miércoles, 1 de julio de 2020

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha



El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Miguel de Cervantes


     Siempre es un desafío leer a Cervantes. No tanto por su dificultad, sino por la imbricada invitación a las múltiples lecturas que contiene. Cervantes se convirtió, casi sin querer, en un maestro indiscutible y universal, y en punto de referencia de la novela moderna, recreando un género que parece confluir en su pluma. Difícilmente podréis hallar un blog de literatura donde la recomienden, ni una tertulia donde los interlocutores se atrevan con él. Pasa lo mismo con los nuevos doctorandos, pasa con los planes de estudio, pasa con el público en general. El Quijote es un páramo desierto en el mundo real de la literatura: el mundo que pertenece a los lectores, a los que hablan de lectura, a los que escriben. Tal vez porque su omnipresencia es agotadora y porque, de alguna forma, invade los espacios de la reflexión (o así lo hizo en el pasado) hasta la saciedad.
     Recomendar la lectura del Quijote es, para la gran mayoría de los lectores actuales, una perogrullada. No obstante, ¿quién ha leído con atención esta obra? Y lo que es peor, ¿quién la ha leído, sin más? La obra de Miguel de Cervantes (La Galatea, Las Novelas ejemplares, El Persiles, La Numancia, entre otras) es la gran olvidada, a pesar de su importancia y de estar en boca de todos, como un fantasma que circula, que se sabe presente, pero que nadie conoce ni identifica. 
     ¿Se trata, quizás, de un libro aburrido? Veo a los chicos jóvenes (y sus caras), cuando les conmino a echarles un vistazo. Veo a los adultos hacer comentarios aburridos y estereotipados sobre una lectura que no conocen, y de la que hablan de oídas, y veo cómo, sin embargo, se hacen homenajes periódicos, se aceptan en el canon europeo, y mundial, como obra de carácter planetario, como enorme representación de la capacidad del hombre y de su autocomprensión ontológica. Todo lo contrario. El Quijote es uno de los libros más divertidos e hilarantes que he leído. Basta con ahondar un poco en su significación, tomar los detalles como desafíos de la curiosidad, entender los chistes y los chismes en su contexto y empatizar con los personajes y sus condicionantes. 
     Cuando el lector comienza a sentir el calor manchego, el solano, el paisaje interminable y los pueblos desabridos, las gentes rudas o la sabiduría popular, es cuando el arrojo quijotesco cobra inusitada dimensión, o cuando las frases entrelazadas forman el tejido vernáculo, que significa más de lo que dice. Alonso Quijano (o Quijada) es un personaje cuerdo y loco, a la vez, depositario de una gran empatía, de un gran sentido del honor y guardián de la humanidad, en el sentido en el que la entiende un caballero de antaño, medieval y cortesano, amante y guerrero, un seguidor de Castiglione o un habitante de la corte de Alfonso V el Magnánimo. Sus hazañas son las de un hombre entregado a la causa de la verdad, como si solo existiera la que él conoce, pero también, y sobre todo, es un lector auténtico: alguien que no solo ha consumido libros, sino que los ha interiorizado, los ha vivido.
     El Quijote es uno de los grandes lectores de la historia, y uno de los intérpretes más conspicuos de la cultura conocida, popular e intelectual, un hombre hecho a sí mismo y seguro de sus capacidades y de sus principios. El mundo, siempre se ha comentado, gira en sentido contrario a las agujas de su inteligencia pero, no obstante, no se trata tanto de un hombre marginal sino de un intérprete de la civilización, en el sentido humanístico más acerado.
     Cervantes no inventa un género, lo re-crea, que es incluso más interesante pues conforma un molde a partir de un folclore literario acumulado durante siglos y siglos de existencia humana. En esta novela, la primera gran novela, encontramos todo lo que los escritores posteriores, y los que vendrán, han utilizado: todas las técnicas, todas las presencias, todas las visiones, todos los tiempos, todo. De este modo, las aventuras del caballero manchego han condicionado a millones de aficionados a las letras y han minimizado los grandes desafíos del futuro. Todo queda pequeño frente a esta obra monumental. Para entenderla a la perfección hace falta una vida entera, y tal vez no llegue. Pero recomiendo la lectura de los manuales de Martín de Riquer para hacerlo, por su finura y agudeza.
     Recomiendo leer el Quijote (menuda novedad), pero no quiero hacerlo porque sea una obligación para todos (que lo es) o porque resulte vergonzoso reconocer que no se ha leído, o porque queramos aparentar lo que no somos. Recomiendo leerlo porque es una experiencia gozosa y única, y porque no se puede empezar una casa por el tejado. Si eres lector, o quieres serlo, el Quijote es un enorme desafío, aunque no inabarcable. Es una cerveza que se puede degustar poco a poco, captando los sabores, el frío, la textura. Se puede hacer por partes, se puede retormar, sin tener la sensación de que se ha estado tirando el tiempo, de que la frustración viaja con nosotros página a página. Porque Cervantes vive en lo popular, siendo un maestro, y comunica con el lector como si fuera el amigo tabernario, el confesor conventual, la amante prostibularia, el enemigo cercano. Captarlo es fácil, incluso en los momentos en que los elementos intrahistóricos son desconocidos para un occidental del siglo actual, porque en su palabra están todas las palabras, y en sus hombres están todos los hombres.
     Hay miles de estudios cervantinos, millones de anécdotas, cientos de libros sobre el asunto y ediciones críticas, pero no hay dos experiencias iguales al leerlo. Ni siquiera la misma persona repite sus consideraciones. Porque Cervantes ofrece múltiples posibilidades, un humor atemporal, unas situaciones y escenarios que llenan de vida las imágenes y las ensoñaciones, un mundo irreal que pisa la tierra. Podemos contemplar la España que no se fue nunca, que permanece a pesar de las transformaciones del tiempo, porque es el país que se construyó sobre la cultura que mamó Cervantes y que ha llegado hasta el día de hoy. Sinceramente, es una España que causa risa, pero también es un mundo de magia y de humanidad, con todo lo que conlleva, es un edificio reconocible y raramente entrañable, a pesar de su desgraciada forma de construirse. Los hombres que se quedan atrás, los mundos que se destruyen y crecen, las miradas petrificadas a través de las generaciones que se sustituyen, unas a otras, la comida, la forma de vestir, de amar. Un mundo tan cerrado, tan suyo que, una vez abierto a las miradas, se queda en el corazón. Cervantes para siempre.
Un abrazo. 



1 comentario:

  1. Reconozco haber empezado a leer El Quijote con obligación y desgana, y reconozco haber disfrutado mucho y haberme reído leyéndolo, no sin cierta dificultad porque como bien dices hay que ponerse en la piel de ese tiempo, de esa Castilla, de ese lenguaje y contexto de una realidad ya lejana en el tiempo. Gracias

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