jueves, 7 de enero de 2021

TEATRO COMPLETO

 



Teatro completo
Henrik Ibsen


    Otro de los prohombres del canon universal literario y teatral: Ibsen. Un teatro escrito para personajes, con una escena menor y donde los objetos juegan un papel simbólico. El noruego araña en la superficie de la clase burguesa para encontrar los recovecos bajo la apariencia. Da la impresión de que todo en sus individuos huele a mentira, a decepción o a frustración. No parece que vayan suceder cosas importantes en espacios donde los sujetos se muestran seguros, dentro de sus roles.
    Revisando obras como Casa de muñecas, por ejemplo, o Un enemigo del pueblo comprobamos cómo la ideología que sostiene el orden social es, a pesar de la verdad, una imposición práctica, un artilugio que contiene las pasiones desbordantes, los excesos, la irracionalidad. La humanidad en una burbuja.
    En muchos aspectos, la orientación del teatro de Ibsen está en la línea de un Galdós, incluso en el advenimiento de una crítica activa hacia la política, los edificios institucionales, los convencionalismos que maquillan la realidad. Porque esa realidad, una vez que el engaño retenido en la memoria y los corazones sale a la luz, una ola de resentimiento y deseo, de traiciones y agravios, se desata.
    Los personajes, encerrados en cómodos disfraces colectivos que ofrecen una imagen estereotipada de sí mismos, se protegen de un pasado libidinoso, irreverente, auténtico. Es como si no quisieran verse ante el espejo, como si quisieran borrar de un plumazo aspectos temibles de sus propios sueños.
    El mundo de Ibsen, como el de Galdós, es un mundo reducido pero, a la vez, con pretensión de extenderse a la globalidad de la civilización occidental. La crítica alcanza al dinero, sí, pero no como un mal sino como un medio en el que apoyar la ambición, la mediocridad que se yergue vacía, la huera armonía de la apariencia. De hecho, el concepto de solidaridad y de ética del sujeto, frente a los poderes del dinero y los estamentos reconocibles, condena a los protagonistas al desahucio social, al abandono y a la ruina. 
    Lo más triste de dichas conclusiones descansa en la disonancia entre la razón y la supervivencia en el orden urbano: el centro de la civilización moderna. La vida de las personas, desde el punto de vista físico pero, también, social no tiene valor frente a la defensa de dicho sistema. El hombre es un eslabón insignificante, únicamente válido en el cuerpo del engranaje. Sobrevivir, formar parte de algo, ser reconocido o reconocible, comunicar y ser comunicado son valores frágiles. De hecho, el hombre deja de ser tal cuando la sociedad se impone, cuando le impide defender los criterios y principios que le hacen recibir ese apelativo. La sociedad deshumanizada es sinónimo de progreso y de orden burgués, en el sentido en que Ibsen la presenta.
    Como ocurre con otras grandes obras, los valores grandilocuentes, sólidos, esforzados, chocan contra las migajas de un pensamiento dúctil, basado en la imagen, en el arquetipo, en tradiciones mal llamadas, en formas sin fondo. Y así, entre la bruma de palabras inconexas, rehechas, redimidas de su fría vacuidad, el hombre calla, mientras el silencio le es útil.
Un abrazo.



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