jueves, 14 de julio de 2022

NOCHE DE REYES

 



Noche de reyes
William Shakespeare


    Ser un gran amante del teatro ayuda a comprender cómo los autores, en diferentes estilos y géneros, componen a sus personajes, cómo los encajan en las diferentes situaciones y cómo engranan las escenas para dar explicación y continuidad a las historias. Como lectores deberíamos saber identificar mecanismos como estos, que sirven para que el autor conecte con el público directamente y, por supuesto, transmita su mensaje. Llegar al lector, o al espectador, es fundamental no tanto para ser entendido sino para crear una emoción, una intensidad creativa, para crear arte.
    Shakespeare contiene en su obra completa prácticamente todas las emociones que un ser humano puede sentir. Independientemente de si sus obras fueron escritas por Christopher Marlowe, en realidad, o no, es evidente que son geniales manifestaciones del teatro y la literatura, en general, y que llegan a nosotros de manera universal, por los mismos cauces que, hace siglos, llegaban a sus congéneres. Y esto es lo realmente crucial.
    Dentro de su amplio catálogo, esta no es una de las obras más conocidas y, por tanto, podría ser considerada, erróneamente, como una obra menor. A veces ocurre con las comedias de enredo o divertimento. Pero nada más lejos de la realidad, si es que somos capaces de detenernos a analizar algunas de las cosas que son mostradas en su desarrollo. Igual que en Lope de Vega, otro de los grandes en este estilo, Shakespeare busca con el divertimento, con la risa, con el enredo, explicar las vulnerabilidades del individuo cuando se enamora, las dificultades sociales que genera, según la época, y las consecuencias que tiene, así como los convencionalismos de que se ve rodeado, según la cultura, el tiempo y la sociedad en la que se produce. La risa es un buen condimento para la filosofía, sin duda, también para el arte. Y así lo manifiesta este texto, que no deja títere con cabeza, en lo que se refiere a los tipos juzgados, puestos en solfa: desde el borracho, el vago, el atrevido, el melancólico, la soñadora o la que está de vuelta de todo. 
    El ambiente de la corte, o de las grandes casas, como en El perro del hortelano, de Lope, provee de los recursos culturales adecuados para sentir que ciertos personajes traspasan los límites. Aunque, al final, no llegan a transgredirse del todo o, simplemente, se extralimitan para luego regresar al redil. Es como si estos autores quisieran mostrarnos un camino, ofrecernos una alternativa, y nos dejaran, después, decidir según nuestro atrevimiento.
    Así que leer a Shakespeare en cualquiera de sus formas es un bálsamo estupendo, una maravilla para el alma, un golpe a nuestra imaginación. Y aunque leer teatro siempre supone una pérdida del elemento escénico, y por tanto es como una cierta amputación del hecho creativo completo, podemos percibir la esencia de lo que llegará a las tablas. Es siempre una experiencia enriquecedora y divertida, a partes iguales, y nos transporta al mundo en el que los sentimientos se cubrían de bellas palabras.
    Para un lector experimentado es como regresar a la infancia.
Un abrazo. 

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