lunes, 22 de agosto de 2022

LOS HERMANOS KARAMAZOV

 



Los hermanos Karamazov
Fiodor Dostoyevski


    Uno de mis escritores preferidos y, como ocurre en otros casos, esto no es nada original. Dostoyevski (tampoco es algo raro en los autores de más prestigio) acude a sus neurosis preferidas para desarrollar una historia pasional, cargada de odios, mentiras, medias verdades y de una intensidad agotadora. Como muchos escritores del siglo XIX, este novelista pasa por envejecer mal con algunos de sus recursos literarios, pero eso no daña en absoluto su grandeza y su manera de transmitirnos la verdad del ser humano.
    Esta es una de esas novelas que contienen pasajes de alto voltaje memorables, conversaciones muy interesantes y que aborda temas de gran calado. Aparte de esto, los personajes son de una enormidad pocas veces conseguida. La manera que tienen de dirigirse los unos a los otros resulta extraña, muchas veces, por los giros con los que abordan sus propias cuitas. En otras, la sinceridad desborda la tragedia. Y, por supuesto, está el tema de la violencia, la culpa. Es muy kafkiano eso de desintegrar la sólida, y simplista, diferencia entre el bien y el mal, colocando al individuo en los límites de su propia conciencia. Para Dostoyevski, como en su Crimen y castigo, o en el Proceso, de Franz Kafka, o en La condición humana, de André Malraux el sujeto no actúa movido por instintos básicos que lo colocan frente al orden social, sino que aborda las situaciones límite desde la defensa de sus propios sentimientos humanos, que no toleran, o no siempre aceptan, las reglas del juego. Un condenado, aparentemente culpable, puede estar dando respuesta con sus acciones a un dolor previo, a un abandono, a una injusticia que la sociedad debería colocar, también, en los márgenes de la culpabilidad y la consiguiente penalización. Pero cuando en la trazabilidad de un proceso violento, o de una disfunción social, unos hechos no cuentan y otros, sí, es cuando el desequilibrio da lugar a la irracionalidad. Dicho sea de paso, Dostoyevski entiende el camino de la irracionalidad como un camino de humanidad, que ha de encauzarse correctamente en los vericuetos de una comprensión más amplia y flexible.
    No es una novela, por tanto, de buenos y malos sino un intento de aproximación, como toda su obra, a la conciencia, a la culpa y la explicación del abandono, la soledad y la consiguiente violencia y extremismo que surgen de ellas. 
  En cuanto a lo literario, meramente, su forma de novelar es sólida, de fuertes nexos, de consideraciones amplias y de espacios cerrados que crean atmósferas difícilmente asimilables. Y todo ello coloca al lector en la perspectiva de la escucha, de la empatía, de la disolución de las ideas preconcebidas. Porque todo en los sujetos de sus historias nos lleva al camino de la disensión, del apartamiento de las estructuras lógicas o normativas. Y esto no significa que Dostoyevski esté en contra del orden y de la sociedad en sí, sino de todo lo que conlleva la destrucción del individuo por el mero hecho de pertenecer a ese orden. O, también, por la posibilidad de que el hombre transforme a la sociedad sin destruirla, sino adecentando sus formas y sus soluciones. Algo que nos recuerda a Nazarín o Misericordia, de Galdós.
   En todo caso, aun siendo una lectura muy extensa y plomiza, en ocasiones, es absolutamente recomendable, sobre todo si ya has tanteado libros como El idiota o El jugador.
Un abrazo. 

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