego enmascaramos de un montón de utilidades intelectuales aunque es lo que, rascando, encontraríamos en nosotros en los momentos de desolación o frente a la vida misma, en su pétrea frialdad.
    Me parece una lectura interesante, ágil, de la que se aprende mucho, que deja un poso y, por tanto, altamente recomendable, amena y divertida de seguir, por lo intensa y veraz.
Un abrazo.

miércoles, 20 de enero de 2021

VIAJE AL FIN DE LA NOCHE

 



Viaje al fin de la noche
Louis Ferdinand Céline


    Después de muchos años, releo esta maravilla con la mente en blanco, sin esperar nada a cambio, sin acordarme de nada de lo que había experimentado anteriormente. Leo algunos comentarios sobre el autor y me viene a la memoria su perfil de pensador maldito, pero eso significa poco. Después, cuando me adentro en las idas y venidas del personaje (mitad autobiográfico, mitad caricatura), descubro algunos de los rasgos por los cuales me gustaba. 
    Esta es una de esas obras inclasificables, que no son una novela, pero que no puede ser otra cosa; una obra que te recuerda el amor por leer, que te dice por qué eres lector y por qué te mueres por disfrutar en una librería. Es una expresión auténtica de deshumanización, o lo que es lo mismo, de humanidad en estado puro. Viajar sin sentido, salvo el de sobrevivir, amar y ser amado, superar los obstáculos y mirar al mundo críticamente, obviando toda idea preconcebida, todo estatus, toda clase o categoría.
    El apartado en el que se dedica a Molly, la prostituta cotidiana que se enamora y cuida del protagonista, contiene algunas de las mejores confesiones sobre el amor que jamás haya leído (y he leído muchas, créeme). Es curioso que esta mujer se llame igual que la Molly de Joyce, la del Ulises, que comporta un tipo de mujer muy diferente, pero que también ama (a su manera), aunque no a Leopold Bloom, en este caso. Son los espejos cóncavo y convexo de las relaciones humanas y para el que conoce los dos textos es, probablemente, uno de los casos comparativos de féminas más interesantes de la historia de la literatura. 
    La técnica de Céline le aproxima a Bukowski, pero también a Baudelaire, a Miller y a otros malditos. No por el hecho de ser un escritor que abunda en vulgarismos, palabras malsonantes o expresiones ácidas (como también hacía Quevedo, por ejemplo), sino porque su visión de la existencia, de la urbanidad, de la pobreza en las colonias, de la miseria y de la grandeza de los hombres "ínfimos" que nos rodean, es muy particular y afirma al ser. Céline es un filósofo de la calle, como tantos otros que merecen ese calificativo, sin sistema o esquema de pensamiento, pero con una mirada amplia, cristalina, expresiva y certera.
    Me encanta su forma de escribir, aunque a veces es cortante o cansa, o se hace plomiza. Sin embargo, el plomo de la existencia no es mucho mejor y no por ello deja de ser nuestro. Es una lectura dinámica, en ocasiones; dificultosa, en otras, pero siempre interesante. De todos los desafíos, este es uno de mis preferidos y, seguramente, uno de los más reveladores para mis compañeros lectores, para ti. No lo dejes pasar de largo, por muy rápido que vaya. Está en tu onda, seguro.
Un abrazo.


domingo, 17 de enero de 2021

KAFKA. EL CÓMIC.

 


Kafka.
El cómic.


        Iba derecho a las librerías para esquilmarlas con el cheque-libro de mi cumpleaños (donación familiar muy generosa) y paramos en una tienda de cómics para buscar un regalo para un amigo. Resulta que di con este ejemplar que se convirtió en mi primera adquisición de la mañana. Por supuesto, como ya he confesado, Franz Kafka siempre fue mi escritor preferido. Pero esta edición, imaginativa y visualmente sugerente, tiene muchas virtudes. 
        Por una parte, sirve para acercar al público la figura de este brillante escritor (el más brillante de los últimos 100 años, en mi opinión) y para desmitificar el estereotipo creado en derredor a su biografía. Porque si rascamos en la aburrida vida del Kafka hombre, abogado, amigo, pretendiente, hijo de familia, se produce una disonancia entre la grandeza de lo que representa y lo anodino de su paso por la vida. En muchos aspectos, Kafka no es envidiable sino todo lo contrario. Pero tampoco era enfermizo como lo han mostrado, o al menos no en el aspecto físico. Ni siquiera su literatura constituye una visión tétrica de la realidad, o no en el sentido en que conocemos lo tétrico, lo oscuro.
        Es evidente que el mundo que él nos descubre es trágico, es un mundo vacío y es un espejo de lo peor del ser humano. Y, sin embargo, Kafka era un hombre con un gran sentido del humor (o eso cuentan de él lo que le conocieron) y que sabía reírse de sí mismo. Su literatura, de hecho, tiene de cervantina la visión burlesca de la desgracia, la muerte, la culpa, la alienación del hombre en el mundo que él mismo ha creado. 
        Para quien identifica a Kafka con el insecto enorme y repugnante de La transformación (no La metamorfosis, como usualmente se le conoce), Kafka es Gregor Samsa, un bicho cercano que nos recuerda que damos asco, que hay una parte de nosotros que es deforme y que puede aparecer, de un momento a otro, convirtiéndonos en otra cosa, algo que estaba ahí escondido. Sin embargo, Kafka es un observador del mundo que le rodea, que es un mundo reducido en el ojo del huracán de los grandes acontecimientos del siglo XX. Él mismo es el paradigma de hombre alienado por su cultura familiar, en un entorno donde ser judío podía suponer una auténtica condena, pero donde su bilingüismo le salva de un linchamiento seguro, al tiempo que le hacía ajeno a su patria y extraño a los invasores, durante el período anterior a la Segunda Guerra Mundial.
        Esto es de sobra conocido. Lo que quizás no podamos admitir, porque es difícil hacerlo, es que sus circunstancias personales, sus neurosis mentales, sus inseguridades, su falta de confianza en sí mismo, su propia educación de la infancia, etc., le convirtiesen en un escritor universal. De hecho, relatos como La condena o En la colonia penitenciaria, o El proceso, son enormes alegorías de un mundo al que aplicar sus propios problemas de integración. La ciudad, Praga, es un universo fantasmagórico y protector, a la vez; su familia, su padre, sus hermanas, son centros de relación con el mundo existente, con la vida, con sus bloqueos, limitaciones, desgracias propias, etc. También sus alegorías remiten, y eso es lo extraordinario, a los hechos que habrían de condicionar las vidas de millones de personas, a ideologías que son como neurosis compartidas, a muertes que son como muertes propias, al dolor de todos en uno. El individuo es, al fin, un universo que no dista de una civilización entera. Y ahí es donde radica lo universal, lo extenso del ser. La ontología es historia, y la historia es ontología. 
        Kafka ve derrumbarse un mundo en el que él es paradigma estigmatizado. A lo largo de los años, el término kafkiano se ha ido "comercializando" y todo parece pasar por él: es kafkiano aquello que alude al absurdo circular, como es surrealista lo que alude a lo fantástico o alejado de la realidad. Lo hemos adoptado como se adoptan los términos que conectan perfectamente con el pensamiento colectivo, y que inciden en el comportamiento individual. No es exacto, no refleja los verdaderos valores de lo kafkiano, que es un valor artístico y humano, pero es útil, en cuanto construye imágenes y respuestas, conceptos de lo cotidiano. Así, sobrepasa el carácter de lo estrictamente deducible a partir de sus palabras. No parece importar, de todos modos.
        Si tú, querido lector, quieres tener una visión global de este gran autor, un prólogo decente a sus obras, este cómic te divertirá y te introducirá en su mundo. No importa que hayas leído algo de él ya, o que conozcas detalles de su vida. Seguramente, hasta habrás visto muchas de las fotografías que se reproducen, versionadas a dibujo, en este cómic. Te recomiendo, de todos modos, su lectura porque es una experiencia rejuvenecedora. De hecho, leyéndolo he rememorado los días en que aprendía a leer con mi madre y lo hacía con tebeos y cómics. Una costumbre que no está mal volver a recuperar.
Un abrazo. 

jueves, 7 de enero de 2021

TEATRO COMPLETO

 



Teatro completo
Henrik Ibsen


    Otro de los prohombres del canon universal literario y teatral: Ibsen. Un teatro escrito para personajes, con una escena menor y donde los objetos juegan un papel simbólico. El noruego araña en la superficie de la clase burguesa para encontrar los recovecos bajo la apariencia. Da la impresión de que todo en sus individuos huele a mentira, a decepción o a frustración. No parece que vayan suceder cosas importantes en espacios donde los sujetos se muestran seguros, dentro de sus roles.
    Revisando obras como Casa de muñecas, por ejemplo, o Un enemigo del pueblo comprobamos cómo la ideología que sostiene el orden social es, a pesar de la verdad, una imposición práctica, un artilugio que contiene las pasiones desbordantes, los excesos, la irracionalidad. La humanidad en una burbuja.
    En muchos aspectos, la orientación del teatro de Ibsen está en la línea de un Galdós, incluso en el advenimiento de una crítica activa hacia la política, los edificios institucionales, los convencionalismos que maquillan la realidad. Porque esa realidad, una vez que el engaño retenido en la memoria y los corazones sale a la luz, una ola de resentimiento y deseo, de traiciones y agravios, se desata.
    Los personajes, encerrados en cómodos disfraces colectivos que ofrecen una imagen estereotipada de sí mismos, se protegen de un pasado libidinoso, irreverente, auténtico. Es como si no quisieran verse ante el espejo, como si quisieran borrar de un plumazo aspectos temibles de sus propios sueños.
    El mundo de Ibsen, como el de Galdós, es un mundo reducido pero, a la vez, con pretensión de extenderse a la globalidad de la civilización occidental. La crítica alcanza al dinero, sí, pero no como un mal sino como un medio en el que apoyar la ambición, la mediocridad que se yergue vacía, la huera armonía de la apariencia. De hecho, el concepto de solidaridad y de ética del sujeto, frente a los poderes del dinero y los estamentos reconocibles, condena a los protagonistas al desahucio social, al abandono y a la ruina. 
    Lo más triste de dichas conclusiones descansa en la disonancia entre la razón y la supervivencia en el orden urbano: el centro de la civilización moderna. La vida de las personas, desde el punto de vista físico pero, también, social no tiene valor frente a la defensa de dicho sistema. El hombre es un eslabón insignificante, únicamente válido en el cuerpo del engranaje. Sobrevivir, formar parte de algo, ser reconocido o reconocible, comunicar y ser comunicado son valores frágiles. De hecho, el hombre deja de ser tal cuando la sociedad se impone, cuando le impide defender los criterios y principios que le hacen recibir ese apelativo. La sociedad deshumanizada es sinónimo de progreso y de orden burgués, en el sentido en que Ibsen la presenta.
    Como ocurre con otras grandes obras, los valores grandilocuentes, sólidos, esforzados, chocan contra las migajas de un pensamiento dúctil, basado en la imagen, en el arquetipo, en tradiciones mal llamadas, en formas sin fondo. Y así, entre la bruma de palabras inconexas, rehechas, redimidas de su fría vacuidad, el hombre calla, mientras el silencio le es útil.
Un abrazo.



MIENTRAS AGONIZO

  Mientras agonizo William Faulkner          Cada vez que encuentro una obra de Faulkner en cualquier tienda de segunda mano, mercadillo, o...