El abuelo que saltó por la ventana y se largó
Jonas Jonasson
No suelo leer lo que me recomienda mi hermana Esmeralda, que tiene unos gustos muy dispares a los míos. Pero reconozco que este libro, de portada inclasificable y tufo a best-seller, me ha sorprendido gratamente. Tal vez porque no me esperaba la cantidad de innombrables situaciones cómicas que provoca. O puede ser por el lenguaje dinámico, flexible y rápido con que los personajes van enlazando pensamientos y acciones. La trama llega a ser un pastiche de Forrest Gump en muchos aspectos, recordando a aquel en los diferentes saltos dramáticos a los que se enfrenta. A pesar de ello, la gracia con que el autor construye la loca peripecia vital del protagonista resta enteros a un posible rechazo.
Es una novela para pasar el rato, por supuesto, y en esto hay pocas que le ganen. Sucede de todo y en abundancia aunque, a mi modo de ver, llega al extremo de su propia caricatura. Los excesos, en estos casos, son inevitables. Es el precio a pagar para conseguir un resultado atractivo.
Este tipo de obras no se leen dos veces; a la segunda, perdería su chispa, está claro, pero ¿a quién le importa? No hay nada que desentrañar, solo es un trago largo e intenso, un sabor oxigenante, una noche de sábado. Cumple su función a la perfección, sin restarle méritos literarios a lo que se lee, pero no pretende ir más allá, y eso se agradece.
Recomiendo su lectura por su efecto terapéutico y desinfectante. Como un buen analgésico.
Un abrazo.
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