viernes, 9 de julio de 2021

NIEVE DE PRIMAVERA

 


Nieve de primavera
Yukio Mishima


    La primera entrega de la tetralogía El mar de la fertilidad resulta ser una obra de madurez de este gigante japonés. Desde que lo descubrí, no he parado de adentrarme en su mundo literario y esto me ha reportado no poco placer intelectual. Mishima es uno de los escritores más norteamericanos que he leído, en todos los aspectos. Como ya expliqué en alguna reseña anterior, esto es sumamente curioso, teniendo en cuenta que su ideal está muy alejado de eso, precisamente: la occidentalización de su Japón natal sería un peligro y un desafío que le costó la propia vida. 
    En esta obra, muy galdosiana en cuanto a las relaciones humanas, ligadas a la clase social y a las expectativas que esto genera, podemos seguir la historia de amor de dos personas que se quieren pero que están presas de las circunstancias culturales. La tragedia se atisba desde el principio. Sakoto será una sombra y Kiyoaki un fantasma. Este amor imposible enmarca hechos coyunturales de la transformación del país, que es lo que al autor le interesa realmente. Como si se tratara de un costumbrista, Mishima recoge en la retina del lector los paisajes bellísimos de Japón, los ademanes de los habitantes, las costumbres, las ropas, la sensación de placidez etérea frente al mar, los bosques, las flores, la nieve. Todo está bellamente miniado y labrado, engastes de una orfebrería de la palabra que, a través de la traducción de Domingo Manfredi, llegan a acariciar el oído y el alma.
    No exagero si digo que el arte de Mishima es más preciso que nunca en este libro y ha sido ralentizado, a posta, con el fin de conseguir retener el espacio y el tiempo que se deshacen en la historia moderna de Japón. Es, en cierta manera, la endecha de un samurai herido que canta sus últimas estrofas ante la contemplación de un mundo que queda atrás.
    El amor no está sexualizado aquí, como en La escuela de la carne, que ya reseñé anteriormente en este diario, sino que se muestra romántico, idealizado, esforzado y distante. Es un amor platónico, en cierta manera, aunque, evidentemente, y dados los trazos argumentales, el lector es consciente de que ha habido contacto carnal. Sin embargo, la visión romántica lo invade todo y Mishima se encarga de que los jardines, palacios, salones y hábitos, en general, ahonden en esa distancia calculada.
    Lo que el lector habitual de Mishima encuentra en esta introducción a la tetralogía es una mirada calmada, casi ausente, recelosa pero anhelante de los bienes sentimentales de una nación, un tiempo, una concepción vital. Como en toda despedida, los pasos se hacen plomizos, pesados, morosos, como adivinando el adiós que no habría de venir nunca. 
    Próximamente, iré reseñando el resto de las partes que prometen un engarce profundo en la cronología de las sagas familiares, a través del testimonio de Honda, el amigo de Kiyoaki.
Un abrazo.

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