viernes, 25 de junio de 2021

EL PACIENTE

 



El paciente
Juan Gómez-Jurado


    Indiscutiblemente, vender más de 1 millón de copias no es cosa baladí, y poco se puede decir al respecto (sobre todo negativo) cuando un autor alcanza esos niveles. Hacer una crítica constructiva de un producto que es un súper-ventas se antoja una cuestión difícil, es como nadar contracorriente. Pero se puede hacer.
    En muchas ocasiones, en este blog de lectura, he intentado transmitir la sensación que produce un libro comercial que no colma sino las expectativas más superficiales. Cuando todo es trama, el ruido oculta una serie de carencias que atraviesan la estructura fija del relato. Los personajes se tornan estereotipados, planos; las situaciones se vuelven intensas, pero fríamente predecibles; la tensión del argumento sucede, una tras otra, las escenas hasta construir un maremágnum que tiene final feliz. Todo en la línea más tradicional del término. Esto no es necesariamente malo: funciona muy bien en Julio Verne, en los grandes autores clásicos, en las novelas de aventuras, etc. Sin embargo, estas grandes obras contienen un poso de historicidad, de relieve que matiza la historia, de sensaciones de cercanía, de veracidad y, como poco, de contenido ideológico. Además, no dibuja los resortes que mantienen atento al lector sobre la sencilla identificación del miedo, de la sospecha o de la duda de los protagonistas, sino que enlazan, perfectamente, con sus personalidades, con su pasado, con su forma de entenderse cual individuos socializados y temporales. 
    ¿Qué quiero decir con esto? Que en las novelas comerciales actuales, por lo menos, muchos de los personajes intervienen desde la acción y son solo eso: acción. Los perfiles que muestran podrían corresponder a cualquiera en su situación, sin más. No hay doblez porque no hay relieve ni profundidad. Y entonces, como en una serie de Netflix, la historia corre a la velocidad del rayo, sin pausa, sin dar tiempo a más, si ahondar en los recovecos humanos que deberían experimentarse cuando hay interacción de cualquier tipo.
    Las historias de Juan Gómez-Jurado son mundialmente conocidas y reconocidas. ¿Qué pasaría si no hubiese vendido tantos millones de copias, si fuese un autor de un público minoritario, recibiría tal reconocimiento? Como ocurre con el Hollywood de taquilla o con la música de usar y tirar, este libro es una novela de "playa", para pasar el rato mientras te da la brisa marina. No es poca cosa, desde luego, pero no le pidas más.
    La he leído porque una alumna ha tenido el detalle de regalármela a final de curso, y lo menos que podía hacer era eso. Sin embargo, no he sentido curiosidad por este tipo de novelistas nunca, algo que ya he manifestado con creces en este diario. No obstante, Gómez-Jurado tiene una enorme facilidad para construir tramas perfectamente engranadas, y eso le hace ser un novelista, en todas sus dimensiones. No es sencillo lo que hace, y lo hace muy bien. Hay que reconocerle imaginación, oficio y buena mano. Por lo demás, más allá del aspecto hedonista, ocioso, este libro acabará en una estantería de mi biblioteca hasta el final de los tiempos. Porque no tiene nada más que aportarme. De todos modos, divertirse es buena cosa, y si es leyendo, mejor. Tampoco quiero parecer un ogro. Además, ¿quién soy yo, sino un simple lector?
Un abrazo

sábado, 5 de junio de 2021

MIGUEL STROGOFF

 



Miguel Strogoff
Julio Verne


    Entre mis diferentes lecturas, que vosotros seguís en este diario particular, y que yo voy actualizando en tiempo real, intercalo ciertas obras que me sirven de descanso intelectual. No quiero decir con esto que leer a Julio Verne sea solo un pasatiempo, de hecho no lo es, pero puedo viajar con la mente, obtener datos históricos, revivir historias y aventuras que me sirven de solaz y relajo. 
    Las novelas de Verne suelen adelantarse a su tiempo. Esto es un lugar común, que todo el mundo conoce, y ya no nos sorprende. Sin embargo, las peripecias del correo del zar no tienen que ver con este tipo de visionismo novelístico. Miguel Strogoff es una novela realista, o verista según se mire, que podría compararse con cualquier otra del nacionalismo ruso, o con Stendhal o Galdós. La diferencia estriba en la forma en que Verne trabaja la aventura, en cómo compone las diferentes teselas para establecer un puzle perfecto, que va avanzando hacia el final esperado. En estas obras la esperanza vence, y los obstáculos son superados por el personaje. Es una suerte de novela de caballerías donde el elemento amoroso queda ligeramente esbozado, también. 
    Así que no hay mucho que decir técnicamente, salvo que el detallismo, el gusto por la observación y la reconstrucción de los entornos suponen una reformulación de la realidad, un paralelismo, un traslado entre lo vívido y la ficción, muy bien torneado claro.
    Julio Verne sigue siendo un soplo de aire fresco. Me pasa con Emilio Salgari o con Robert Louis Stevenson. Son autores que, pase el tiempo que pase, se consolidan y están lejos de envejecer. Puede que los personajes sean idílicos, que los avatares parezcan increíbles, pero ¿no lo son más algunos de los personajes de Hollywood y, sin embargo, seguimos consumiendo este tipo de historias en el cine?
    El hombre está necesitado de héroes que superen el mal, de hombres que crean en los principios y los defiendan, de finales felices. La ficción es una manera romántica de superar el mal que nos rodea. En algunas épocas, los autores se han dedicado a destapar la miseria humana. En otras, han construido un mundo idealizado donde esas miserias son arrinconadas. Se puede ver como una manera de generar ilusión, que es la que, al final, soluciona los verdaderos problemas.
    Lo que Julio Verne hace no está muy lejos de lo que hacen los cómics, el cine, el teatro o la música. La evasión mental es una terapia, una catarsis. Puede que el epos de las civilización griega no haya desaparecido del todo y que, en el fondo, la civilización necesite colocar en el pedestal a sus héroes, que son los únicos que ya sostienen las ideas de verdad y justicia.
Un abrazo.

MIENTRAS AGONIZO

  Mientras agonizo William Faulkner          Cada vez que encuentro una obra de Faulkner en cualquier tienda de segunda mano, mercadillo, o...