domingo, 30 de agosto de 2020

LA CHAQUETA BLANCA

 Alba Editorial - Chaqueta Blanca


La chaqueta blanca
Herman Melville


     ¡Qué maravilloso es descubrir que la vida existe más allá de lo que creemos saber! Compré este libro hace algo más de una semana, guiado por el fervor que siento hacia el autor de Moby Dick, pero cerrando los ojos, sin esperar más que lo que cualquier otro habría esperado de esa fama que le precede.
     Sin embargo, hay obras que en sí mismas son una cima y Chaqueta blanca pone al lector en el camino de una odisea cotidiana que le sobrepasa, que le dirige al confín de un universo desconocido para la mayoría de la humanidad. El océano nos rodea, el agua domina los espacios de nuestro mundo, pero es un lugar inhóspito, una incógnita y un abismo insondable. Cada vez que asomamos la nariz algo nuevo ocurre y, sobre todo, algo nuevo de nosotros asoma. 
     Melville, es bien sabido, fue marino antes que escritor, aventurero antes que hombre y sabio, y eso se deja oír en sus crónicas. Este es un cuaderno de bitácora de una aventura real, de una odisea compartida con fieros lobos de mar, hombres rudos, militares de carrera, impostores y soñadores. Es una enciclopedia de la pasión de un hombre en medio de la jungla de la navegación. 
     Leyendo esta historia, que podrían haber escrito otros protagonistas, olemos a sal, a brea, a pólvora; comprobamos el sonido de las velas, nos subimos a los mástiles, sentimos el balanceo del navío subidos a la arboleda de un buque, mirando a las estrellas; sufrimos el embate del Cabo de Hornos, de los vientos del norte, la gélida nieve hecha hielo en las cuerdas, los pies cuarteados, las bocas ensangrentadas, el odio, la amistad, la vida.
     Hacía tiempo que no leía algo tan apasionante y tan fuertemente construido, como si un diestro arquitecto -un Andrés de Vandelvira, por ejemplo-, hubiese recortado la piedra -las palabras-, una a una, siguiendo la guía de muros vidriados, arbotantes sobre el cielo, columnas bajo las cúpulas nervadas, las crucerías, los frescos alados. La catedral de este mar es el mundo de un hombre llamado Melville; un hombre de mirada inteligente, de barba descuidada y de rostro aquietado que, en sus últimas fotografías, muestra una tensión contenida y los restos de múltiples cicatrices interiores.
     Tener entre las manos las palabras de un genio, de un sabio, a veces no garantiza la diversión. Pero con Melville esto no ocurre: habla como si no quisiera aleccionarnos, solo mostrarnos, como en una vitrina, la película de los acontecimientos. Los hechos ocurren con un ritmo adecuado y se detienen para explicaciones que no emborronan la armonía de la narración.
     Si no conocías, como yo, esta obra y estabas esperando leer un libro de verdad, Herman Melville es tu hombre. De hecho, todo lo que este autor escribe está lleno de vida y transmite miles de imágenes. En la secuencia de su literatura hay pequeñas grandes joyas como esta. No te la pierdas y compártela con un buen trago de grog, ¡por las barbas del Diablo!
Un abrazo.

miércoles, 19 de agosto de 2020

EL DUELO

 EL DUELO | JOSEPH CONRAD | Comprar libro 9788420668369



El duelo
Joseph Conrad


     Las lecturas veraniegas no han de ser, necesariamente, insípidas, insustanciales o pasajeras. Pueden, y deberían ser (para aprovechar el poco tiempo libre de que disponemos en el año), lecturas apasionantes, que dejen huella, de las que aprendamos algo. El tiempo de ocio puede ser, a la vez, tiempo de recuperación de nuestros hábitos lectores. Y qué mejor que hacerlo con un escritor que nunca falla.
     Lo reconozco: recordé que Joseph Conrad estaba en mi fondo de armario intelectual cuando vi una entrevista de Arturo Pérez-Reverte, donde lo alaba hasta la admiración más profunda. Entonces, recuperé lo que había sentido al leer Heart of darkness, y, como si fuera la huella de una novia perdida en la memoria de los tiempos, busqué un ejemplar suyo en una mañana de compras, de esas en que te pierdes por los estantes de una librería hasta que algo te llama la atención. Navegaba al pairo y hallé un tesoro.
     Este relato, a medias entre el cuento y la novela, parece superficial, abandonado a los detalles de una época que, curiosamente, fue azarosa y sangrienta. Las guerras napoleónicas marcaron las ensoñaciones infantiles de Conrad y despertaron su curiosidad. Volviendo a su memoria familiar, y basándose en una historia real, compuso este libro que, como El idiota de Dostoyevski, analiza la irracionalidad humana y el comportamiento de los personajes, como si de un ejemplo antropológico se tratase.
     Cuando miramos el mundo que nos rodea: las noticias, las polémicas, los odios enconados, podemos llegar a entender el mundo de los dos oficiales franceses que, en medio de guerras, penurias y sables, apoyan parte de sus andanzas en la inquina personal, injustificada e incomprensible, hacia el otro. 
   Necesitamos personalizar el odio, ponerle cara y arrastrar nuestros pies al campo de batalla, descargando los sables (las palabras) sobre el otro, sin adivinar que esa lucha infame, innecesaria y ridícula es, tristemente, el motivo que nos mantiene vivos. Tan triste como cierto.
     El otro es el que nos sirve de espejo, el que nos retrata, el fondo blanco sobre el que colocar el perfil negro de nuestra ignorancia. ¿Por qué somos ignorantes? Porque somos incapaces de entender que el enemigo siempre anidó en nosotros, en nuestra incapacidad, en nuestro miedo a la soledad, al dolor, a la muerte. Huimos sobre el otro, la pelea es una queja frente a la existencia, a Dios, a lo que nos creó, a lo que nos destruirá. 
     Un simple relato como este es lo que utiliza Conrad para hablarnos en primera persona y dirigirnos su diatriba. Su sabiduría es sencilla y eficaz. Odiamos para no sentirnos solos, para justificar que somos alguien, para poner en funcionamiento nuestra inteligencia (si es que creemos que la tenemos) o para ensayar el dolor sobre la piel de otro. Hay múltiples maneras de odio y, salvo por natural defensa propia o para salvaguarda de nuestros seres queridos, todas son una infamia y, a la vez, un grito desesperado de alguien que se muere o que, hace tiempo ya, que está muerto.
Un relato que, en un final irónico, nos presenta el dibujo de la ridiculez humana. La risa, después, te llevará, sin duda, a la reflexión. Es el humor que se ahoga en el pánico. La risa floja.
Un abrazo.

martes, 4 de agosto de 2020

LA BROMA INFINITA

La broma infinita (Bolsillo) (Tapa blanda) · Novela Extranjera ...


La broma infinita
David Foster Wallace


     Hacía años que no me enfrentaba a un libro tan complejo, denso y enriquecido. Cuando la prosa que lees supera la condición comunicativa y se adentra en el mundo del pensamiento activo, la oración fluye soberanamente. La verborrea de este niño prodigio, que acabó suicidándose, produce rechazo y el lector necesita unos cientos de páginas para cogerle el gusto al invento (no te preocupes, el tocho es importante, así que hay tiempo). 
     Reconozco que no me estaba gustando esa manía de explicarlo todo, hasta el más mínimo detalle. Es como si alguien, en el momento de hablar, comienza a bifurcarse en los cientos de vericuetos que cada nueva palabra sugiere. Pero reconozco que Wallace es capaz de mantener un hilo común entre tanta idea enmarañada. 
     Finalmente, consigue elaborar un discurso que es completo en sí mismo, y que abarca todos los mundos que son el mundo. David Foster Wallace, en la tradición de Kennedy Toole y otros, desmenuza la sociedad norteamericana a través del sarcasmo más brutal, de la risa ácida. Su humor no deja nada en pie, enfrentando al observador con personajes desguazados, con perfiles imposibles, con acciones inverosímiles. Lo curioso del asunto es que, deteniéndose a reflexionar, no hay nada en este libro que uno no pueda encontrar en la vida real y en los paisajes urbanos y humanos que describe. 
     Se trata de un libro difícil, muy difícil de afrontar, un auténtico desafío que exige paciencia, calma, concentración y motivación. No obstante, no hay que asustarse. Leído con interés y pasaje a pasaje, crea una sensación de acercamiento a esos seres humanos tan particulares y a las relaciones que crean. 
    Los novelistas norteamericanos, por los que siento devoción (lo confieso), elaboran edificios creativos a base de parodias o deformaciones, creando una tradición literaria moderna que trasvasa los límites de lo figurativo pero que, en esencia, cuentan lo mismo que ya contaba Francisco de Quevedo o Vélez de Guevara.
     Es una novela fenomenal, en una sociedad de amplios espectros que crea situaciones muy variadas y que desafía los convencionalismos y lo que entendemos por relaciones humanas. Wallace lo observa todo, lo recrea todo, lo explica todo hasta la saciedad. Pero no cualquier cosa, sino aquello que parece baladí, superficial, contingente, constituyendo una hermosa fábula de una estúpida humanidad, con una intensidad inusitada y una "verborrea" entre la ciencia, la mofa y la crónica, que evita toda estructura conocida. Las fotografías segmentadas de vidas conectadas sirven para que el lector eche un vistazo a paisajes diversos, en los que se mueven los personajes en su intimidad. Intimidad enfriada, a veces, por las desnaturalización del devenir diario.
     Una colección de personajes exóticos, una vida que se sale de lo corriente pero que incide, precisamente, en lo más ordinario, lenguajes entremezclados, idiolectos que especifican pensamientos que se amontonan, vidas que se miran a los ojos con sorpresa, una sociedad en ruinas y ciega. Un montón de ingredientes que engrandecerían cualquier obra de arte, y esta no es una excepción.
     Si los lectores buscan bucear en algo realmente bueno y desafiante, aquí ofrezco un verdadero challenge, y no las chorradas que andan por Internet.
Un abrazo.

MIENTRAS AGONIZO

  Mientras agonizo William Faulkner          Cada vez que encuentro una obra de Faulkner en cualquier tienda de segunda mano, mercadillo, o...