miércoles, 29 de junio de 2022

EL RUMOR DEL OLEAJE

 



El rumor del oleaje
YUKIO MISHIMA


    Por mucho que las introducciones de la editorial vendan esta novela como "una gran historia de amor", a mí no me lo parece tanto. Y no porque no lo sea, sino porque no es esa, esencialmente, la gracia de este libro. Mishima, como ya sabéis, es un autor que me ha impresionado y al que sigo desde hace tiempo con gran placer. Y este es otro de sus volúmenes que me quedaban por hojear, y que he devorado vehementemente. Sin embargo, lo que impresiona no es la historia de amor, o el trasfondo personal de las relaciones que se van complicando, a lo largo de la trama. Lo que enamora de este libro es el paisaje. La isla en mitad del océano, el mar oscuro y desafiante, el instinto de supervivencia de los isleños, las tardes húmedas y frías, el cielo abierto: la inmensidad frente a la pequeñez del lugar donde los protagonistas desarrollan sus míseras y empequeñecidas existencias. 
    Hay una gran dignidad en todo lo que Mishima cuenta. Una dignidad que tiene ese tinte japonés frente a la adversidad; la honorabilidad del que lo tiene todo perdido, o lucha hasta el final contra la marejada. La historia en sí, no pasaría de ser otra novela de enamoramientos prohibidos, de envidias, de fobias, de clasismo e incomprensión, de no ser por la pluma de este autor que la transforma en una colección de preciosas diapositivas: la casa del faro, la oscuridad azul de una noche frente al mar, el rumor de las olas. Cuando alguien que, como yo, vive en la costa y entiende este tipo de lenguaje, se enfrenta a historias ambientadas así, el mar lo acaba devorando todo, a la historia misma. Presumo que es el efecto que Mishima quería causar en el lector, porque la herramienta descriptiva está usada como un personaje en primer plano. Todo el "mobiliario" humano (barcos, enseres, personas que viven en el mar, jerga, etc.) acompaña la fotografía de los alrededores. Hay rincones que parecen extraídos de una película antigua, hay situaciones que recuerdan a las grandes novelas de aventuras.
    Siempre recomiendo a este novelista japonés y, en este caso, puede que la lectura de esta novela sirva para detenerse ante un paisaje muy particular. Es una manera de observar, como en el caso de algunas obras de teatro e incluso óperas, el paso del tiempo. Cuando la barahúnda de nuestras vidas se vuelve ensordecedora, el ruido se acaba convirtiendo en una brisa que apenas oímos. Aislados, nos queda entonces el rumor del oleaje, los árboles en los montes que miran a la costa, el olor de la brisa marina, el frío viento que viene del océano y el vapor de agua colgado en el tendedero de luz que crea el faro. Los ojos que miran al horizonte inabarcable.
Un abrazo. 

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