lunes, 2 de noviembre de 2020

EL HORROR DE DUNWICH

 



El horror de Dunwich
H. P. Lovecraft

    En los albores del siglo XXI la sorpresa provocada por el terror ficticio ya no lo es. Seguramente porque hemos perdido parte de la inocencia que se nos suponía, como civilización en desarrollo. O porque hemos agotado los numerosos resortes del artificio que provoca el miedo y que, repetido hasta la saciedad o modificado por las imágenes y la tecnología del cine, se vuelve previsible. Se puede provocar el miedo de la gente apelando al primitivismo, a la sensación de desnudez de la víctima frente al verdugo y, se dirá, el miedo es de carácter universal y atemporal. Cierto. 
    Posiblemente por esto, y aunque leer a Lovecraft provoca la sensación de estar ante una obra de arte anacrónica, que pertenece a otro contexto temporal cuyo lenguaje ha ido envejeciendo irremisiblemente, la eterna construcción solitaria del impacto sobre el lector, de lo desconocido, la construcción de lo amenazante y misterioso, perviven en el relato. Los espacios, los conductos de la imagen estereotipada o de las situaciones que colocan al personaje al borde de un abismo desconocido, son resortes, instrumentos del oficio, que Lovecraft maneja a la perfección. Podríamos añadir que en su literatura hay una aportación fundamental a la elaboración del subgénero de terror que, junto a Poe, el más excelso de ellos, da nombre a la literatura gótica. Y, en este sentido, hay elementos que sobrepasan la categorización localista de "relato de terror", y que nos abocan a una expresividad manifiestamente individual, al conjunto de situaciones y elaboraciones que enlazan con la poesía de Baudelaire, por ejemplo, el malditismo que luce desde el modernismo y las vanguardias. Ese punto de vista que retrae al sujeto más allá de lo racional y que invoca un eco cavernoso, sima de la historia y de la humanidad (léase, por ejemplo, las reseñas que hice en este blog sobre La caverna o Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago, que hablan a las claras de esta animalidad primigenia del hombre). 
    En definitiva, Lovecraft decepciona si lo que se busca es una modernidad inquietante, de impacto brusco, de miedo tenso y continuado, logrando, sin embargo, una elegante y amenazadora realidad que traslada a los tiempos solitarios de la naturaleza olvidada de los pueblos, anterior a las civilizaciones y el reino de la razón.
    Lovecraft, revisado al calor del respeto literario, sigue siendo un autor imprescindible, una bisagra de los grandes nombres que, sin él, no habrían sido sostenidos o, ni siquiera, creados. El sustrato literario de los pueblos se llena de autores como este, que dan sentido a la literatura de todos los tiempos. Leer con cariño.
Un abrazo.


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