miércoles, 19 de agosto de 2020

EL DUELO

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El duelo
Joseph Conrad


     Las lecturas veraniegas no han de ser, necesariamente, insípidas, insustanciales o pasajeras. Pueden, y deberían ser (para aprovechar el poco tiempo libre de que disponemos en el año), lecturas apasionantes, que dejen huella, de las que aprendamos algo. El tiempo de ocio puede ser, a la vez, tiempo de recuperación de nuestros hábitos lectores. Y qué mejor que hacerlo con un escritor que nunca falla.
     Lo reconozco: recordé que Joseph Conrad estaba en mi fondo de armario intelectual cuando vi una entrevista de Arturo Pérez-Reverte, donde lo alaba hasta la admiración más profunda. Entonces, recuperé lo que había sentido al leer Heart of darkness, y, como si fuera la huella de una novia perdida en la memoria de los tiempos, busqué un ejemplar suyo en una mañana de compras, de esas en que te pierdes por los estantes de una librería hasta que algo te llama la atención. Navegaba al pairo y hallé un tesoro.
     Este relato, a medias entre el cuento y la novela, parece superficial, abandonado a los detalles de una época que, curiosamente, fue azarosa y sangrienta. Las guerras napoleónicas marcaron las ensoñaciones infantiles de Conrad y despertaron su curiosidad. Volviendo a su memoria familiar, y basándose en una historia real, compuso este libro que, como El idiota de Dostoyevski, analiza la irracionalidad humana y el comportamiento de los personajes, como si de un ejemplo antropológico se tratase.
     Cuando miramos el mundo que nos rodea: las noticias, las polémicas, los odios enconados, podemos llegar a entender el mundo de los dos oficiales franceses que, en medio de guerras, penurias y sables, apoyan parte de sus andanzas en la inquina personal, injustificada e incomprensible, hacia el otro. 
   Necesitamos personalizar el odio, ponerle cara y arrastrar nuestros pies al campo de batalla, descargando los sables (las palabras) sobre el otro, sin adivinar que esa lucha infame, innecesaria y ridícula es, tristemente, el motivo que nos mantiene vivos. Tan triste como cierto.
     El otro es el que nos sirve de espejo, el que nos retrata, el fondo blanco sobre el que colocar el perfil negro de nuestra ignorancia. ¿Por qué somos ignorantes? Porque somos incapaces de entender que el enemigo siempre anidó en nosotros, en nuestra incapacidad, en nuestro miedo a la soledad, al dolor, a la muerte. Huimos sobre el otro, la pelea es una queja frente a la existencia, a Dios, a lo que nos creó, a lo que nos destruirá. 
     Un simple relato como este es lo que utiliza Conrad para hablarnos en primera persona y dirigirnos su diatriba. Su sabiduría es sencilla y eficaz. Odiamos para no sentirnos solos, para justificar que somos alguien, para poner en funcionamiento nuestra inteligencia (si es que creemos que la tenemos) o para ensayar el dolor sobre la piel de otro. Hay múltiples maneras de odio y, salvo por natural defensa propia o para salvaguarda de nuestros seres queridos, todas son una infamia y, a la vez, un grito desesperado de alguien que se muere o que, hace tiempo ya, que está muerto.
Un relato que, en un final irónico, nos presenta el dibujo de la ridiculez humana. La risa, después, te llevará, sin duda, a la reflexión. Es el humor que se ahoga en el pánico. La risa floja.
Un abrazo.

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