viernes, 22 de enero de 2021

LA CARRETERA

 


La carretera
Cormac McCarthy


    Cuando me llevé este libro del estante, hará un par de semanas, prometo que no lo localizaba. Fue una compañera de trabajo la que me comentó que había sido adaptada al cine. Y entonces recordé que había visto un trailer con Viggo Mortensenn a la cabeza. La verdad es que no presto mucha atención a estas cosas y esa película no me despertaba nada especial. Supongo que me aburren un poco los temas apocalípticos, salvo cuando están encubiertos de una cotidianidad que sí parece afectarnos en la actualidad, y que no aluden a un futuro potencialmente cercano.
    Sin embargo, y como los escritores norteamericanos me gustan mucho (siento ser pesado en esto, pero es una simple aclaración esta vez), cogí el libro porque el tema, en el espacio novelesco, sugería un estilo determinado que sí me interesaba. Y no me equivoqué. 
    Cormac McCarthy sabe lo que se hace. Seguramente porque, como afirman, fue vagabundo durante un tiempo. No obstante, las vivencias personales no siempre son la garantía de una buena construcción artística, máxime cuando condicionan en exceso el detalle y el fundamento de los contenidos. En este caso, queda claro que su forma de narrar se cocina a partir de elementos muy parcos y grises. Y ese minimalismo, la manera en que tiene de incluir los diálogos y las escenas, cargado de dinamismo y flexibilidad, lo hacen muy legible y directo, a la vez que conciso, sin que eso perjudique la gran cantidad de símbolos y matices que implica. 
    Centralizar el fin del mundo conocido en la epopeya moderna de un padre y un hijo tiene más sentido que nunca: es el amor incondicional el que nunca se deja atrás y el que hace elevarse el edificio de la humanidad. McCarthy parece estar diciéndonos que mientras exista el amor, existe el hombre. Y no le falta razón. 
    En su debe, anotaremos algo que no me ha gustado particularmente: el final de la historia. Lo planteado por este novelista para terminar con el viaje iniciático del joven, una vez que el padre ya no está con él, resulta extremadamente simple, resolutivo y extraordinario, a tenor de los obstáculos que la trama va colocando frente a los personajes. Hay que decir, sin embargo, que las historias que recrean las grandes hazañas del hombre (o se las inventan, directamente) buscan cerrar el ciclo con un final feliz, esperanzador, que ofrezca un horizonte a los lectores, más que a los personajes. Este puede ser el sentido de esta coda. A pesar de ello, y perteneciendo a una época prosaica, en palabras de Hegel, esperaba que este tipo de escritor hubiese imaginado un final menos "fácil".
    En resumen, esta novela ofrece muchos incentivos puesto que desnuda experiencias que, alguna vez, hemos podido experimentar, aunque sea vagamente o en la superficie: el hambre, el frío, la soledad, el miedo. Por encima de todo, este tipo de sentimientos sostienen la categoría de la personalidad del individuo, que luego enmascaramos de un montón de utilidades intelectuales aunque es lo que, rascando, encontraríamos en nosotros en los momentos de desolación o frente a la vida misma, en su pétrea frialdad.
    Me parece una lectura interesante, ágil, de la que se aprende mucho, que deja un poso y, por tanto, altamente recomendable, amena y divertida de seguir, por lo intensa y veraz.
Un abrazo.

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