jueves, 23 de septiembre de 2021

LA CORRUPCIÓN DE UN ÁNGEL

 



La corrupción de un ángel
(El mar de la fertilidad 4)
Yukio Mishima

    La tetralogía, como un ciclo completo, deviene en una reflexión de Honda, el personaje vertebrador de la saga, acerca de la muerte, la reencarnación y las creencias vitalistas que van más allá del límite de lo conocido. Porque la religión, la fe y la creencia personal son elementos que marcan la vida de estos héroes novelescos, enraizados en un tiempo convulso, que se va acelerando hacia su degradación y que, con él, arrastra los sentimientos, las razones y los sueños de sus habitantes.
    Honda acaba en el mismo lugar donde empezó todo, pero la protagonista viva ya no es la que era, ni ella misma se reconoce así. Las personas, además de cambiar físicamente, somos incapaces de no modificar el núcleo de lo que hemos sido. De tal modo, echar la vista atrás es un ejercicio de redescubrimiento de uno mismo, de lo que fuimos, de lo que quisimos ser y no se materializó.
    Todo camina hacia algún lugar, aunque siempre parece peor de lo imaginable. En realidad, la novela deja un poso de conciencia amarga, como suelen hacerlo las buenas historias. No obstante, eso no impide que reconozcamos que el final de la vida de Honda, o de su prestigio y dignidad, no son óbices para que el mundo siga girando, para que otros construyan otras historias.
    El contraste entre el joven que desea morir, y que reencarna una idea mística en la mente de Honda, y el propio anciano, empeñado en situar a un desconocido en la raíz de su existencia, es uno de esos complejos rompecabezas que Mishima construye con fluidez, delicadeza, sutilidad y ¿por qué no?, una cierta mirada abstracta, que hace de su narración un objeto frágil e intenso, evanescente.
    Al terminar esta tetralogía me viene a la mente la sensación completa de un universo encerrado. A través de este pequeño mundo, he podido revivir muchos de los sentimientos que los seres humanos experimentamos a lo largo del tiempo. Supongo que Mishima pretendía, cuando menos, recrear una reflexión completa sobre nosotros mismos, transportándonos del amor al deseo, del deseo al compromiso y, de este, a la desesperación, la nulidad, la decepción y, una vez más, la ilusión. Sin embargo, de los momentos de la juventud más apasionados ya nada quedará jamás, porque el individuo se ha modificado: es otra persona que intenta recuperar antiguas sensaciones. Y en esa búsqueda, infructuosa y fallida, halla el sentido de una nueva existencia que, normalmente, viene asociada a otro ser que, de nuevo, es la excusa para anular la presencia de la soledad, el vacío, que persigue al hombre desde que nace.
    Nada nuevo bajo el sol. La obra de Mishima ahonda en los espacios sentimentales de los personajes sin ambages, pero con una elegancia inusitada. Búsquedas que establecen escenarios improbables, pero que sorprenden por su realismo. Seres que nos descubren el lado anguloso de las relaciones. Besos que no se dan, abrazos perdidos, destinos rocosos...
    Arte japonés de los sentidos.
Un abrazo.


lunes, 13 de septiembre de 2021

EL TAMBOR DE HOJALATA

 




El tambor de hojalata
Günter Grass


     La odisea del mundo en su devenir, el mundo de los hombres por supuesto, constituye el gran marco de las memorias del pequeño Oskar, aquel que decidió no crecer, y que en la lengua policromada de Grass es como la fábula de la destrucción del hombre. Hemos leído en Joyce, en Barnes, en Martín-Santos, en Kafka o en Bolaño cómo el perfil de la raza humana se manifiesta en toda su crudeza a través de la historia. O cómo la autodestrucción y la irracionalidad campan a sus anchas, en la llamada civilización (véase John Dos Passos o William Faulkner) y en los contextos naturales donde el hombre es devorado por el entorno (véase José Eustasio Rivera). 
     Para un lector poco avezado, o poco acostumbrado a estos episodios épicos de la novela cotidiana, Günter Grass puede resultar indigesto o excesivamente sazonado por los múltiples detalles descriptivos e, incluso, por la animalidad con la que contrasta la belleza sentimental de la más tierna cercanía y familiaridad de muchos de sus personajes.
     Ya me referí a El rodaballo como una de mis lecturas predilectas, aunque más difíciles, pero lo que tengo claro es que leer a este autor alemán, que trabajó antes en los cementerios que en los escritorios, es una obligación para todo aquel que se considera y llama lector.
     La hermosura de su prosa es raramente pronunciable, puesto que abarca una incipiente personalidad germana que es atípica frente al estereotipo general. La Alemania de Grass no es un imperio vencedor, ni una maquinaria económica, ni un muro pétreo de perfección, sino una tierra ignota, decadente aunque, en el fondo, delicadamente humana.
     A Grass le interesa mucho el período nazi y, cómo no, las consecuencias que produjo la Segunda Guerra Mundial en su nación o, lo que es lo mismo, en las personas que vivían en su nación. Y de ello se deduce que el personaje central decide no crecer, revelarse frente al mundo y frente a las circunstancias que le obligan a pertenecer a él, refugiarse en las faldas de las mujeres, en el sexo, en la supervivencia, en la oscuridad de su propia mente que va, poco a poco, reduciéndose a la miel de la felicidad entre la palpable muerte.
    Oskar me recuerda un poco a uno de los personajes de The sound and the fury, y también a algunos de los que pululan por la famosa novela de Ken Kesey, Alguien voló sobre el nido del cuco. Sin embargo, diríamos que esa forma de racionalizar el mundo, desde la incompleta visión de un cerebro bloqueado al dolor, puede tener paralelismos con La montaña mágica o con algunos otros ejercicios del monólogo interior.
     Técnicas aparte, el mundo de la Europa destruida, desamueblada, en cenizas, es el mismo en el que la violación, la muerte, el nacimiento, los asesinatos, la locura, los juegos, el querer o la desesperanza bailan como una danza inacabable que es observada desde los ojos de un falso niño. Un niño que es un invento de sí mismo, una amputación del hombre que no desea ser. La capacidad de bloqueo del ejercicio automático del cerebro es, ha sido siempre, la forma de protección del dolor.
     Grass muestra la necesidad de tener un horizonte frente a la ansiedad de la existencia. En ocasiones, la lectura nos hace olvidar que todo lo que ocurre allí es horrible, en sí mismo, aunque veteado por la positiva existencia del amor, que parece lo único capaz de alterar el curso de los acontecimientos: una tabla de salvación en medio del océano.
    Este maravilloso autor, que crea un universo en sí mismo, como lo hicieron García Márquez, Galdós o Tolkien, contiene el mundo y sus habitantes y en su estilo se observan, como en una cúpula renacentista, los ecos de la huella del tiempo, los hechos encadenados, la migración de las almas hacia el fin, la construcción de la vida.
     Es difícil colocar a Günter Grass en un reducido esquema novelístico: no existe margen en su obra, puesto que es inabarcable y dinámica, viva y luciente. Ni existe un escritor como él.
Un abrazo.


MIENTRAS AGONIZO

  Mientras agonizo William Faulkner          Cada vez que encuentro una obra de Faulkner en cualquier tienda de segunda mano, mercadillo, o...