sábado, 14 de noviembre de 2020

KIPLING FRENTE A SALGARI


Kipling frente a Salgari.


    La literatura occidental ha tratado la realidad de los "otros mundos" con una visión exótica y, en la mayoría de las ocasiones, desacertadamente pintoresca. Hay algo que dejó el rastro del romanticismo: la búsqueda de espacios de libertad, de civilizaciones y personas distintas. Suele ocurrir que la condescendencia de unos personajes sobre otros refleja, bien a las claras, el concepto de superioridad de ciertas naciones. Esto ocurre en el entorno cultural británico del siglo XIX, por ejemplo. Pero también encontramos visiones interiores caracterizadas por el tópico, el prejuicio, el folclorismo desarrapado (véase Estébanez Calderón, por ejemplo, y sus Escenas andaluzas).
    En general, lo exótico invita a la aventura, al descubrimiento de paisajes, a la vida al límite. Los individuos que pululan por los relatos de Rudyard Kipling tienen ese afán de superar las fronteras de su mundo, de construir el suyo propio a base de viajes y proyectos. Son personas que establecen un concepto de libertad extremadamente coherente y en los que subyace la infelicidad, el sentimiento nómada, el desarraigo. Ocurre en El hombre que pudo ser rey, relato que John Houston llevó al cine y cuyas almas inmortalizaron Sean Connery y Michael Caine. Ingleses en tierras de Oriente Medio o el choque cultural producido en las provincias de la India, nos transportan a los sonidos de los suburbios de las grandes y destartaladas ciudades orientales, el olor del opio, el sabor del agua enfangada, los ropajes, los colores de la seda...
    Ese choque, en Kipling, se congracia con el sentimiento de lo británico, aunque en ningún momento se muestra descaradamente despreciativo. Kipling no es Conrad, ya que no pretende enjuiciar a sus paisanos, pero sí ponerlos en apuros, hacer de ellos el símbolo de una fortaleza no entendida y descontextualizada. Los hombres "civilizados" lo son menos en tierras ajenas, donde ejercen de sí mismos y perecen engullidos por el medio natural y humano que les rodea. No obstante, yo destacaría el relato titulado Bala, bala, oveja negra donde se muestra la historia de hijos que han perdido su horizonte original. Ya no son cuerpos en mitad del campo de batalla o enfrentándose a los desafíos del terreno, son mentes intentando encajar el puesto en el mundo que les corresponde.
    Todo lo contrario ocurre con los personajes de Salgari. Ya lo vimos en El corsario negro, pero también en Los tigres de Mompracem y cualquiera de las aventuras de Sandokán. Indiscutiblemente, los piratas de Malasia sí saben a qué mundo pertenecen: mueren si su jefe se lo indica, matan por honor o por la palabra dada, roban y asaltan para agrandar la fama de su héroe y caudillo. Los civilizados son los "malos", los que coartan la libertad del pirata. Ya lo advirtió Espronceda: el pirata no tiene corsés. En tal caso, el mundo asiático y exótico de Salgari es un hogar mucho más reconocible, donde los que imponen su ley lo hacen bajo el sentido de la nobleza y un código interno de la soldadesca del mar. Son piratas en busca de aventuras, hombres que no rehúyen el encontronazo con los invasores: los ingleses, los españoles, los venidos del mundo poderoso. Sin embargo, como puede ocurrir con un explorador en la jungla, el tigre bengalí está en su territorio y es superior. 
    Kipling no es romántico, su literatura pertenece al decurso de una visión cada vez más cruda acerca del imperio británico, sin llegar a ser un ácido crítico. Emilio Salgari, por su parte, se pone del lado de los desconocidos y los eleva al rango de héroes históricos, personajes universales que vuelven a la vieja epopeya de los mares a dejar su impronta de siglos. El tiempo en Kipling va mostrándose como una carga que presiona a los personajes, mientras que en Salgari, directamente no existe. Sandokán navegará por los mares de Malasia hasta el fin de los tiempos.
    Esos mundos son el mismo mundo, pero el dolor que se trasluce de ellos no tiene el mismo significado. La claridad de los códigos vitales subyace a los hombres que quieren ser reyes en mitad de tierras tribales, jugándose el pellejo, y también a los piratas, que constantemente ponen en un brete sus propias capacidades de supervivencia. En un caso y en otro, ambos huyen hacia delante. Pero Kipling transforma el valor en ambición y Salgari lo hace coincidir con el honor personal y la solidaridad del grupo. Y eso, lógicamente, da dimensiones diferentes a los relatos.
    Kipling da la impresión de ser un caballero chapado a la antigua con el arrojo de un soldado, que no pierde las formas ni cuando sangra en el campo de batalla. A Salgari lo imaginamos vestido de túnica y turbante, blandiendo banderas y surcando mares. Ambos nos excitan la imaginación y nos proporcionan mundos increíbles que, aún, no han desaparecido y que pueden ser hollados, como vemos, de muy diferentes maneras.
Un abrazo. 
 

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