lunes, 9 de noviembre de 2020

MARK TWAIN FRENTE A HENRY JAMES


Mark Twain
frente a
Henry James


    Cuando el canon literario, por cuestiones que derivan de la construcción cultural de un país, en un contexto determinado: bien por rasgos de estilo o artísticos que son considerados de primer orden,  o bien basándose en corrientes de pensamiento de moda, establece que un artista o, en este caso, un escritor pasa a formar parte del olimpo de los privilegiados, el tiempo actúa como un rastrillo que va separando el grano de la paja, admitiendo dicho canon o denostándolo, con el paso de los años. De tal forma que autores como Echegaray han acabado en el cajón desastre del olvido y otros, como D. Luis de Góngora, han acabado reivindicados y actualizados. 
    Por lo tanto, las consabidas opiniones críticas de los expertos (entre los que, inmodestamente, incluyo parte de mis afirmaciones), deben ser revisadas con lupa y puestas en un brete. Su mayor o menor soporte nos dará la respuesta sobre dichas opiniones, de modo que podamos considerar si una obra ha traspasado los años con gran éxito (lo cual ya es un mérito incuestionable) y si, además, lo ha realizado con una impronta artística transversal (lo que, dicho sea de paso, constituye el eje central de una obra universal). 
    En la literatura en lengua inglesa, como en cualquier lengua, se han solidificado determinados nombres que son incuestionables o, por mejor decir, que el canon tradicional ha materializado como intocables. De ahí que resulte difícil poner en cuestión a ciertos autores, sin correr el riesgo de sufrir las burlas de parte de la crítica normalizada, basándose en innumerables artículos enciclopédicos sobre la bondad del susodicho autor. ¿Quién soy yo para hacer una crítica negativa de un totem literario? Puede llegar a pensarse.
    Este es un error que resulta contrario a la tendencia natural, y saludable, de establecer los conocimientos sobre los conocimientos, de pulir y erosionar aquello que se desgasta con una leve brisa del mar o comprobar, más bien, que es capaz de soportar tempestades furiosas. La piedra arenisca frente a la roca acantilada.
     Y esto me lleva al asunto en cuestión. En estos días he leído (me lo han prestado, puesto que no lo conocía) Wilson, el chiflado, de Mark Twain. Esta deliciosa obra, que solo puede ser considerada de carácter menor por su tamaño, insufla los vientos de la ironía a la innoble tradición histórica y racial del pueblo norteamericano. Twain, con un lenguaje que levanta el polvo del suelo y que provoca la risa, a la par que el desprecio y otros sentimientos parecidos, reelabora los mitos cotidianos de su país y critica, de una forma ácida y precisa los males de la incomprensión, las ideologías excluyentes y la cerrazón social e institucional. Lo hace llevado por su experiencia personal, por una agilidad narrativa incuestionable, por una maravillosa pedagogía que fluye desde la sutileza de una historia imaginativa y divertida, a la vez. 
    Por otra parte, Henry James, y su conocido relato Daisy Miller, se mueve en otros parámetros, aunque también comparte con Twain los secretos de una sociedad enquistada. James horada los cimientos de las relaciones sociales y de los modos de convivencia, en una falsa elegancia almidonada de caspa. Los personajes, al contrario de lo que pasa con Twain, no son abiertamente reveladores, sino que se mueven en la supuesta indiferencia, en el gesto superficial y en la palabra esperada. No hay grandes pasiones, pero sí seres trastocados y almas solitarias. 
    Tanto James como Mark Twain son dos escritores plenamente reconocidos que forman parte de la lista inevitable de nombres de la literatura en inglés. Ahora bien, esto no supone una equiparación mutua. Twain, en la línea de los grandes novelistas norteamericanos, tal vez por su contexto cultural y social, o tal vez por ese lenguaje desarraigado, en el fondo, consigue presagiar las sátiras del siglo XX, a John Kennedy Toole, y otros, las grandes tragedias revestidas de cotidianidad, de John Dos Passos, por ejemplo, o los argumentos de personas "invertidas" socialmente, como puede ser el caso de El ruido y la furia, de Faulkner. Hay, por lo tanto, una amalgama increíble de detalles y de anticipaciones en Twain que, para una persona leída, supone una colección impagable de matices. Y todo esto sin perder el norte y sin abundar en la palabra dada. Con un ritmo ágil y una manifiesta intención de entretenimiento y pedagogía, al modo horaciano.
    Sin embargo, Henry James es gris como buena parte de la cultura de su país. Esto no significa que sea una cultura menor, o que su literatura carezca de la calidad admitida, pero sí supone un enclaustramiento en formas de observación que no traspasan, en ningún caso, los límites de lo dado. Por supuesto, James se mimetiza en el mundo que critica y que observa, pero su voz acaba siendo aturdida, aburrida, plomiza. Probablemente, se dirá, hay algo de artificio planificado ahí, y ese es, precisamente, el efecto buscado. No lo pongo en duda. Sin embargo, otros autores han tratado estos temas con la misma profundidad, aligerando el peso de los espacios humanos, de los diálogos, de las formas, y consiguiendo sacar a flote el mismo objetivo con una menor sensación de aprisionamiento.
    James no ha envejecido de la misma manera que Twain. La modernidad del norteamericano le hace estar por encima, consiguiendo esta transversalidad que lo hace universal, como decíamos antes. Para Henry James, no obstante, ese límite queda lejano. No significa que en un tiempo venidero las ideologías lo pongan en un pedestal, otra vez, del que no ha caído nunca. Merecimientos no le faltan. No obstante, y siendo justos, hay que precisar que lo ideológico y lo social en James sigue estando a un nivel primigenio, que no sobrepasa un tipo de realismo algo frío, marmóreo.
    Queda a la opinión del público y tuya, como lector, evaluar esto. De todos modos, las dos lecturas son recomendables y lo son, en mi opinión, a la par, porque cuestionan cosas similares pero lo hacen de formas distintas. Y ese contraste, precisamente, es el que da una nueva perspectiva a nuestra lectura. Un ejercicio para tiempos de confinamiento y anhelo. Pensar y sentir.
Un abrazo. 


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