domingo, 27 de septiembre de 2020

EL VISITANTE

 










El visitante y otras historias
Dylan Thomas


     ¿Qué se puede esperar de un poeta comprometido y traspasado de palabras? Dylan Thomas nació en Swansea, una curiosa localidad de Gales desde donde el mar parece un abismo negro y amenazante. Es un lugar bonito, un tanto impersonal para el turista, que recuerda que estamos en una isla. Posee un coqueto museo del poeta, donde se conservan abrigos, cuadernos y recuerdos de todo tipo, además de manuscritos y otros detalles: un paseo por el tiempo.
     Las historias que vetean este adorable librito (por lo pequeño) están construidas bajo el aura de fábulas, de pastorales maravillosas donde los individuos contemplan los cielos, las aves, los árboles, sus almas enternecidas, y sueñan, y sueñan. Como si las ensoñaciones de un Walt Whitman hubiesen cobrado vida, se hubiesen cosificado. Por ellas transitan imágenes, pero también deseos encerrados en preguntas, en diálogos directos que buscan remover la reflexión del lector, que hunden la imaginación en pequeños mundos que se revuelven.
     Son pequeñas historias que, como poemas removidos, condensan ideas que vuelan. Hay algo en ellas que rejuvenece, que resulta refrescante y original, porque Thomas es un trasunto de la voz que no pesa aunque, como el aire, es apreciable y deja su sello.
     Leyendo esta colección recordé aquellos objetos del museo, envueltos en la polvareda del tiempo, que reflejaban la vida de un hombre, aparentemente, sencillo, de gustos refinados en lo hondo y toscos en lo convencional. Un hombre joven, apasionado y luminoso, como las palabras hiladas de sus relatos.
     Hay algo de Garcilaso, remedado y moderno pero sustancial, en su prosa poética. Encontramos retazos de la pasión romántica, la imaginación desbordada y refinada de un Rubén Darío y el eco individual y poderoso de un Pablo Neruda. Son solo matices que, a veces, desbordan la lectura, pero Dylan Thomas es él mismo siempre, tan personal como extraño, que llega cuando se saborea. Su lectura impresiona, en un primer momento, para luego acariciar el oído. 
     Esta obra es como una conversación vespertina frente al mar del Norte, soportando el frío que llega del más allá. Dylan nos susurra viejas canciones del hombre de otros mundos y un barco, por encima de las olas, saluda al horizonte con las velas desplegadas. Y así, como si cada historia fuera un abrazo cálido y protector, nos sentimos como abandonados en una verdad desvelada. Nos llega la naturaleza, nos llega la desazón, nos llega el amor y la inquietud. Nos queda la impresión de quedar para tomar una cerveza al día siguiente, cuando el sol se caiga, en alguna taberna perdida (el Prince of Wales, tal vez) y continuar la conversación. Y no acabar jamás.
Un abrazo. 

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