sábado, 21 de agosto de 2021

EL TEMPLO DEL ALBA

 



El templo del Alba
(El mar de la fertilidad III)
Yukio Mishima


    Esta tercera parte de la tetralogía ocupa un espacio de espiritualidad y erotismo muy destacado. Los personajes han recorrido un largo trecho, como el Japón, llegando a las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. El país sufre una serie de cambios que, en la mentalidad de Mishima, recaen en la degradación generalizada. Buena parte de los personajes secundarios que aparecen en esta obra están en La escuela de la carne o en Confesiones de una máscara, como arquetipos del deseo, la obsesión o la templanza. 
    El argumento es lo de menos. Resulta, con respecto a las dos anteriores, la más densa. La historia de Honda, el ahora abogado de prestigio, centra el devenir de la saga que transcurre, esta vez, por los caminos del pensamiento, la filosofía oriental, la belleza. El erotismo del cuerpo, la sexualidad y el mito de la reencarnación ocupan la mente de Honda, que dialoga en silencio con sus propias dudas y obsesiones. 
    Es una novela para leer junto a una taza de café, en un día comprometido para toda actividad física, donde la mente, relajada, pueda alzarse a otras dimensiones más profundas de nuestra reflexión interior. Las descripciones del budismo, de sus mandatos, de la filosofía de vida, de las grandes preguntas del ser humano, minúsculo y conspirador, son excitantes y cautivan el interés del lector. De ahí pasamos a una sexualidad sugerida, que acaba por ser rotunda aunque nunca desafía los límites del buen gusto.
    Mishima siempre navega con calma por aguas procelosas, investigando los dominios de la salvedad, lo que está más allá de lo que vemos. ¿Es la reencarnación una promesa de futuro? Al leer esta parte de la saga podríamos estar renovando los votos de las lecturas de Mircea Eliade, o Nietzsche, en cierto modo, pero desde el prisma de un autor japonés como pocos. Vuelvo a recordar al lector, por los comentarios que ya he hecho de este escritor (que no son pocos), que, en mi opinión, es el más norteamericano de los japoneses que haya leído, lo que es una gran paradoja si se tiene en cuenta la ideología extremista del mismo. 
    Así, el mundo que dibuja en las dos primeras partes está saltando por los aires aquí, agrietándose quejumbroso, como las paredes de la casa de Honda, ardiendo en la noche. 
    Belleza, sexo y espiritualidad, una combinación atractiva rematada en un cuadro de grandes dimensiones, que trasciende el tiempo pero no a los personajes. Una película deliciosamente trágica, de todos modos.
Un abrazo.

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