domingo, 6 de septiembre de 2020

EL CERCO DE NUMANCIA

 


El cerco de Numancia
Miguel de Cervantes


     Una columna solitaria, aventada por los diferentes flancos que, desnudos, abaten los restos de lo que fue la ciudad de Numancia, contempla un amplio paisaje que cruzaba el Duero, hace tiempo desviado de su original recorrido. El olor de la piedra caliente, los sonidos del pasado (tan bien descritos en la obra de Bruce Chatwin) abruman al visitante, lo asolan por instantes. Abandonado en mis pensamientos, pude imaginar el honor, la muerte, el destino, en aquellos ciudadanos que guerrearon con Roma, la invencible, en los tiempos de la invasión ibérica. Visitar ese sitio, del que apenas quedan unos pocos pero significativos restos, puede dar una idea de la sencillez de la vida en el asentamiento, de la infinitud de la mirada, del amor y el apego de las gentes a una tierra solitaria, llena de cielo, sol y aire.
     Cervantes, sobre fuentes diversas pero dando pábulo a la leyenda más conocida, construye una tragedia universal, que no pasa de moda, que muestra la calidad humana y el desafío de la muerte, el constante ir y venir de la pesadilla que, como el filo del abismo, transita bajo nuestros pies. Los hombres y mujeres, entregados a la verdad de lo inevitable, determinan su propio destino, sin que un dios o la crueldad humana pueda atenazarlo. 
     Don Miguel, que es mucho más que su Quijote, con un verso no especialmente fluido, como el de Lope, ni especialmente intenso como el de Calderón, construye una narración redonda, cargada de simbolismo, pero también de historia, que fluye como el humo desde los muros de Numancia hasta los campamentos romanos, que bulle por la noche ensangrentada, que se caldea con los espíritus encendidos, que presenta personajes reales e imaginarios, mezclados como en una buena novela, formando la argamasa de una vivencia extrema.
     Subyace la enseñanza de lo que es España, o lo que fue para sus coetáneos, y la grandeza de su estirpe histórica y noble, que no es la de los grandes nombres sino la de un espíritu de comunidad, cultural y viviente, que traspasa los modos de entender la vida y el amor por lo cercano, por lo que conforma el perfil de cada individuo dentro del grupo. Pero también es la enseñanza del hombre frente al universo, de su mirada al espejo de la vacuidad, la que llegará algún día, y la dignidad de enfrentarse con ella sin perder un ápice de lo que uno es, de lo que ha construido y no destruirá nada ni nadie.
     Tantos siglos después, Numancia, perdida y sola, arrasada por el tiempo, pero viva en la memoria, es el testimonio silencioso de quien dijo no a la negación, reafirmándose en la fuerza del yo que es la que construye la historia de la humanidad y nos llevará más allá de los acontecimientos y los accidentes. Es la historia de quien nunca es vencido. En ese trocito de Soria, tierra hermosa y apasionante, se fijó la gran pluma del mejor maestro, legándonos la voz que, más allá de la ciencia, llega a los corazones y apuntala los saberes. Leer esta obra es imaginar las sandalias de piel llenas del polvo del camino, el olor a carne quemada y el ruido de las espadas, los llantos enteleridos y el grito de guerra del que mira a la muerte de frente, pero también es entender el contraste tan humano entre la grandeza y la falta de magnanimidad de quien tiene la responsabilidad de vidas ajenas. Un debate que subyace en nosotros, inacabable. 
     Por encima de todos los embates de lo que llamamos el sino, o la fortuna, el hombre puede siempre coger la espada y luchar, alzar la voz, lanzarse al vacío sin miedo, vivir hasta el final. Cervantes, de nuevo y siempre. 
Un abrazo. 

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