lunes, 18 de abril de 2022

SOLENOIDE

 



Solenoide
Mircea Cartarescu


    Siempre es recomendable adentrarse en obras que, aunque sean reconocidas por la crítica y el público, uno nunca leería de buenas a primeras. Es como (y permítaseme el ejemplo) mirar a una chica, en mi caso, que no destaca por un físico espectacular pero que promete muchas cosas interesantes: eres capaz de verlo en su mirada.
        A veces esto ocurre con la literatura. Te esperas lo que vendrá, pero eres incapaz de saber el qué. 
Cartarescu no es un desconocido (aunque sí lo era para mí), y tiene una solidez como escritor que abruma. Su forma de encauzar el universo memorístico es sorprendente, por varias razones: juega con la intertextualidad, con la imaginación, con la propia literatura y con el recuerdo personal hasta montar un mosaico poliédrico, de múltiples imágenes contrapuestas. Todo, sin embargo, tiene sentido.
        Leyendo a Ana Blandiana, la poetisa rumana de la que hablaré dentro de poco en este diario, tuve la misma sensación: son autores que han vivido la lucha y descomposición de un país gris, sometido, retorcido con la libertad. Ambos son estandartes de lo que se llama "alta cultura", un término del que parece que el mundo moderno se avergüenza. No hay por qué hacerlo. Cartarescu recompone ese universo febril de la dictadura, de una infancia singular, del descubrimiento. Su protagonista es un profesor de literatura gris, fracasado como escritor, en la búsqueda constante de un espacio con el que identificarse. Nada nuevo bajo el sol, sí, pero tratado desde la más absoluta de las cotidianidades que, no obstante, convive con la magnitud extralimitada de los escenarios creativos, las caricaturas o deformidades de la realidad.
        En cierto modo, y en casos particulares, me recuerda a Roberto Bolaño aunque, naturalmente, salvando los contextos educativos, vitales y culturales de ambos maestros. Porque Bolaño es más ácido, si cabe, más emocional, en el sentido intenso en que lo emocional se vive en los países hispanos. Y Cartarescu, que supura emoción a raudales, hay que reconocer, se mueve en una comunicación más fría, más propia de esa distancia personal que condiciona la socialización eslava. Puede que esté cayendo en el tópico, pero es lo que percibo desde mi perspectiva mediterránea, lo que hace que mi opinión sea indudablemente certera, de alguna manera.
        Sin el barroquismo de un Miguel Ángel Asturias o un Carlos Fuentes, Cartarescu tiene algo de ese universo cíclico y completo de los grandes de la literatura hispanoamericana, algo de los mitos borgianos, de la fantasía de Lewis Carroll o del realismo de Dostoievski. En todo caso, su obra abarca buena parte de una época, que es lo mismo que decir que encajona un mundo completo, una visión personal y un transcurso de acontecimientos. Y todo lo hace desde el dinamismo de una prosa compleja, que abarca la totalidad y que se cierne sobre lo pequeño porque, al fin y al cabo, lo más simple es, casi siempre, lo más representativo de lo humanamente posible.
        No haber leído antes a Cartarescu demuestra que soy un analfabeto funcional, en lo que a literatura se refiere, que es como decir que me queda mucho por disfrutar. Y eso es siempre una excelente noticia. ¿No crees?
Un abrazo. 

MIENTRAS AGONIZO

  Mientras agonizo William Faulkner          Cada vez que encuentro una obra de Faulkner en cualquier tienda de segunda mano, mercadillo, o...