lunes, 30 de mayo de 2022

JUSTINE. EL CUARTETO DE ALEJANDRIA I.

 


Justine
El cuarteto de Alejandría I
Lawrence Durrell


    En la inquietante pausa del tiempo, el escenario cobra vida. Alrededor de las calles, en los intersticios de los salones, los pasillos, las terrazas, las teterías y los restaurantes, entre las sábanas de alcobas ajenas o en las reuniones de amigos desconocidos, las conversaciones brotan, los deseos vuelan y las almas inencontrables se enfrentan. 
    Hay algo en Durrell, desde las primeras páginas, que emociona, que subyuga. Seguramente, la elección de Alejandría como espacio narrativo es muy acertada. Seguramente, también, los amores y los sinsabores de las mujeres que atraviesan estas páginas resultan intrigantes. Porque, ante todo, esta es una novela que, dentro del cuarteto que anuncia, emplea el tiempo con una amalgama de recursos muy amplia. Me refiero, fundamentalmente, a la manera de insertar pasado y presente, o escenas paralelas en un mismo diálogo o reflexión del protagonista. Se trata de que aquellos pensamientos que circulan por nuestra mente, en tiempo real, puedan aparecer, más o menos ensartados, en la lectura y que el lector, como tal observador, llegue a los mismos de una forma amplia y con una perspectiva clara. 
        No hay grandes innovaciones, a mi modo de ver, en su técnica narrativa. Pero Durrell juega con la emoción como pocos. En algunos tramos me ha parecido sugerirme al Robert Musil más maduro, con toda esa colección de detallismo y de visualizaciones de lo inmaterial que en él son usuales.
        La figura de Justine, que no siempre resulta benigna, es, como otras mujeres de la leyenda literaria universal, atractiva y enigmática, en cierto modo. Justine pulula por las palabras, las expresiones, es como un fondo de toda la escena y cubre, en buena parte, los aromas de una Alejandría que parece peligrosa, cercana, popular e intimista.
        Ante todo, esta es una novela que se lee con mucha retórica, que despierta los sentidos del lector y que transporta. El "orientalismo" de su escenografía se vincula a la ciudad, sí, pero no menos a los tipos que han sido dibujados a través del espejo. Porque los secundarios de esta epopeya cotidiana, aunque extrañamente extraordinaria, son fabulosos en muchos aspectos. Hay perfiles como estos en Henry Miller, por ejemplo, aunque también podríamos hablar de Mishima, al que hemos diseccionado en este diario, y otros de la modernidad novelística.
        A los lectores de mis incursiones diarias les recomiendo profundamente la lectura de Durrell, y de esta obra en particular, por lo que tiene de intensidad, de policromía, de belleza pictórica. Leer este tipo de novelas, que infunde profundidad, perspectiva y pasión, es una increíble experiencia intelectual que ayuda a comprender el seno de las almas humanas y que evoca las contradicciones de los sentimientos, las impurezas de los idealismos, la certeza de toda inseguridad.
        Una travesía enriquecedora por el desierto.
        Un abrazo.



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