domingo, 28 de agosto de 2022

CLEA

 



Clea
El cuarteto de Alejandría IV
Lawrence Durrell

    Para finalizar esta obra en cuatro volúmenes, Durrell utiliza un personaje de referencia que, no siempre, aparece centralmente en el argumento. Se trata de un subterfugio de la memoria, una vez más, y no de una excusa para crear una trama novelística, como en el caso del volumen anterior. Se percibe el deseo del autor de cerrar el ciclo, de atar cabos y de dar explicaciones que, no siempre, son la coda de nada, sino que dejan un poso de vacío, un sinfín de preguntas.
    Este grupo de amigos, especial y con vidas nada convencionales, se han arrastrado hasta el fondo de sus sentimientos, involucrando a los demás y creando un universo de relaciones y conexiones que les definen. En la vida misma las cosas, en ocasiones, son así. Bien es verdad que, en la actualidad, el concepto más desarrollado de la individualidad humana, sobre todo en las zonas urbanas de países ricos, impide que los sujetos abran sus sentimientos a los demás, o que se abandonen a los mismos. La necesidad obliga. Sin embargo, este tipo de historias acrecienta nuestra sed de honestidad y nos motiva a creer que no siempre lo correcto o lo necesario responde a esos adjetivos.
    Si tuviera que resumir lo que ha supuesto la experiencia de leer esta obra maestra (puede ser llamada así, no me cabe duda), yo diría que me ha parecido un ejercicio de sinceridad emocional, una búsqueda de lo remoto más cercano, una huida hacia dentro y una manera de reconocimiento del otro, del que siempre anhelamos para evitar la soledad. La construcción de la vida, en sí misma, de cada individuo es lo que realmente merece la pena. Es imposible que no nos abstraigamos de lo importante, centralizándolo en el objetivo final, que a veces no es sino un guion, una señal. Porque lo que de verdad importa es el conjunto de las vivencias que, para bien o para mal, van levantando el edificio de la memoria.
    Los personajes de El cuarteto de Alejandría viven, en su amplio sentido, sin más trabas que las que ellos mismos se imponen: bien por límites sociales, bien por personales o miedos de todo tipo. Pero, a lo largo del tiempo transcurrido, y con la importancia que el contexto supone, sobre todo en esta obra, descubren que tienen muchas cosas en común y que, a pesar de todo, subyace una emoción en todo el recuerdo de las vivencias, de los anhelos, de los peligros y los amores.
    La memoria y la superación de los grandes obstáculos de la personalidad, modelados por la sociedad, la historia, la educación y la supervivencia, son temas perennes en la literatura universal. Eso no obsta para que Durrell los haya manejado con una habilidad insuperable, con un lenguaje que innova sin descubrir nada, puesto que se adentra, con honestidad, más allá de lo literario, enfundando las palabras de la experiencia, desnudando el alma de los tipos que dibuja. Incluso en los subterfugios, en las huidas, en las máscaras, hay un ser que sueña, que se obnubila con lo que ve, que ama, que muere.
    Es verdad que yo cogí esta obra con ganas, y que la he consumido sin perder un ápice de la motivación de la primera página, pero también es verdad que su longitud y complejidad podrían, en algunos casos, repeler o retrasar su lectura, dependiendo del lector y sus necesidades. En todo caso, es un lugar común al que siempre se puede, y se debe, volver, como a Alejandría.
Un abrazo. 


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