sábado, 6 de febrero de 2021

EL COLOR PROHIBIDO

 



El color prohibido
Yukio Mishima


    Otra obra más de Mishima en mi biblioteca particular, con un matiz interesante. Por un lado, encontramos la naturaleza imperturbable de un escritor muy joven construyendo la personalidad de otro escritor casi anciano, algo que me parece que marca la capacidad de Mishima para observar el mundo a su alrededor. Por otro, la visualización del individuo desde su sexualidad, algo que ya vimos en Confesiones de una máscara. Este título, además, sugiere una apreciación del autor con respecto al individuo que enmarca una ideología. Mishima reelabora lo genérico y lo sexual humanos en el contexto de las relaciones, no siempre carnales, y la emancipación del ser del mundo que lo rodea. ¿Esto qué significa? Los hombres y mujeres que se identifican con un estereotipo social y sexual, en muchas ocasiones, se ven tentados a escapar de ellos con el fin de reafirmar su libertad individual, lo que no siempre implica la transexualidad, la homosexualidad o cualquier forma que escape de la tradición genérica judeo-cristina. Más bien, establece rasgos de relaciones entre pares, o más, que hallan su significación y lógica en la correspondencia mutua, en la protección, en la búsqueda de pareceres, en el reencuentro de lo sentimental, de lo auténticamente humano: la comunicación más allá de lo oral, de lo lingüístico, entroncado en lo social. El amor no va siempre de la mano del sexo, o sí, aunque puede entenderse el sexo como medio de reproducción y no de expresión de ese amor. Sustituyendo lo sexual físico por una sexualidad intuitiva o sentimental, los seres humanos abren espacios comunicativos y relacionales amplios, complejos y, las más de las veces, serenos, una vez alcanzado el progreso.
    Por esta razón, y por otras, los personajes de Mishima son modernos, en su tradicionalismo, y se enfrentan a situaciones inabordables desde la mentalidad social existente, otorgándoles carta de categoría y librando, así, su propia batalla en favor de la libertad de pensamiento y acción. Es una respuesta natural al mundo que el autor observó desmoronarse, durante la posguerra, y al intento de recuperar viejos modos japoneses, reducidos al anacronismo. También lo es la sexualidad más directa, sexo de consumo que se inventa y se anula en el acto mismo, aunque creando una dependencia materialista que es observada, en los ojos de Mishima, como una analogía del mundo occidental por venir. Esta contradicción se observa en la manera en que los seres de sus novelas destrozan los parámetros convencionales, arrastrándose hacia una nada impertérrita o hacia la muerte feliz, que es una muerte ciega y no consciente, al contrario de lo que ocurre con las sociedades señaladas por la religión o el conocimiento popular.
    Aparte de esto, también se plantea en esta novela el aparatoso intento de reconstruir el pasado en la vida del otro. Se trata de imaginar cómo podrían haberse desarrollado los acontecimientos vividos, y rechazados por la conciencia, actuando sobre la inocencia juvenil de quien posee las dotes envidiadas, un día, y revalorizadas, en otro sentido, en la senectud. Manejar la conciencia y los actos de alguien voluble, que es vulnerable porque busca su identidad y ve en el anciano la manera de superar ciertos obstáculos y aprender con ello, es un acto criminal, en cierto modo, incluso para la persona que lo ejerce, pues significa la deshumanización de su propia existencia, la negación del todo, el vacío y el nihilismo más absoluto. El viejo escritor es un observador desnaturalizado, es un manipulador nato (me recuerda a La Celestina de Rojas, pero con matices menos cotidianos), está en la órbita de los relatos de ancianos maestros que son incapaces de admitir la libertad de pensamiento y obra de sus discípulos, que añoran la destrucción de sus vidas para corroborar (íntimamente) sus argumentos, que abusan de su posición con el fin de hacer del mundo un lugar manejable (como algunos personajes del teatro de Moratín), etc.
    No hay moralización en la obra de Mishima, en mi opinión. Si acaso la consecuencia lógica de desvirtuar los valores conocidos y observar el camino al que nos lleva eso. De todos modos, la profundización de los términos es una opción del lector, porque lo que se ofrece aquí, por encima de todo, es un cuadro de personajes intentando alcanzar una cierta felicidad añorada, conscientemente anhelada por la inseguridad, por la inconsistencia, el desamor, el abandono o la soledad. Vidas no completadas por el transcurso del tiempo, como, por otra parte, suele suceder en abundancia, que encuentran su oportunidad de resarcirse, al menos temporalmente. La parcialidad de sus miradas es hedonista, en el sentido ideológico del término, pues abundan en lo que les trae la luz, la alegría, les separa de su anodina cotidianidad. Estos seres, que se identifican en modelos idealizados o, tal vez, originales, son tristes, en su mayoría, y solitarios. Por eso, sin justificar nada, resultan humanamente comprensibles en sus dislates.
    Como todo lo que voy leyendo de Mishima, la literatura puede alcanzar cotas de creatividad que toquen directamente el corazón y la razón del lector. ¿Tienes, acaso, mejor plan para el fin de semana?
Un abrazo.

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