jueves, 4 de agosto de 2022

POESÍA COMPLETA

 



Poesía completa
Walt Whitman


    La obra de Walt Whitman fue evidentemente más valorada tras su muerte, cuando con la perspectiva adecuada se pudo vislumbrar la completitud que su panorama político, nacional y personal ofrecía. Whitman es un cantor libre, no libérrimo como algunos han querido ver, pero sí que hace alarde de un tipo de hedonismo muy particular. Su propia biografía nos aporta datos interesantes para conocer su personalidad, el prisma de su mirada y su forma de intervenir en los asuntos públicos e individuales que se destilan de su poesía.
    Para mí es un vate de la naturaleza, del todo, universal, que abarca el sentimiento profundo e íntimo que todo ser experimenta con respecto al entorno, al mundo, los seres. La contemplación de las cosas que se mueven, de los materiales que se usan, del aire, el mar, la inmensidad del espacio es algo perenne en su poesía y es un escenario que subyuga, que nos reconforta y place.
    Por otra parte, hay en él una admiración hacia el esfuerzo cotidiano, lo vulgar, mediocre o cercano. Sus perfiles más destacados son los del individuo anónimo, que sobrevive y que disfruta de los placeres pequeños, que observa la vida y se congratula en el fluir de su sangre, en el sudor de su esfuerzo, que construye cosas, que interacciona con la existencia misma. Esto supone una exaltación del hombre por encima de los medios sociales, de las estructuras económicas, de los cargos políticos o las leyes. Es evidente, que Whitman se acerca a la visión anarquista y que su ideología proporciona un encuadre perfecto para este tipo de posiciones, pero tampoco es menos cierto que podría, perfectamente, leerse su poesía sin etiquetarla políticamente, encontrando que esa admiración profunda por la libertad es un eco de otros bardos, de otros tiempos.
    Por tanto, hay aspectos de esta poesía que enamoran: la visión del hombre libre, de la naturaleza en todo su esplendor, de la vida y el universo en su amplitud. Y, también, la condición de un país que emerge como gran potencia, de unas tierras y unas gentes que construyen un sueño colectivo y de un tiempo que está en constante movimiento, donde suceden hechos que marcan el devenir de las gentes.
    Leer a Whitman tiene muchos componentes interesantes y, sobre todo, es una forma de advertir, a través de una prosa poética casi narrativa, la necesidad de un sujeto de enfrentar los retos de su tiempo y de hacerlo con su mejor arma: la palabra.
    No se percibe ninguna necesidad imperiosa en él, ni siquiera en sus sueños voceados, sino un laminar de lo que el contexto le ofrece, una fenomenología de la historia y un enamoramiento de lo singular, de lo común o cotidiano que nos abarca. Whitman es un predicador del yo, cuya religión está en la tierra, en el mar, en los árboles, en la mujer.
    En las tardes templadas del pirineo aragonés, este verano, la lectura de estos poemas, mientras escuchaba a Cala ladrar bajo los manzanos, fue como una señal de estío: pausada y plomiza, relajante y pasajera.
Un abrazo. 

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