martes, 13 de octubre de 2020

LITERATURA DE MIERDA

 



Literatura de mierda

    La actitud en la lectura, como en la vida, a veces lo es todo. Desde que comencé este blog he intentado convencer a mis pocos seguidores del porqué de esta vieja actividad. Tal vez haya quien siga creyendo que este es un espacio de recomendaciones, como tantos otros. No dará en el clavo de la intención, entonces. Me dirijo a vosotros con el convencimiento de que todo el mundo tiene buenas intenciones al coger un libro. De hecho, ya me hace feliz que alguien se acuerde de hacerlo solo por el placer de dedicar un tiempo de su vida a leer. Pero no olvidemos, y ya hice hincapié en su momento, que no se puede consumir cualquier cosa, ni hacerlo compulsivamente. Los hay, también, que cultivan el postureo, o que se esclavizan de ciertos títulos porque lo marca el canon literario: tenemos la obligación de leer libros imprescindibles. Habremos visto títulos como ese: "los cien libros que no puedes dejar de leer antes de morir", y cosas por el estilo.
    Yo soy de los que creen en el valor de los clásicos, en lo que aportan, en la calidad que supone que se hayan ganado ese apelativo, que llega a ser categoría y que se transmite a lo largo de los siglos. Sin embargo, leer por leer o con un objetivo que no sea el interés, el placer o la intensidad que provocan las buenas historias o las ideas profundas, no es nada, en el fondo.
    Este fin de semana, aprovechando el puente del día de la Hispanidad, María estuvo en la provincia de Cádiz para una reunión familiar. Estando en Jerez pasó por la librería "Libros El laberinto" y tuvo el detalle (como siempre tiene conmigo) de comprarme un ejemplar de Henry Miller: Leer en el retrete. Ya hasta el título despierta la atención. Resulta que el dueño de la librería es un señor que compite en el programa de televisión Boom, donde hay que tener cierta agilidad mental y memoria, y haberse empollado buena parte de la enciclopedia Larousse. Pues bien, le recomendaron este minúsculo y elegante ejemplar de una obra secundaria, casi un entretenimiento, del genial Miller, uno de mis escritores preferidos. Acaban de reeditarlo, porque estaba descatalogado, así que miel sobre hojuelas. Un descubrimiento.
    Lo cierto es que el librito es una reflexión sobre el acto de leer que coincide con muchas de las cosas que suelo decir al respecto, y me ha parecido oportuno recomendarlo. Condensa, de algún modo, algunos aspectos interesantes de lo que de ello se puede decir. Entre otras cosas, que la manía de leer cosas insustanciales supone una forma de perder el tiempo o, mejor, de contaminar los sueños que construyen nuestro modelo literario: el que vamos elaborando con los años y con las inquietudes que nos mueven. Leer por leer, en el sentido superficial del término, es un daño innecesario y hacerlo porque alguien cree que debes hacerlo, también. Este pensamiento remite a la libertad del individuo, pero también al sentido crítico del mismo, a su responsabilidad. 
    Cuando leemos, al igual que cuando opinamos, desentrañamos lo que llevamos en el vientre, lo movemos para ponerlo en funcionamiento, del mismo modo que cuando visitamos el WC. Y no hay nada de extraño en comparar, de forma quevedesca, lo escatológico con lo intelectual, puesto que el auténtico ser ha de tener el cuerpo sano, despejado y evacuado para poder rendir al máximo. De ahí que lo primero sea lo primero.
    Sin embargo, utilizar la literatura para nada que no sea leer por leer, en el sentido más intenso de la palabra, es como oír sin escuchar, atender sin comprender, querer sin amar. Y, visto lo visto, hemos llegado a punto de la involución del hombre (no lo puedo llamar de otro modo), en el que las generaciones venideras leerán como el que consume un sandwich mientras camina rápido hacia el metro, o como el que asiste a un concierto y se pasa todo el rato grabando con el móvil, mientras la vida transcurre sin que él o ella se percate. 
    Debe ser el signo de los tiempos. A lo mejor la lectura debería ser otra cosa para el hombre del futuro. Esto también se lo pregunta Miller. Pero, sin duda, aunque desaparecieran El Quijote o El proceso, nadie entendería que el sentido íntimo de la lectura no siguiera siendo el mismo. De ahí que el buen lector ha de exigirse pasión en lo que hace, atención al detalle, compromiso con su ejercicio: como el que va al gimnasio a entrenar de verdad, o como el que se acicala porque tiene una cita importante. Solo de esa forma podremos entender qué es lo que nos mueve a leer, o recordar por qué un día cogimos, por primera vez, un libro. Es como el primer amor, o el primer beso, que nos arrebatan pero se olvidan pronto. Toda esa máscara de intelectualidad, de sabiduría, de cultura, etc., no son nada si no hay un motivo real y sincero. Por tanto, ir a leer al WC es como leer literatura de mierda: lo importante, al final, acaba en el alcantarillado.
Un abrazo.



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