martes, 16 de febrero de 2021

LA CELESTINA

 



La Celestina
Fernando de Rojas


    Repasando la importancia de esta obra universal entre mis alumnos, esta semana, he recordado, también, la necesidad de acercar la literatura de otras épocas a la actualidad. Los lectores de hoy, tan preocupados por encajar perfectamente en sus libros desde el primer minuto, y seguir "enganchados" a él hasta el final, olvidan el placer cotidiano de ir redescubriendo las novedades que se tejen a fuego lento, en personajes profundos, cincelados, atemporales.
    El nuevo rico depredador que farda de posesiones y que ve a la mujer como una posesión más. El disfrute exacerbado de la vida a toda velocidad, el consumo de las cosas, el carpe diem acidificado hasta los tuétanos; pero, también, la mesura que disfraza el deseo profundo, los bajos instintos de quien se muestra como respetable socialmente, los cánones de belleza, la angustia y la agonía del tiempo que nos hace pequeños, la muerte como una amenaza constante y el dinero como una vía de escape.
    Todos estos elementos, y muchos más, conectan La Celestina con cualquiera de esas realidades que vemos en los programas de telebasura, en las islas de famosos, en las convivencias de jóvenes simplones de bellos cuerpos que, como casquería barata, se rebozan hasta la extenuación. El amor es parodiado y llevado al extremo de la sexualidad, como si solo esta importara, como si el consumo del otro fuese el verdadero alimento de la felicidad: un bálsamo frente al dolor de la pronta desaparición.
    Y, por supuesto, está la moralidad del acto, que es rápidamente castigada por Fernando de Rojas para no levantar sospechas (hoy sabemos que, posiblemente, se tratase de un judío converso lo que en la Toledo de los albores renacentistas podría suponer un grave problema). 
    Si a esto añadimos las razonables dudas sobre la autoría, el hecho de tratarse de una obra compuesta para ser leída en grupo, con una cierta dramatización, mezcla de narración y representación, su influencia en obras posteriores y la pervivencia de sus tipos, personajes y temas, nos encontramos ante un deleite para los sentidos.
    Algunos de mis alumnos se reían al descubrir cómo mueren Calisto y Melibea, poniendo caras de asombro y de hilaridad por su aparente y lozana estupidez e inocencia. La simpleza de las formas, a ojos de un lector del siglo XXI no es tal cuando encajamos a Calisto en un rapero enriquecido, un youtuber millonario por jugar a videojuegos, sin apenas educación o instrucción ni sentido de la moralidad, y una guapa hija de banqueros, de clase alta, que se dedica a flirtear con las drogas y los bikinis. En este panorama actuaría el personaje de la vieja prostituta, empeñada en sacar dinero de las vergüenzas ajenas, como una madame de burdel que fuese trapicheando entre jovencitas y desalmados de cabeza hueca. Sirvientes variopintos como Pármeno y Sempronio, alardeando de lo que no son y en la búsqueda de sus propias fortunas, pero peligrosos y capaces de matar, incluso, por un objetivo material. Padres que dan todo a sus hijas e hijos, pero no lo más importante. Imagínate, querido lector, a esa familia donde se regalan iPhones para Navidad, que se compran motos nada más cumplir los dieciséis, o que permite salir a la niña de quince años con un tipejo que ya ha pasado por todos los escenarios, regresando a cualquier hora de la noche o el día sin reprimir nada, por el miedo a la reacción virulenta adolescente. Los hijos lo son todo en la vida, sobre todo en la desgracia.
    La Celestina no pasa de moda porque habla de la inconsciencia del orden social, de lo mucho que han de aprender los que aseguran que el secreto de la vida surge del oportunismo, y no del sacrificio, el orden y el sentido auténtico de las cosas. Cuando libertad es libertinaje no hay vida, sino espejo vacío de la misma. Aunque, indirectamente, Rojas también nos habla de la capacidad del ser humano para decidir, de la voluntad de autoafirmación sobre toda moral o norma escrita, dentro del respeto por la ley natural y el sentido común de lo correcto. Y esta es una lección que está implícita en sus diálogos.
    Podría estar un buen rato apropiándome de los argumentos de grandes maestros sobre esta obra, su importancia como puente al Renacimiento, su apertura a un modo de pensamiento distinto, a relaciones humanas basadas en conceptos que superan el teocentrismo medieval, un gran paso para la humanidad, sin duda, pero para eso ya hay libros muy buenos y no creo que pueda añadir mucho más, técnicamente hablando.
    Así que me parece de obligado cumplimiento, alguna vez en la vida, y sobre todo si se trata de lectores entrenados, acercarse a obras que no podemos orillar con el pretexto de que pertenecen a un pasado muy lejano, puesto que los Homero, Platón, Virgilio, etc., pueden perfectamente, y lo son, traídos a la actualidad con pleno convencimiento y sustentación, sin que pierdan un ápice de su belleza y creatividad. Son justos clásicos por algo, pero eso no significa que sean jarrones chinos. Hay algo más que adorno en estos textos: tienen la sustancia de la literatura, con mayúsculas.
Un abrazo.

sábado, 6 de febrero de 2021

EL COLOR PROHIBIDO

 



El color prohibido
Yukio Mishima


    Otra obra más de Mishima en mi biblioteca particular, con un matiz interesante. Por un lado, encontramos la naturaleza imperturbable de un escritor muy joven construyendo la personalidad de otro escritor casi anciano, algo que me parece que marca la capacidad de Mishima para observar el mundo a su alrededor. Por otro, la visualización del individuo desde su sexualidad, algo que ya vimos en Confesiones de una máscara. Este título, además, sugiere una apreciación del autor con respecto al individuo que enmarca una ideología. Mishima reelabora lo genérico y lo sexual humanos en el contexto de las relaciones, no siempre carnales, y la emancipación del ser del mundo que lo rodea. ¿Esto qué significa? Los hombres y mujeres que se identifican con un estereotipo social y sexual, en muchas ocasiones, se ven tentados a escapar de ellos con el fin de reafirmar su libertad individual, lo que no siempre implica la transexualidad, la homosexualidad o cualquier forma que escape de la tradición genérica judeo-cristina. Más bien, establece rasgos de relaciones entre pares, o más, que hallan su significación y lógica en la correspondencia mutua, en la protección, en la búsqueda de pareceres, en el reencuentro de lo sentimental, de lo auténticamente humano: la comunicación más allá de lo oral, de lo lingüístico, entroncado en lo social. El amor no va siempre de la mano del sexo, o sí, aunque puede entenderse el sexo como medio de reproducción y no de expresión de ese amor. Sustituyendo lo sexual físico por una sexualidad intuitiva o sentimental, los seres humanos abren espacios comunicativos y relacionales amplios, complejos y, las más de las veces, serenos, una vez alcanzado el progreso.
    Por esta razón, y por otras, los personajes de Mishima son modernos, en su tradicionalismo, y se enfrentan a situaciones inabordables desde la mentalidad social existente, otorgándoles carta de categoría y librando, así, su propia batalla en favor de la libertad de pensamiento y acción. Es una respuesta natural al mundo que el autor observó desmoronarse, durante la posguerra, y al intento de recuperar viejos modos japoneses, reducidos al anacronismo. También lo es la sexualidad más directa, sexo de consumo que se inventa y se anula en el acto mismo, aunque creando una dependencia materialista que es observada, en los ojos de Mishima, como una analogía del mundo occidental por venir. Esta contradicción se observa en la manera en que los seres de sus novelas destrozan los parámetros convencionales, arrastrándose hacia una nada impertérrita o hacia la muerte feliz, que es una muerte ciega y no consciente, al contrario de lo que ocurre con las sociedades señaladas por la religión o el conocimiento popular.
    Aparte de esto, también se plantea en esta novela el aparatoso intento de reconstruir el pasado en la vida del otro. Se trata de imaginar cómo podrían haberse desarrollado los acontecimientos vividos, y rechazados por la conciencia, actuando sobre la inocencia juvenil de quien posee las dotes envidiadas, un día, y revalorizadas, en otro sentido, en la senectud. Manejar la conciencia y los actos de alguien voluble, que es vulnerable porque busca su identidad y ve en el anciano la manera de superar ciertos obstáculos y aprender con ello, es un acto criminal, en cierto modo, incluso para la persona que lo ejerce, pues significa la deshumanización de su propia existencia, la negación del todo, el vacío y el nihilismo más absoluto. El viejo escritor es un observador desnaturalizado, es un manipulador nato (me recuerda a La Celestina de Rojas, pero con matices menos cotidianos), está en la órbita de los relatos de ancianos maestros que son incapaces de admitir la libertad de pensamiento y obra de sus discípulos, que añoran la destrucción de sus vidas para corroborar (íntimamente) sus argumentos, que abusan de su posición con el fin de hacer del mundo un lugar manejable (como algunos personajes del teatro de Moratín), etc.
    No hay moralización en la obra de Mishima, en mi opinión. Si acaso la consecuencia lógica de desvirtuar los valores conocidos y observar el camino al que nos lleva eso. De todos modos, la profundización de los términos es una opción del lector, porque lo que se ofrece aquí, por encima de todo, es un cuadro de personajes intentando alcanzar una cierta felicidad añorada, conscientemente anhelada por la inseguridad, por la inconsistencia, el desamor, el abandono o la soledad. Vidas no completadas por el transcurso del tiempo, como, por otra parte, suele suceder en abundancia, que encuentran su oportunidad de resarcirse, al menos temporalmente. La parcialidad de sus miradas es hedonista, en el sentido ideológico del término, pues abundan en lo que les trae la luz, la alegría, les separa de su anodina cotidianidad. Estos seres, que se identifican en modelos idealizados o, tal vez, originales, son tristes, en su mayoría, y solitarios. Por eso, sin justificar nada, resultan humanamente comprensibles en sus dislates.
    Como todo lo que voy leyendo de Mishima, la literatura puede alcanzar cotas de creatividad que toquen directamente el corazón y la razón del lector. ¿Tienes, acaso, mejor plan para el fin de semana?
Un abrazo.

MIENTRAS AGONIZO

  Mientras agonizo William Faulkner          Cada vez que encuentro una obra de Faulkner en cualquier tienda de segunda mano, mercadillo, o...